Los adolescentes componen un sugestivo referente para observar la sociedad donde habitan, de la cual se constituyen en verdaderos espejos de los cambios vertiginosos que ocurren. Nosotros, los adultos, cuando vemos a un adolescente, confirmamos esa afirmación a través de sus actitudes y vestimentas. Es que en estos tiempos posmodernos, los adolescentes y jóvenes encuentran un reflejo cuasi perfecto de su propia realidad interna que se ve manifestada y relacionada con la realidad externa: ambas se miran cual si fuera un espejo.
¿Porque digo esto? Consideremos algunos indicadores que formulan esta situación. En primer lugar ¿Qué pasa en el contexto actual?, pareciera que la adolescencia estuviera jerarquizada de tal manera que intenta instalarse como un modelo social. Este razonamiento coloca a la misma, no solo como una etapa vulnerable propia del desarrollo, sino que la considera como un modo de ser y hacer válido en el imaginario social como referencia a emular para toda la comunidad. Por otro lado, hay un intento de achicar la brecha generacional entre padres e hijos.
Pero lo más significativo que se vive, es la existencia de un enérgico desencuentro entre dos culturas: la juvenil adolescente y la institucional escolar adulta. Siempre digo, de acuerdo con otros pedagogos, que “se vive realmente en una escuela moderna que atiende a adolescentes posmodernos”. Como vemos el análisis del tema propuesto nos va llevando a muchos frentes que se entrelazan conformando una realidad compleja, ya que en la etapa de la adolescencia “muchas de las actitudes consideradas anormales en los adultos son normales en esta etapa”, al decir del psiquiatra Mauricio Knobel. Es que la adolescencia, como fenómeno psico-social, no tiene un tiempo definido de comienzo y de final que la aparte de la anterior y dura hasta comenzar la adultez. Pero resulta que ésta última no ha sido entendida siempre de la misma manera. Con el avance y la complejización de la sociedad, esta “antecámara” del mundo adulto que es la adolescencia, se ha ido prolongando con final indefinido. Aparece una actitud que sorprende y que, sin embargo asoma como natural: el paso de la ética de los deberes a la ética de los derechos. La muerte del deber no significa la ausencia de responsabilidad. Significa nada más ni nada menos que más soledad humana para la intensa y elemental toma de decisiones trascendentales. Al relativizar el deber, la libertad se usa de manera “antojadiza”, porque se interpreta como una libertad absoluta. Sería como interpretar este pasaje considerando el relativismo de los deberes y la libertad absoluta de los derechos.
Todo esto nos lleva a plantearnos: ¿Somos competentes los docentes de lograr entender este fenómeno lleno de innovaciones, nuevas concepciones, nuevos símbolos que inciden ineludiblemente en la vida de los adolescentes del nuevo siglo? Porque es la escuela la receptora de esta problemática en la interacción adultez-adolescencia.
Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es el lugar que debe ocupar la escuela como continente del alumno y generadora del cambio? Con otros pensadores coincido que la escuela es un punto de re-encuentro. Si consideramos a la familia y la escuela el núcleo central de este reencuentro con la pos-modernidad, la escuela sería como el taller donde poco a poco vamos preparando a nuestros jóvenes, para que se integren con convicción y confianza en la época que les toca vivir. Esto trae a colación otra disyuntiva ¿Qué docentes necesitamos? Los docentes son los colaboradores trascendentes en el proceso educativo, porque van transmitiendo con sus actitudes un fuerte mensaje de valores.
El docente debe ser, con autoridad, un “guía testimonial” en el proceso. Como señala Castellá “una respuesta con autoridad implica una actitud íntima y externa de solícita firmeza, de generoso vigor, de persuasivo poder, de recta tolerancia, de receptiva humildad, de respetuosa comprensión, de humana cooperación, de auténtica convicción, de amorosa justicia y de fraternal encuentro. Porque el que tiene el don genuino de autoridad es un experto estratega en el manejo de los vínculos humanos. Primero, en el vínculo con sí mismo: ha enriquecido su autoconocimiento. Luego, en el vínculo con los otros: ha cultivado, intuitiva y/o volitivamente, el conocimiento de sus semejantes”.
Para concluir me refiero a J. C. Labaké quien dice: “el día que no haya jóvenes que sueñen se apagarán las estrellas y no habrá más amaneceres para celebrar la vida. Si los jóvenes se acomodan en la mezquindad del egoísmo y del placer, y no son capaces de descubrir que el mundo es una tarea responsable y no un regalo para disfrutar gratuitamente, nunca sabrán de la alegría más honda. La de saberse siempre creadores de ese mundo mejor donde sea posible, un poco más posible, la dignidad y la alegría de todos, el respeto por la vida y la libertad de todos”.
LIC. ELENA M. T. FARAH