La conceptualización de las acciones políticas, sobre todo en la estrategia de marketing que reduce la acción del gobernante y sus consecuencias a un spot publicitario, han convertido al trabajador en «un costo», la quita de derechos en una reforma y el ajuste en sinceramiento. La fuerza de trabajo de mujeres y hombres en la Argentina se advierte ante los ojos del capital y el poder gobernante como el amenazante “costo laboral”. En esa resolución mercantilista de la cadena de producción, el empresario aparece presuntamente maniatado en su intento por dar la competencia que le exige el Gobierno. El modelo neoliberal no solo vislumbra al empleado como una pesada mochila para el dueño del capital, sino que define al Estado como una “carga”. Para el gobierno nacional y las cámaras empresariales ò industriales, los aportes ó tributos son “la carga social” que aumentan el “costo laboral” y nos exponen ante el mundo con el inefable “costo argentino”. Esa reducción conceptual de relaciones deriva en reconvertir el ajuste o quita de derechos en reformas a las que el presidente pide “no tenerles miedo” y que tuvieron el primer antecedente en los cambios previsionales. Los abuelos perdieron poder adquisitivo en favor de un sistema que se “sinceró” como las tarifas.
En el arte de llamar las acciones políticas según convenga a los instrumentos del poder, la verdad deja de ser un principio original para dar lugar a la post verdad. No se trata de lo que realmente es sino de lo que quiero que sea. Y en el atril de la tanda publicitaria la mentira es parte de la denominación de las cosas.
A veces la conceptualización olvida los matices pero no deja de ser efectiva. Los docentes “viven sacando carpetas médicas,”, los empleados estatales “son vagos” y los de EPEC “ganan como un gerente”, los que marchan “joden”, los que paran “no quieren trabajar”, los sindicalistas “son gordos y corruptos (en ese orden de descalificación)” y los desocupados, cuando no son “planeros y choripaneros”, tendrían que saber que “en este país no falta trabajo, sino ganas”.
Y cuando la mera conceptualización no alcanza, se necesita del miedo. Uno de los peores temores por los que atraviesa el trabajador es el de perder su empleo. Es esa pesadilla que dispone el sustento personal y de la familia, el llegar a fin de mes, pagar las cuotas del colegio, quedarse sin obra social ò volver a postergar las vacaciones. El primer paso es revelarnos una crisis inminente que nos impone “esto ó el caos”. Alcanzado el clima de los gurués del sinceramiento para “no terminar como Venezuela”, se hallan argumentos tangibles en la consolidación del miedo. El desplome del consumo, el cierre de comercios, la reducción de áreas del Estado, las recurrentes pasadas de la bicicleta financiera y la obsesiva suba de tasas con inflación de dos dígitos generan alertas reales que permiten definir mejor a las cosas y por su nombre. Porque tan malos no son, para esa etapa de descreimiento, la conceptualización se asume como una promesa a futuro. Nosotros, la pesada carga con alto costos, nos convertimos entonces en pacientes que esperan por el “segundo semestre”.
La reforma laboral que se intentó disponer desde el adoctrinamiento del lenguaje, la cobertura mediática y el impulso de los que buscan sacarse costos de encima, emerge como la madre de todas las batallas en un año donde el Gobierno y los empresarios esperan que los trabajadores resignen derecho pensando en el mal menor. “Si no somos competitivos no habrá nuevos empleos, ni se podrán sostener los que hay. Se acabó la fiesta del populismo y tenemos que sincerarnos. Si queremos competir con los productos chinos no podemos tener cargas laborales como Canadá”, me advirtió el propietario de una pyme, confiado en que más temprano que tarde la precarización que no pudo imponerse con la Banelco encuentre mejor suerte en la dominación conceptual.
Para la alianza gobernante Cambiemos, el “marco institucional que rodea lo laboral comprime las virtudes de las fuerzas sociales… impide el desarrollo de las empresas en sus aspectos productivos, de innovación, eficiencia y competitividad y es necesario eliminarlas para poder crear puestos de trabajo”. La iniciativa apunta a “flexibilizar” otro concepto que sustutiye a la precarización. El docente de la UBA Rubén Seijo resaltó que el objetivo de la propuesta oficial es “eliminar protecciones que la legislación da a los trabajadores, hacer más baratos los despidos, generalizar el empleo temporario, facilitar la tercerización, eliminar castigos a quienes tuvieron trabajadores en negro, y bajar los aportes y contribuciones desfinanciando el sistema de seguridad social”. Seijo recordó que muchos de estos puntos ya se experimentaron anteriormente en Argentina durante la dictadura militar en 1976 y en la década del ‘90 bajo el mandato de Carlos Menem. En ninguno de los casos se crearon puesto de trabajo y fueron períodos de crecimiento del desempleo.
La sangre que cimentó las conquistas sociales no solo transita por las venas de los trabajadores vivos, sino en los que murieron por alcanzarlas. La historia emerge en los que marcharon y cortaron calles por mejores salarios, se rebelaron en un Cordobazo, fueron masacrados en la Patagonia, reprimidos en la Semana Trágica que nació en los Talleres Vasena, secuestrados y torturados por la Dictadura, apaleados en la plaza del 2001 ó baleados en una marcha docente. El próximo martes los trabajadores podrán defender la pertenencia de clase en una disputa donde el concepto vale y el trabajo emerge como la dignidad de los indignados.
“La neutralidad es imposible, somos indignos o indignados” Eduardo Galeano