Por Ernesto Vera – «El exhibicionismo bélico llevado adelante por Trump también tiene un ribete doméstico: intentar descomprimir la enorme tensión social que se vive en Estados Unidos luego de su asunción como Presidente».
Por Ernesto Vera
El los últimos días, el Gobierno de Estados Unidos realizó un despliegue inusitado de su músculo militar en varios frentes. Primero en Siria, el pasado 7 de abril, cuando disparó 59 misiles Tomahawk contra la base aérea de Al-Shairat, ubicada en la provincia de Homs. Luego en la península de Corea, cuando movilizó al portaaviones Carl Vinson junto con todo un arsenal marítimo a patrullar la zona. Y finalmente en Afganistán, con la detonación de una bomba de diez toneladas –considerada la más potente del mundo dentro de las bombas regulares– en la provincia de Nanganhar, cerca de la frontera con Pakistán.
Toda esta intensa actividad bélica exhibida por las Fuerzas Armadas norteamericanas, más allá de las justificaciones oficiales brindadas por el gobierno de Donald Trump, trae consigo una serie de mensajes claros a sus principales adversarios en la escena internacional: Rusia y China. El país presidido por Vladimir Putin tiene muchos intereses en juego en Siria, no sólo por su alianza con el gobierno de Bashar Al-Asad, sino porque también allí está anclada la Base Naval de Tartús, perteneciente a la Armada rusa, que le otorga a ese país un punto de apoyo en el cálido Mar Mediterráneo. China, por su parte, mantiene una alianza histórica con Corea del Norte producto de la afinidad política e ideológica de los partidos gobernantes. Por último, la bomba arrojada en Afganistán no sólo tuvo el objetivo militar declarado (destruir un sistema de túneles y cuevas utilizado por el Estado Islámico), sino que también le demostró tanto a Rusia como a China lo predispuesto que está Donald Trump a utilizar el instrumento militar.
En este sentido, podemos observar el retorno del poder duro como eje articulador de la diplomacia norteamericana. La ostentación de la capacidad de fuego es una vieja fórmula que sirve para amedrentar a posibles rivales en la arena internacional, aunque reviste de una enorme peligrosidad cuando no están claros los límites. Teniendo en cuenta que, según el Instituto Internacional de Estudios para La Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), Estados Unidos concentró el 36% del gasto militar a nivel mundial en 2015, seguido por China con el 13% y muy por detrás Rusia el 4%, un error de cálculo en alguna de las provocaciones puede decantar en un escenario muy peligroso e impredecible.
En el fondo, lo que Estados Unidos está buscando es mantenerse como el principal actor del globo, tanto a nivel económico como estratégico. Pero esta voluntad puede chocar con una realidad muy dura: el lento pero firme viraje del sistema internacional hacia un ordenamiento multipolar, donde China y la cuenca Asia-Pacífico jugarán un rol central en lo económico, mientras que Rusia tendrá un papel protagónico en Eurasia.
Por último, no podemos dejar de mencionar que el exhibicionismo bélico llevado adelante por Trump también tiene un ribete doméstico: intentar descomprimir la enorme tensión social que se vive en Estados Unidos luego de su asunción como Presidente. La guerra no es sólo una vía de escape que puede distraer a la opinión pública y exportar los conflictos fronteras afuera, sino que también puede unificar al país puertas adentro. Tarea que, en manos de Trump, puede llegar a ser muy complicada.