Familiares y amigos despiden a Ernesto Sábato

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El velatorio comenzó el sábado a la tarde en la sede del Club Atlético Defensores de Santos Lugares. Fue escritor, ensayista, físico, pintor y un apasionado defensor de los derechos humanos. Recibió el premio Cervantes, el mayor de las letras españolas. Escribió tres novelas: «El túnel», «Sobre héroes y tumbas», y «Abaddón el exterminador», y diferentes ensayos sobre la condición humana. Testigo y paradigma de su tiempo, con el fallecimiento de Ernesto Sábato a los 99 años se extinguió -en su casa de Santos Lugares- la vida de un escritor emblemático de la literatura argentina, pero también una figura que adquirió una dimensión diferente luego de la dictadura militar con su labor al frente de la Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas).
Lejos de asumir un rol incontrastable, el autor de la trilogía de novelas “El Túnel“ (1948), “Sobre héroes y tumbas“ (1961) y “Abbadón el exterminador“ (1974) fue un escritor y un ser humano polémico, cruzado por sus propias contradicciones, presentes en algunos de sus personajes literarios.
“Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana“, declaró una y otra vez para referirse a esa obra que marcó las generaciones del 60 y 70 y se desdibujó cuando sus ojos comenzaron a fallar, para ser reemplazada por la pintura.
Sus escritos finales, que incluyen memorias y crónicas de la vejez, constituyen su postrera y desvaída despedida con la escritura, más allá de algún destello vital como la conmovedora confesión de amor a su colaboradora Elvira Fernández Fraga, hoy al frente de la fundación que lleva su nombre.
Su figura recobró fuerza como portavoz de valores añorados por una sociedad lacerada primero por la dictadura militar y luego por el neoliberalismo imperante en los años 90. Su mensaje se concentró en los jóvenes: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía -dijo- serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido“.
Días antes de su nacimiento, el 24 de junio de 1911, falleció un hermano suyo de 2 años llamado también Ernesto, un hecho que lo marcaría de por vida.
De origen calabrés, su padre tenía un molino harinero en la localidad bonaerense de Rojas y con su hermano Arturo salían a comprar frutas en una volanta. En ese pueblo donde expresó su deseo de ser enterrado pasó su niñez.
El ideario de Sábato se va delineando a partir de su adhesión al Partido Comunista, en tiempos del general Augusto Sandino, los mártires de Chicago y la terrible dictadura de José Evaristo Uriburu, que lo lleva a la clandestinidad.
Con dudas acerca de la infalibilidad del materialismo dialéctico y en pareja con Matilde Kusminsky, joven de 19 años que se va de su casa para unirse al escritor, Sábato viaja a Moscú pero en el camino escapa a París, ante el inicio de las purgas de Stalin.
A su regreso obtiene su doctorado en el Instituto de Físico-Matemática. Bernardo Houssay le da una beca en 1938 para trabajar con el matrimonio Curie en París. Allí conoce al pintor cubano Wilfredo Lamm y a integrantes del grupo surrealista.
En esos días escribe “La Fuente Muda“, una novela de la que sólo publicó algunos capítulos en la revista Sur.
A principios de los 40, Sábato junto a su mujer y su pequeño hijo viaja a las sierras cordobesas a vivir en un rancho precario: “Deseaba vivir en la meditación, afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía para enseñarme…“.
Pero consigue un puesto en la Unesco y regresa a París: “hundido en una profunda depresión, frente a las aguas del Sena, me subyugó la tentación del suicidio“, confiesa en sus memorias.
En esa época afianza sus vínculos literarios: conoce a Victoria Ocampo y a Borges (“interminables fueron las conversaciones sobre Platón y Heráclito de Efeso, lamentablemente, en 1956 nos separaron ásperas discrepancias políticas“).
Según el propio Sabato, “`El túnel` fue la única novela que quiso publicar, y para hacerlo debí sufrir amargas humillaciones. A nadie le parecía posible que yo me dedicara a la literatura“.
Entre su obra ensayística figuran “Uno y el universo“; “Hombres y engranajes“, “El escritor y sus fantasmas“, “Apologías y rechazos“ y “La robotización del hombre“. Además, el “Romance de la muerte de Juan Lavalle“, cantata que compuso junto a Eduardo Falú.
Fue nombrado Caballero de las Letras y las Artes, distinción instituida por André Malraux y la Cruz de la Orden de la Legión de Honor (Francia, 1980). Entre otros galardones, recibió el Premio Cervantes, el Menéndez Pelayo, el Premio Jerusalén y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Luego de la dictadura militar, Sábato asumió la dirección de la Conadep, organismo que por primera vez puso al descubierto los crímenes de lesa humanidad ocurridos en la Argentina. Un compromiso que continuó hasta el final, como lo testimonian sus diversas intervenciones sobre el horror perpetrado en esos años.
Al finalizar los años 90, apareció su libro de memorias “Antes del fin“; al filo del siglo XXI publicó “La resistencia“ y en junio de 2004, “España en los diarios de mi vejez“. Para ese entonces ya habían muerto su mujer Matilde y uno de sus dos hijos.
El homenaje que le ofreció el Premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago durante el III Congreso de la Lengua Española realizado en 2004 en Rosario (Santa Fe) mostró -una vez más- el enorme cariño de la gente común por el escritor. Hasta se dio el lujo en esos días de cumplir uno de sus sueños y se fotografió junto a todo el equipo de Rosario Central.
Para entonces sus apariciones públicas eran cada vez más esporádicas; refugiado en Santo Lugares, su casa se convirtió en un lugar de peregrinación constante, sobre todo el día de su cumpleaños.
Allí, en su biblioteca, con los libros apilados en orden, entre sus cuadros y el sonido del viento colándose por la vieja arboleda, Sábato recibía a familiares, vecinos y amigos e invitaba a pasar a los jóvenes que, como parte de un ritual, tímidamente lo atisbaban por la ventana.
Cuando tuvo que restringir este rito, fue todo el pueblo de Santos Lugares el encargado de organizar una gran fiesta para celebrar, sin duda, la vida de su habitante más ilustre.

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