La conmovedora carta de una joven que pide obras para su pueblo inundado

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Rocío Fuentes nació en Santa Regina, un pequeño pueblo ubicado en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Movilizada por la dramática situación que se vive en su pueblo, producto de los excesos hídricos, decidió escribir una carta abierta que hoy ya es compartida por mucha gente en las redes sociales. Allí pide obras para que Santa Regina pueda contar con caminos que permitan entrar y salir de la localidad y para evitar más inundaciones. «Es una lotería, una triste lotería, no una de esas en que alguien siempre gana, porque en ésta salimos perdiendo todos, los que estamos lejos y no podemos entrar y los que están allí y no pueden vivir en paz, lo pierden todo o lo tienen poco y con mucha dificultad», señala en un fragmento de la carta.

La carta completa:

«Mi nombre es Rocío, soy de Santa Regina, un pueblo de aproximadamente 650 habitantes que queda en el Partido de General Villegas, Provincia de Buenos Aires, por allá, donde limita con La Pampa, Córdoba y Santa Fe. Soy santareginense y, como tal, argentina.
Hace unos días, hablando con mi mamá por teléfono, me quebré y no pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. No logré contener la angustia que me provoca ver a Santa Regina -mi pago, mi raíz, mi lugar en el mundo, ese pedacito de cielo terrenal- aislada porque no se hizo lo suficiente jamás y porque ahora tampoco se hace.
Actualmente, me encuentro en la Capital de nuestro país porque, como muchos, crecí y al terminar el secundario (que fue otro logro de la lucha pacífica pero tenaz de muchos habitantes) migré en busca de nuevos horizontes. Quería estudiar y, por suerte y gracias a mis padres, tuve la posibilidad. Aunque me encantaría poder cumplir mis sueños sin alejarme tanto de mi amado pueblo, aprendí que no siempre podemos tenerlo todo. Nací y crecí en “Santa”, me formé allí, aunque luego haya seguido capacitándome. Los conocimientos y valores adquiridos y las enseñanzas “campechanas” que capté desde pequeña, me acompañarán siempre. Por eso, aunque no es fácil tener “el nido” lejos, todo santareginense sabe abrirse camino en la vida sin perder de vista su origen, el amor genuino y el respeto por esa tierra. Esos sentimientos son los que me llevaron a escribir.
Hoy llegué a mi límite: no puedo seguir contemplando desde afuera sin hacer nada. Cuando residía en el pueblo, con mis compañeros y otros grupos generamos varios proyectos y solicitamos soluciones para distintas urgencias pero nunca nos socorrieron, nunca miraron al costado para ver que más allá del casco hay necesidades reales también. Mirarse el ombligo es fácil, es cómodo, pero es egoísta e injusto siempre.
Durante la primera mitad del año, estuve más de 4 meses sin poder ir a mi casa, sin poder ver a mis abuelos, a mis tíos, amigos… No siempre la situación estuvo tan complicada pero por algo se agravó. Extrañé estar ahí, respirar aire puro, caminar tranquila, tirarme panza arriba en el pasto, no tener miedo, no tener prisa. Pero, como decía mi papá, con un nudo en la garganta cada vez que le preguntaba si podía ir (lo sabía, lo sentía): “Ro, no podés venir, no es conveniente, están horribles los caminos; quizás pases si tenemos suerte pero ¿y si no podés salir después porque volvemos a aislarnos?”. Hoy esa situación se repite. Es una lotería, una triste lotería, no una de esas en que alguien siempre gana, porque en ésta salimos perdiendo todos, los que estamos lejos y no podemos entrar y los que están allí y no pueden vivir en paz, lo pierden todo o lo tienen poco y con mucha dificultad.
No tenemos ruta y viajamos varios kilómetros para llegar a una; eso si los caminos que hoy están imposibilitados nos permiten llegar. Repito, no tenemos acceso asfaltado, nunca lo tuvimos, y lo prometieron, “puf” cómo y cuánto lo prometieron, pero en los hechos no existe. En algunos mapas figura el paso de una ruta que nos daría dos accesos divinos pero sepan que no están. La cuestión es que la ruta “no puede hacerse por ahí” (burocracia de ayer y de hoy), entonces, hace ya 7 años que una de las acaudaladas familias cuyas estancias rodean al pueblo (la familia Fox) donó tierras para realizar un nuevo trazado. Lo recuerdo como si fuera hoy porque participé, junto a otros amigos, de la realización de un cartel para agradecerles tamaño gesto y nos tomamos una foto. Imagen que, lamentablemente, fue utilizada años después para simular una reciente donación y el trazado del acceso que tanto ansiamos. En el momento, vernos ilustrando la noticia en un medio gráfico de General Villegas, con esas antiguas sonrisas de alegría que ya no estaban, me indignó demasiado, pero confié una vez más, creí que esa vez “nos tocaba”. Y les cuento que la simulación siguió porque el trazado no ocurrió y la ruta tampoco. Esto pasó en la última década pero la necesidad estuvo siempre y el pedido por la ruta también.
Hoy esa necesidad se hace aún más evidente, porque las lluvias nos llevaron al límite y la situación hídrica en la zona es preocupante. El agua viene desde las tierras cordobesas, del Río Quinto, y brota de las napas como nunca antes. Ejemplo de esto es que campos realmente altos, que no habían sufrido hasta el momento el rigor del agua, hoy se encuentran anegados. La inundación también llegó a la zona norte del pueblo y ya hay evacuados.
Santa Regina, es una tierra con mucha historia que merece ser preservada y está situada en plena pampa húmeda, famosa por una riqueza que ahora se le niega porque la actividad agrícola y ganadera se encuentra estancada. La poca producción que se logra no puede ser vendida en tiempo y forma y se pierde. El tambo de la familia de una amiga está rodeado y han tenido que tirar la leche en reiteradas oportunidades por no poder trasladarla. Este es un caso pero tengan por seguro que se multiplican.
Además, por no poder llegar a la escuela, algunos chicos perdieron meses de clases, la oportunidad de aprender, el derecho de saber. Si seguimos aislados, volverá a descuidarse su educación y eso es algo que nos compete a todos porque ellos son el futuro, ellos son nuestra esperanza de existir.
Como ocurre desde tiempos inmemorables, la desidia de los que tienen el poder de cambiar las cosas es la tristeza de muchos que luchan cada día por crecer y pertenecer.
Se apaga la esperanza de gran parte de mi gente, que tiene por concepto lo que le han hecho creer, “así vivimos y hay que acostumbrarse”. Me niego a pensar así, siempre lo hice. Santa Regina es un pueblo chico pero con alma grande, con un corazón y un potencial de oro, y con una población que no se va a quedar de brazos cruzados esperando desaparecer.
Mis padres me enseñaron que “la gente hablando se entiende”, por eso, no busco alterar los ánimos, ni herir susceptibilidades, ni mucho menos generar un conflicto. Busco una mano extendida, una ayuda certera y constante en principio, una solución definitiva después, cuando las aguas se calmen y se pueda accionar en consecuencia, para que los santareginenses no tengamos que sufrir nunca más, y a tal extremo, las inclemencias climáticas.
“Paciencia, moderación, templanza”, siempre reza mi abuela; es mi mantra para estar siempre de pie. Repetirlo hasta el cansancio, quizás, me ayuda a creer que se puede cambiar, porque la esperanza es lo último que se pierde, aun cuando muchos se hayan esmerado en destruirla con el correr de los años.
Hoy quiero aún más a mi pueblo (si es que quererlo más es posible), que me dio todo y me sigue impulsando a conseguir más. Amo a Santa Regina y cada día, con cada acción, sólo intento devolverle aunque sea un poquito de todo lo que me da.
Sin más, y esperando que este escrito llegue a las manos de alguna persona que tenga la capacidad, las ganas y el compromiso de ayudarnos, me despido de quien en este momento esté leyendo mi carta, agradeciendo que se haya tomado unos minutos para hacerlo, para involucrarse (aunque sea desde la lectura) con la realidad de mi pueblo, de mi gente».

 

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