Champán descorchándose por todos lados. Gorritos de Papá Noel. Y villancicos, abrazos, risas y felicitaciones sin fin. La familia, comer como si no existiera un mañana y, aunque la realidad nos destruya, mostrar nuestra mejor cara… Qué alegría. Esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad.
Pero piénsenlo bien: quizá entregar y recibir regalos, reventar a base de pavo, cochinillo, langostinos o cordero y aguantar las bromas de cada año no es lo peor que puede pasarnos. Quizá sea más llevadero que comer ave putrefacta o ser golpeado y perseguido por seres horripilantes…
Una noche vomitiva
Porque las navidades, como toda fiesta que se precie, son un fiel reflejo de cada sociedad y sus costumbres. Las groenlandesas no son muy apetecibles: desde hace siglos, la tradición sugiere que esta noche se ingiera kiviak, un plato de carne de alca (animal marino de aspecto similar al pingüino). Pero que nadie imagine dorados y suculentos muslos de ave sobre un lecho de verduras: la carne de alca, cruda, es enterrada bajo una piedra durante meses y envuelta en piel de foca. Hoy es el momento de desenterrarla y comérsela: su aspecto no es muy sugerente, pero los que la han probado aseguran que ofrece un inolvidable sabor que recuerda al queso azul. Quienes prefieran no catarla tienen otro menú de la tierra: el mattak, tiras de grasienta piel de ballena para acompañar postres, café y, quien todavía tenga humor, simpáticos villancicos. Si los noruegos esconden escobas por temor a las brujas, los portugueses dejan platos a los muertos
Ya saben: si hoy andan por Groenlandia y alguien les invita a cenar, piénsenselo dos veces. En otros países lo tendrán más fácil: Italia, por ejemplo, no sólo es conocida por sus lentejas de fin de año, sino también por el Cenone de Natale, en el que se acostumbra a ingerir pescado. La anguila, el atún o los espaguetis con almejas son un clásico, como lo es en Polonia preparar en cada casa piernikis, pequeñas galletas con sabor a jengibre y pimienta. Otro clásico local son las oplatek, obleas para compartir entre los seres queridos y para entregar, como símbolo de confraternización, a los vecinos. No muy lejos, en Bulgaria, la Nochebuena es celebrada con doce platos sin carne y, claro, banitsa, el bollo tradicional del lugar. En Navidad, contundencia: calentados por el fuego y llenos de buenos deseos, los búlgaros gustan de comer morcillas.
Sin escobas, por favor
De compartirse esa tradición en Portugal, el aliento de sus muertos sería aún más insoportable que una ración de kiviak: la mañana de Navidad, los lusitanos celebran la consoda, festín en el que los que comen son las alminhas a penar o difuntos. En la cena de Nochebuena se ponen platos y sillas de más, con la esperanza de que los espíritus de los seres queridos vendrán y dejarán regalos. Algo parecido se hace en Polonia, donde se añaden títeres al belén, que se convierte así en un pequeño escenario donde representar episodios navideños o breves historias satíricas. Aunque, hablando de originalidad, pocos superan a los noruegos: fanáticos de las oscuras leyendas sobre aterradoras brujas, cada casa se obstina en tener bien escondidas, durante esta noche, sus escobas y fregonas. Así, a buen recaudo, evitan que esos maléficos seres voladores se acerquen a sus casas para conseguir un vehículo.
¿Y los árboles? ¿Hay algo más apropiado para estos días que un árbol de Navidad? Para los italianos sí: una pirámide de madera decorada con multicolores frutas que, a diferencia de las bolas y otros adornos, al menos pueden comerse. Los ucranianos, en cambio, siguen gustando de árboles y, a ser posible, con telaraña: alguien decidió que encontrar una la mañana de Navidad en el árbol era sinónimo de buena suerte, y quedó la tradición de colgarlas de cristal. Los irlandeses prefieren las velas: colocan una grande y blanca en la entrada de la casa, que debe ser encendida por el más pequeño de la familia. A menos que quiera impedirse la venida de la Sagrada Familia, sólo podrá ser apagada al consumirse o por una niña llamada María.
Los niños son, claro, los mayores protagonistas estos días: en España, para actividades relativamente agradables como cantar villancicos, mendigar aguinaldos o ser disfrazados de reno, pero en Austria, Alemania o Suiza toca sufrir. Allí algunos adultos se disfrazan de Krampus, el diabólico reverso de Papá Noel, que mora por las calles con campanas y palos para aterrar a la gente y, desde el 6 de diciembre, escarmentar a los niños malvados. Malvados y bondadosos: así, hasta el extremo, son los mitológicos seres propios de estas fechas.
Entre los primeros, por ejemplo, recordar al griego kallikantzeri, una pequeña criatura que en los medios rurales es capaz de espantar a los caballos y estropear la leche de las vacas: para ahuyentarla no hay nada como un poco de agua bendita. Parecido es el duende Nisse, que aparece en Dinamarca para hacer travesuras a menos que se le deje un plato de arroz con leche la víspera de Navidad. Más bondadosas son las mujeres de la mitología rusa y siciliana: la Babushka y la Befana, respectivamente, ancianas que no pudieron acompañar a los Reyes Magos a ver al Niño Jesús y que ahora, para compensar, entregan sus regalos a los niños que se portan bien.
Aquí tenemos lo nuestro
Acostumbrados a Reyes Magos y misas del Gallo, vemos como estrafalarias otras costumbres. Pero incluso en España hay tradiciones asombrosas como la del catalán caganer, pequeña estatuilla de un hombre defecando que completa de forma divertida y obscena el belén. También son llamativos los casos del Tió de Nadal (otra tradición catalana: desde el 8 de diciembre un tronco es alimentado y tapado con una manta; después, agradecido y temeroso de ser quemado, defecará chucherías) o del Olentzero, la simpática y borrachina versión vasca de Papá Noel.
Fuente: 20 minutos. es