La aparición de fantasmas en la Plaza Roca no es nueva. Los historiadores más prestigiosos de la ciudad, los más sensibles, suelen afirmar, en voz baja, que hay documentos antiguos al respecto. Como generan controversias, esos papeles permanecen ocultos en los archivos que todavía cobija la cúpula del palacio municipal. Los textos que pudimos ver, los escritos en 1949, describen la presencia inusitada de seres pequeños transparentes, aparecidos similares a duendes que, durante los meses de julio y agosto, solían presentarse en los jardines que por aquellos tiempos ocupaban el centro de la plaza.
Hay una placa fotográfica fechada en aquel agosto. El autor, Eleuterio Rodríguez del Barco, siempre fue reacio a explicar lo inexplicable. En primer plano, un niño rubio, sonríe desde el lomo de una vicuña, un animal exótico que usaban los fotógrafos para hacer más atractiva su labor(marketing puro) y en el fondo, entre las plantas, puede observarse una figura blanca, femenina, una niña . Lo curioso, es que la figura no alcanza a corporizarse completamente, sus contornos son imprecisos, su mirada difusa y lo más subyugante, tétrico y misterioso, es que de su boca se desprenden dos colmillos bien marcados. Cuando la vimos junto a Laura Pereyra, una de las cronistas más autorizadas de la ciudad, la foto nos conmovió y las risas fueron más que nerviosas.
Las explicaciones y la opinión de expertos de la época, dan por tierra cualquier presencia extraña y adjudican el fondo, casi macabro, a una falla del negativo. Sin embargo Oscar Cremón, un reconocido fotógrafo de Río Cuarto y con vasta experiencia en el tema, asegura que, paradójicamente, los negativos antiguos eran más confiables que los de ahora y que era imposible apelar a trucos para inventar “fantasmas y duendes”. Para él, las figuras eran reales, tanto como las actuales. Los fantasmas existen, sólo es cuestión de estar atentos, agrega Cremón y lanza fogonazos entre las plantas.
Don Juan Filloy, que en sus últimos años vivía en el Gran Hotel Río Cuarto, solía caminar la plaza diariamente, siempre evitaba el recorrido sur, el que linda con calle Buenos Aires. En ese sector, cada tanto, y lo afirman los taxistas, en las noches de tormenta suele verse a un hombre que corre sin rumbo, es un espectro que huye de los rayos y relámpagos. Filloy recordaba, cada vez que llovía, cuando fue testigo privilegiado, desde la ventana, de la caída de un rayo que mató instantáneamente a un individuo. El tipo orinaba debajo de un pino añoso, dicen que ese espíritu no descansa en paz.
Angelito Guinardini, por aquellos años fotógrafo del diario La Calle, fanático del fútbol, narraba su experiencia en el año setenta y ocho: Me mandaron a la Plaza Roca, estaba repleta, la gente no paraba de festejar el primer título, éramos campeones del mundo y ese domingo usé casi siete rollos. Me quedé hasta el final, amanecí en Xanadú. Al otro día fui al diario a revelar el material y me encontré con que las últimas fotos, las del amanecer, eran de seres transparentes, niños abrazados que festejaban y hacían una ronda alrededor de un árbol. En realidad, yo decía que eran niños, con los años comprendí que eran duendes, una especie de argentinitos que se unieron a la alegría del pueblo. Por supuesto a esas fotos nunca las publicamos en el diario, dice Angelito O. y después pide otra ginebra.
Oscar Zoumolou, propietario del Calatrava original, también nos contó su experiencia: yo era amigo de una de las turcas de la tienda Sol de Mayo. El negocio, ubicado donde ahora funciona un ciber y un café, fue famoso durante una veintena de años, tan famoso como sus propietarias. Mabel , una de las mujeres- relata Zoumolou- siempre decía que algunas mañanas, bien temprano, podía ver a Marcelo Mastroiani sentado en un banco de la plaza. El actor se escapaba del cine Sud para charlar con los duendes del lugar. La mujer no ocultaba su emoción al recordar que Mastroiani, una mañana la invitó a desayunar en La Madrileña y le declaró su amor. Por supuesto, las fotos de ese encuentro- siempre según Zoumolou- existen, aunque en la placa solo puede verse a Mabel sentada frente a frente con una figura cristalina que parece tomar un café.
Andrés Travaglia, remissero y especialista en películas argentinas, en un libro que contiene sus memorias también habla de los espectros de la Plaza Roca. En el caluroso verano del 79, por la noche, luego de ver la película La Mary en el cine Ocean, me detuve en la parada de ómnibus y de pronto, en la fuente pequeña, vi cómo se bañaba Susana Giménez, estaba totalmente desnuda. Yo era fotógrafo free lance- explica Travaglia- tenía la máquina preparada y saque tres fotos de la diva, pero cuando salieron a la luz, la dictadura me las secuestró, lo consideró material pornográfico. Una verdadera locura- agrega Travaglia.
Más cercano en el tiempo, el exitoso empresario Corto Saraza , recuerda su experiencia del año noventa: Regresaba de una charla sobre los pueblos originarios, la había dado un filósofo en el salón de actos del Banco Nación. Luego de los cocteles de rigor recorrí la Plaza desierta, era de madrugada y antes de cruzar hacia la Catedral, en medio de un silencio atroz, se me apareció un personaje extraño, era un indio joven, un ranquel que me pidió que no lo abandonáramos. A veces pienso que ese es el origen por el cual quiero que la Plaza deje de llamarse Roca, dice Saraza y pide que seamos discretos.
Uno de los mellizos Echenique, criado en los campos cercanos a Alpa Corral, asevera que los fantasmas, los espectros o los aparecidos siempre han existido. No es extraño, dice y agrega- la plaza está superboblada de ánimas que no pueden descansar en paz. Hay que recordar que en ese espacio estaba el palo mayor donde se sacrificaba a los aborígenes y a los infieles.
Hay un dato cercano y certero, la foto que capturó imprevistamente Leticia Smith, una conocida modelo y locutora local, hace pocos años, sirve para que los escépticos dejen de serlo. La imagen de una niña, con un vestido corto, parece bailar detrás del objetivo plasmado en el primer plano. Esa foto fue sacada a las seis de la tarde y aunque tiene contornos muy marcados, el cuerpo de la supuesta niña no alcanza a materializarse con contundencia. Y Leticia, afirma que en ese momento, a esa hora y en ese lugar, sólo estaban ella y su novio.
Para el final, el poeta de la calle Ituzaingo, integrante estable de Los Inquietos del Buena Vista, señala que en la plaza, los domingos a seis de la tarde, debajo de uno de los árboles más frondosos, suele sentarse sobre el césped, una mujer de cabellos negros lacios, con ojos de pantera y pechos de celofán. El poeta asegura que es el espíritu de una joven que murió de amor en los años sesenta. Puede que la versión sea cierta, pero ocurre lo de siempre, nadie cree a los poetas.
r.l.