La carta de Federico Storani a su hijo: «Nunca más seré el mismo»

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Diez días después de que se hallara el cuerpo sin vida de su hijo Manuel, el ex diputado Federico Storani publicó una carta en su cuenta personal de Facebook para recordarlo. El adolescente de 14 años falleció luego de que se produjera un choque de lanchas en el río Luján, donde avanzaba a bordo de una embarcación junto a su madre, María de los Ángeles Bruzzone, quien también murió en el acto, y la pareja de la mujer, Lucas Sorrentini, junto con otras tres personas.

A continuación, el texto completo:

Catorce años en la vida de una persona, pueden parecer pocos solo si se la mide en años. Pero,… ¿cuántos recuerdos se encierran, se liberan… y se atesoran durante catorce años? Se encierran las complicidades e intimidades que quedan cautivas, atrapadas con amor y a veces con humor entre quienes las comparten. Se liberan traducidas en anécdotas e historias que jalonan y construyen una historia, singular… irrepetible, y sobre todo se atesoran en la médula, en las entrañas, en las vísceras adonde solo se accede con la llave guardada en el corazón recitando el santo y seña del amor.
Mi hijo Manuel, compartió conmigo intimidades y complicidades blindadas con la consistencia del quebracho y el don que lo distinguía de la discreción, dignidad y nobleza, sin que se diera cuenta…naturalmente. Liberó las anécdotas e historias que constituyeron los hitos en el camino que fue forjando su personalidad conocida. Se me metió en la médula, y allí se acurrucó al cobijo de mis entrañas… y yo en las de él.
¿Qué puedo decir? ¿Qué una sonrisa leve más parecida a una mueca me revelaba sus secretos y yo le correspondía en el mismo idioma? ¿Qué cuando leyó de corrido la primera palabra o frase, esta vez su carita se iluminó con una sonrisa ancha al descubrir fascinado un mundo nuevo? ¿Qué su corazón de poeta palpitaba acelerado y con pasión los primeros amores de su incipiente adolescencia?
Pero Manuel tenía su mundo al que amaba. A su mamá, Ángeles con quien jugaba y divertía como si fuera un par y ella lo cuidaba con la devoción que solo las madres pueden prodigar y sentir. A sus hermanas Constanza, Luisina y María Elena, y a mi esposa Miriam, quienes desde que lo conocieron lo fundieron en un abrazo de amor y ternura materializando la mejor definición de familia, más allá de cualquier convención estúpida,… abrazo mil veces renovado en un ida y vuelta incesante que profundizó los lazos hasta hacerlos indestructibles. A sus «tíos» de la vida, en especial Graciela quien se desvivía y prodigaba en amor y educación que Manuel asimilaba con naturalidad. A Alicia y Patricio quienes retozaron y rejuvenecieron desde las primeras vacaciones compartidas en Córdoba. A su madrina, Bea, y sus tíos Javier y Mariana quienes no pudieron sustraerse de su encanto embriagador.
El mundo de Manuel también estaba constituido por una legión de «locos bajitos», y no tan bajitos. Sus sobrinos que lo idolatraban, Conradito, Catalina, Clarita, Felipe, Joaquín y Lucía, quienes aguardaban su llegada como si se tratara de los Tres Reyes Magos juntos y la síntesis de los súper héroes que pueblan sus fantasías. Sus incontables amigos y amigas, compañeros del Colegio, del deporte…de la vida.
Tal vez, el rasgo más destacable de la inteligencia con la que construía su mundo, lo revele el hecho de que alternaba sin dificultades y con una enorme capacidad de adaptación entre los niños hermanitos de sus amigos y compañeros, entre sus pares y entre los padres adultos que lo distinguían.
Manuel tenía buena madera, actitud para la vida. Su mundo interior se cimentaba en valores sólidos. Buen amigo, compañero, estudioso, responsable…sin que ello le quitara tiempo al ocio, la diversión y los juegos que disfrutaba. Apuntaba a convertirse en un buen ciudadano que con seguridad serviría a su país que amaba…pero ante todo era una buena persona y tal vez una personalidad en ciernes.
La naturaleza era su mundo, aunque parezca una obviedad. Amaba las plantas, los animales, sobre todo los callejeros que se le pegaban como un imán. Sus perras Sasha y Felipita y el rey de su hogar era su gato Roma. Era un defensor del medioambiente y en eso radicaba el mayor interés de sus estudios. Tal vez por eso, no necesitará otro rosario que lo acompañe, más que no sea el constituido por los eslabones de plantas, flores, y árboles bendecido por la sabiduría de la naturaleza.
Por mi actividad he debido hablar en público miles de veces y casi con certeza debo haber exagerado en cada ocasión…les aseguro, les juro que lo aquí escribo no exagera un ápice, ni siquiera por la subjetividad de padre eternamente herido.
Elegí no para que juzguen, sino para que tengan una aproximación a la dimensión de la pérdida tres de sus creaciones que son representativas de su personalidad. Una poesía que escribió cuando tenía diez años de edad, un dibujo que realizó cuando se cumplieron 25 años de la Recuperación de la Democracia y Manuel tenía siete y una carta de sus amiguitos y compañeros motivada en su temprana desaparición.
Escribí esto desde las entrañas…desgarrado. Desde las vísceras escucho la voz de Manuel que me dice que hay que seguir viviendo por mis otros amores…por sus amores. Lo haré consciente de que es mi deber y para honrar a mi hijo muy querido…pero yo nunca más seré el mismo.

Federico Storani
12 de Abril 2016

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