A 5 años del crimen del «Toto» Rodríguez y el brote de xenofobia en Las Delicias: «Seguimos esperando Justicia»

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Tenía los parpados violáceos y los ojos se agrietaban en nervios de sangre. Con un palo en su mano derecha cruzaba la avenida a metros del ingreso sur del puente de Oncativo. Debió tener unos 20 años y revelaba serias dificultades para concentrar la mirada entre la densidad del humo que emanaban las cubiertas quemadas. No podía ver, estaba ciego de furia. “Vayanse de acá bolivianos de mierda”, lanzaba con la saliva cubriéndole la barbilla. En uno de sus puños había sangre por una caída mal curada y en sus brazos, tatuajes dibujados con tinta de lapicera azul. En la esquina de Ruben Darío y Quena, una decena de vecinos bolivianos resistían la ola de segregación que los expulsaba con lo puesto. El joven les balbuceaba insultos hirientes y les exigía que se fueran “como los otros”. La tarde se esfumaba con sonidos de sirenas que rodeaban el barrio desde hacía largas horas. El muerto aún no había sido velado.
A Jorge Rodríguez lo mataron a machetazos. Tenía solo 26 años. En el barrio, algunos presumían que terminaría “waskeado” y otros,le rezaban la muerte. También estaban los que temían un ajuste de cuentas. Fueron esos, los primeros en lamentar el crimen.
Rodríguez estaba sospechado de robarle a las familias bolivianas y ufanarse de su éxito. Aquel 30 de agosto lo salieron a cazar. Hartos de lamentar sus robos, le juraron su muerte. Una camioneta con hombres armados lo buscó entre los sinuosos pasillos de la villa y logró ubicarlo frente a su casa de Pasaje Público sin número, a la altura de Rubén Darío al 200. Los “justicieros” lo golpearon con herramientas y un machete afilado. Para evitar sorpresas, lo ultimaron de un balazo en el abdomen. Aquella madrugada oscura tenía la tensión de la muerte. Sobre la sangre caliente, algunos imaginaban como vengar la partida del Toto.
La Policía detuvo horas después a los cuatro presuntos autores que viajaban “en la camioneta celeste”. Mario Alvarez Guevara era el patrón y a los 31 años se había ganado un prestigio como albañil. También estaban Sebastián Jesús Fioramonti (24) y Luis Alberto Guerra (28), dos peones que trabajaban para Mario. Además, fue detenido un menor de 17 años.
El presunto esclarecimiento del caso poco importó. Amigos y familiares del muerto que miraban con recelo a «los de afuera», buscaron ser jueces de un crimen que los hizo parte.
En carros o camiones de mudanza, unas 16 familias bolivianas cargaron lo que pudieron rescatar entre la urgencia y el miedo. En esas horas de incertidumbre, la Policía en lugar de garantizarles seguridad servía como custodia de una mudanza para salvar sus vidas. Las mujeres lloraban y los hombres miraban el piso, escépticos de rogarle al cielo. En un baldío de tejido “gallinero”, un grupo de pibes practicaban boxeo por “si había que chuñear” y los más chicos pedían explicaciones por el faltazo a clases. Ante la mirada de todos, Las Delicias era tierra de nadie…

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