Un León de honores causas

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– Por Pablo Callejón Periodista

“Me preguntan por qué no escribí canciones para este tiempo y les respondo que ya están, las escribí en los 90” El hombre de imponente sacón negro, sonrisa bonachona y remera en homenaje a Mercedes Sosa lució auténtico. Durante casi una hora, el aula mayor de la Universidad abrazó al narrador de historias dolientes, de luchas rebeldes y de la resistencia que solo le pide a Dios. Con la voz intacta y las convicciones a cuestas, relató poemas que fueron canciones y recibió un aplauso de pie.

Raúl Alberto Antonio Gieco nació hace 67 años en la comuna de Cañada Rosquín, un pueblito de tierras agrícolas en el centro oeste de Santa Fe, a unos 449 km de Buenos Aires, la capital donde los zapatos no lucen como en la plaza de un pueblo. León fue músico como su padre, un trovador de madrugadas que murió por el exceso de alcohol. Don Onildo era un inventor de palabras y de máximas que marcaron la vida de su hijo. “El mismo se decía que cuando más de tres te dicen que estás borracho, ándate a dormir . Si yo aplicará acá esa máxima, en esta distinción, si más de tres me dicen que me lo tengo que llevar a mi casa, y me lo voy a llevar”, afirmó el autor de Bandidos Rurales.

León viajó a Buenos Aires como le pidió Onildo y consolidó una carrera de gestas imposibles desde Usuahia a La Quiaca. Atrás dejó los covers de los Rolling y los Beatles en la guitarra que costó más de un Perú y sonaba afinada en las presentaciones irreverentes de Los Moscos. Su carrera fue una patriada contra el olvido y la ancha espalda que resistió la persecución y la mano dura que nace en la Derecha. “Busca a mi padre y dile que estoy bien, que mi conciencia sigue libre”, pidió a los que decidieron hallar el verde lugar del centro de Cañada Rosquín.

Cuando aún no asomaba la noche más larga, fue amigo de Litto Nebia y Gustavo Santaolalla y compartió escenarios con David Lebón. En aquellos festivales de rock porteños advirtió sobre los hombres de hierro que nunca escuchan la voz, el grito y el llanto. Perseguido y censurado por dinosaurios que van a desaparecer, León pidió que lo busquen donde haya paz ó no exista el tiempo. Con Raúl Porchetto llegaron a la Colina de la Vida y en el gallinero de una casona de Achiras contaron la realidad que duerme sola en un entierro y camina triste por el sueño del mas bueno. La lírica de León es denuncia, utopía y reclamo. Sus poemas son la advertencia siempre vigente de la patria grande que resiste en la memoria y pide ser tratada de igual a igual.

“Ilegales son los que dejaron ir a Pinochet” advirtió a la Europa de brotes fascistas que se interpela en sus costas bañadas por la sangre de los refugiados. León descree de los falsos modales. En la ciudad que fue cuna del proyecto político que sumó pobreza y urgencias sociales dijo que “no ve la hora” que todo termine. Respaldó las masivas marchas feministas y recordó cuando las Madres ingresaron a la Esma para extirparle la mordaza de silencio y muerte. Como los viejos amores que no están, todo está guardado en la memoria.

Nos hizo pensar en todos y del dolor que nace en la soledad. Amigo de Mercedes Sosa y Salieri de Charly, León se hizo carne en las luchas de una Latinoámerica que nunca pudo cerrar sus venas abiertas y dolientes. Compartió melodías con Sting, Bruce Springteen y Roger Waters y en la altura de una mina jujeña se sentó sobre la falda de la montaña de minerales robados para cobijar la noche fría de un grupo de trabajadores explotados. Siempre creyó que es mejor ser muerto, que un número que viene y va.

Hace ya algunos años que se alejó de los escenarios y las conferencias de prensa. Prepara un nuevo disco y admite que esto molestará a algunos. Nunca dejó demasiado lejos el brazo de madera y la armónica de brillo plateado. Las canciones como su vida, tienen pasado, presente y su futuro. Es la trascendencia de letras rebeldes y acordes infinitos. Como el almuerzo rodeado de niños humildes en la Granja Siquem y la bicicleta aleada en baños y cárceles que revivió a un ángel con su voz.

León como la Memoria, va soplando en el viento, entre poemas de Dylan que nunca podrán ser fingidos. En sus manos, la remera de Clarisa en recuerdo a Peco Duarte y los 30 mil desaparecidos, es una bandera de reivindicación contra el olvido. Comprometido con su tiempo, el artista no solo suelta su pena, es la memoria que nos despierta contra el engaño y la complicidad. El merecido homenaje a un León de honores causas.

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