30 historias en 30 años – Guillermo Geremía
Las víctimas del terrorismo de Estado de la ciudad de Río Cuarto
1. Ales Espíndola, Rita.
2. Amato, José Santiago.
3. Bauducco, Raúl A.
4. Berti Dominguez, Carlos Guillermo.
5. Braunstein, Gabriel.
6. Ceretti, Conrado Guillermo.
7. Cisneros, Ignacio Manuel.
8. Comba de Comba, Elsa Gladys.
9. Comba, Sergio.
10. De BreuilZottola, Néstor Enrique
11. Demichelis, Miriam.
12. Diaz, Juan Carlos.
13. Duarte, José Alfredo.
14. Espeche, María Z. de.
15. Espeche, Rodolfo Lucio.
16. Espíndola, Gerardo.
17. Fabiani, Héctor G.
18. Fernández Quintana, Vicente.
19. Gattavara, Luis Bernardo.
20. Gómez, Raúl Oscar.
21. Guerrero, Diana Griselda.
22. Harriague, Jorge Rodolfo.
23. Harriague de Quiroga, Elena María.
24. Harriague, Federico Juan.
25. López, Félix Roberto.
26. Luna Sánchez, Ignacio Jesús.
27. Mauro de Espeche, María Susana.
28. Perassi, Berta Clara.
29. Perchante, Juan Carlos .
30. Pinto, Alberto.
31. Pifaretti Bilbao, Ana María.
32. Ponce, Rodolfo.
33. Reyna, María D.
34. Silver, Ernesto.
35. Svaguzza, José A.
36. Tissera, Ricardo Leandro.
37. Vijande, Raúl Francisco.
38. Vila, Juan de Dios.
39. Villanueva Ana María
40. Villegas, José María.
Poema de revolución y muerte: El juicio por el crimen de Alberto Pinto
Por Pablo Callejón
«La rebelión de los pañuelos»
Madres de Plaza de Mayo
Informe: Pablo Callejón
Susana Dillon, la madre de todas las luchas
Por Pablo Callejón
Los dictadores desprecian a la vida porque prefieren sentirse dueños de la muerte. Ese dominio, mal que les pese, tampoco es severo ni infinito. Queda una historia vivida y otra por narrar, aún cuando algunos prefieran obstinarse al olvido ó reducirse al relato inmoral ceñido por el puñal y la sangre. La rebelión contra los tiranos y sus indebidos obedientes nos descubre finalmente al amparo de mujeres con pañuelo blanco. Madres que volvieron a parir la lucha de sus hijos desaparecidos y a describir el relato de los que no mueren, ni aún muertos. Cuando Susana recibió a su nieta recién nacida sabía que no volvería a ver a su hija. Sin embargo, no debieron imaginar los esbirros del genocidio que aquella mujer de profunda belleza y ojos pincelados por el mar fuera el reservorio moral que aleccionara la herencia de homicidas y cómplices. 35 años fundamentaron una lucha que pareció de corceles y de aceros, aunque la única protagonista fuera una madre y su militancia febril.
La Olivetti de color plomo, apuntes esparcidos por la mesa de madera, un recorte del Página 12 y el aroma de un café tibio a medio tomar formaban parte del escenario donde la conocí por primera vez. En el comedor del pequeño departamento sobre calle Moreno había un cuadro de Rita en blanco y negro y un portarretrato de María Victoria, aún adolescente. En la biblioteca a la par de la puerta de acceso, entre libros de Galeano y Cortazar, estaban sus propias publicaciones. Ese día me regaló “Mujeres que hicieron América”, su opera prima nacida en la experiencia de sus viajes por Latinoamérica. La ancianidad no le había empañado su guapeza, ni logró aplacar la fortaleza de sus ojos de cielo. Solo la torpeza de sus pasos pequeños parecía revelar la vejez.
“Hay una falta de educación para lo imprevisible”, expresó Susana en una de sus últimas entrevistas. La escritora y maestra sabía que aún en el poder redundante de quienes ostentan los hilos del sistema, la existencia dispone grietas con saldos, por suerte, irreversibles. Susana, fue una obstinada luchadora por montar la crisis en el convencionalismo riocuartense y resistir el lastre del abandono sobre los ninguneados de siempre. “La madre de los desaparecidos” obligó a muchos descendientes y obsecuentes del poder dictatorial a cruzar la calle para evitar su mirada aleccionadora. Aún en democracia, las víctimas del abuso policial ó el letargo judicial y político en la búsqueda de la verdad, hallaron en ella la respuesta moral a sus reclamos.
Susana no pudo ver sentenciados en vida a quienes mataron a Rita y su yerno, ni pudo colocar las flores sobre las tumbas todavía vacías. El Tribunal Federal Número 1 prevé comenzar a juzgar este año a Luciano Benjamín Menéndez y otros represores por la muerte de su yerno, Gerardo Espíndola. Gerardo y su esposa, Rita Ales, fueron secuestrados de su vivienda en Río de los Sauces por un grupo de personas de Inteligencia militar vestidas de civil. Entre ellas, aparecían Luis Manzanelli, Carlos Vega, Oreste Padován y Ricardo Luján. Gerardo había sido derivado a la Perla y tras varios días de sometimiento a torturas y vejámenes fue asesinado y enterrado en una fosa común. Susana supo por un sobreviviente que su hija murió fusilada. Rita estaba embarazada de 6 meses cuando fue secuestrada y finalmente dio a luz en el Hospital Militar de Córdoba. La beba fue entregada a Susana en una caja de cartón, con una carta que decía:“Me llamo María Victoria, soy sana, tomo leche Nan”
Susana duerme ahora su noche más larga, en un reencuentro eterno con Rita. Las certezas que nos legó se definen también como nuestras deudas. El destino de muerte parece alcanzar algunas veces a la muerte misma y se expresa en una trama infinita, rebelde, valiosa y temperamental. La Madre de la Plaza fue la rebelión permanente contra los mercaderes que siembre equilibran la balanza a su favor. Parte de la revolución que buscó su recuperar su tiempo y espacio. La mujer convencida de haber vivido como pensaba. La cálida sensación de la madre que nos parió en Verdad, Memoria y la búsqueda de Justicia.
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