Es muy común escuchar y repetir la consigna de que “mi libertad termina donde comienza la libertad de los demás”.
Inclusive llegamos a otorgarle a esta premisa una gran importancia. Este lugar común es el resultado de la concepción de libertad como indiferencia; ¿Por qué digo esto? En efecto, es considerar a la libertad como un puro poder hacer, que solo puede ser limitado desde el afuera. Desde esta perspectiva vemos a la sociedad como un conjunto de personas que renuncian a una parte de su libertad para poder convivir, sería como encontrarnos con un escenario social donde las personas serían “medio- libres”, resignadas a ceder parte de lo propio para poder sobrevivir.
Una de las tantas concepciones clásicas de la libertad, no considera que esta deba ser limitada solo desde el afuera, léase “los demás”; por el contrario construye a la libertad como animada solamente por la energía del bien, de tal forma que no se constituye en una fuerza neutra, sino en un despliegue con sentido y orden. Desde esta postura mi libertad “no termina donde empieza la del otro” sino, por el contrario, se fortalece y se vuelve plena cuando entra el respeto y amor a los demás.
Los límites auténticos no disminuyen la libertad, sino que la alimentan y son prioritarios, ya que sin ellos la libertad se “evapora”. Los educadores deberíamos tener presente que recordar los límites no debe generarnos culpa por atentar contra la libertad, sino por el contrario la certeza de que no hacerlo supone socavarla.
Por esta razón, ser libre supone ir adquiriendo una profunda espontaneidad; siguiendo a Juan P. Roldán, filosofo, el que expresa que existe una aparente paradoja: “mi libertad madura y se fortalece cuando estoy atento a lo que verdaderamente soy, cuando soy receptivo y por otra parte, esta receptividad me permite desplegarme y vivir con la mayor espontaneidad”. La libertad es el estado propio en que los seres humanos pueden desarrollarse; para hacer una comparación sería el oxígeno que necesita nuestro cuerpo. ¿Cuál sería la solución a la falta de límites de nuestra juventud? En primera instancia, no es disminuir sus libertades. El conflicto se produciría porque no tienen experiencia ni entrenamiento en fortalecer cada uno sus libertades. Si partimos de la base que la libertad la tomamos como la cualidad por la cual podemos dirigir nuestra propia vida hacia lo que somos, podremos desarrollar nuestro ser y lo que la vida nos pide.
El conflicto actual parte de una falta de libertad más que de un exceso, ya que los jóvenes actuales tienen poco contacto con adultos libres, padres incluidos, que no pueden liberarse de mandatos familiares, sociales y culturales que lo atrapan en su propio laberinto. Y si de responsabilidades hablamos, nos remitimos a la f rase del filósofo Guardini, al que llamaba hombre responsable aquel que luego de pasar por la juventud había consolidado su carácter. Este, dicho en la actualidad, entra en un espacio de debate, ya que están en exposición todos estos aforismos; estas reflexiones deben servirnos para transitar estas crisis históricas y generacionales como una oportunidad de crecimiento y cambio. El gran desafío es llevar una vida con perspectiva de construir una libertad que hoy en nuestra cultura no está priviligeando.
¿Cómo se puede ver con ojos ingenuos las consecuencias finalmente inhumanas del miedo al compromiso por la libertad, puesto que tal compromiso es condición imprescindible para la posibilidad y la estabilidad del amor y la lealtad? (Labaké)
LIC. ELENA FARAH