Algunas de las participantes de la primera competencia de jineteada femenina en Jesús María cuentan cómo viven esta nueva experiencia.
guro, como suele suceder con las mujeres cuando resuelven abrir las puertas de mundos ocupados por varones, nada les resultó sencillo, y hasta es posible que hayan tenido que multiplicar el esfuerzo para ganarse el lugar.
Pero ya están en Jesús María, la tierra prometida para los jinetes argentinos, y no es asunto menor para el orgullo: cuando se despidieron de su pago chico, no fueron pocos los hombres que cuando las vieron partir se quedaron masticando algún raro sentimiento porque ellas iban a lograr lo que ellos tantas veces intentaron pero no consiguieron.
Andrea Marelli (23 años), Miriam Almeida (33) y Camila Sayago (18) son tres de las seis chicas que entre esta noche y mañana competirán en el campo de la doma del Anfiteatro José Hernández, por primera vez por un título de campeona nacional en la historia del Festival de Jesús María. Luego, para la foto, se sumó Gabriela Barria, otra de las competidoras.
Las tres tienen un mismo paisaje común que les cobija los ensueños de la infancia: el campo. Ninguna recuerda la primera vez que se subieron a un caballo; es posible que les haya resultado tan elemental como pararse sobre los pies y echarse a caminar.
Es que su padres, sus familiares, sus vecinos, son gente de montar y construyen lo cotidiano sobre el lomo de un animal, en tránsito de aquí para allá, y en casi todas las tareas rurales.
Andrea es de un pequeño poblado del norte santafesino, Hipatía. Su padre, Rubén Marelli, era un jinete de renombre en la zona, tanto que en 2004 alcanzó en Jesús María el subcampeonato en la categoría crina limpia.
“En el campo no teníamos cómo verlo por televisión, así que escuchábamos el campeonato de la doma por radio. Era muy emocionante; me ponía muy contenta. Nunca me asustó lo que pudiera pasarle, hasta que unos años después, vine a Jesús María y frente a la tribuna en la que yo estaba, sufrió un golpe muy fuerte. Se desmayó, y aunque reaccionó enseguida, yo me acuerdo que lloré mucho”.
Sin embargo, su camino ya estaba trazado y el episodio no la amilanó. “Soy la mayor de tres hermanos y la única mujer; por eso mi papá no quería que yo jineteara. Pero después aflojó”. Para más, pronto se cruzó en su camino otro domador, Ezequiel Ordina, y ya debutó en una cancha con una monta a cuatro espuelas. El hijo de ambos, Antonio, tiene dos años y ya cabalga con su madre.
En común
Miriam tiene varios puntos en común con Andrea: su padre fue jinete y vive en el norte santafesino, en el paraje Souto Mayor. Tan cerca están que se han hecho amigas, y no sólo las une la pasión por la jineteada, sino además el fútbol: algunas veces se han visto las caras en un partido, defendiendo camisetas distintas.
También debutó en una jineteada a cuatro espuelas junto a su esposo Claudio Debia, aunque de un modo accidentado: “La yegua cayó y nos apretó, pero salimos arriba”. Tampoco se amilanó; al contrario. Otra coincidencia: vio a su padre sufrir un serio golpe: “Se quebró tibia y peroné. Yo le hice dejar las jineteadas”.
Miriam tiene dos hijas: Milena (de 4 años) y Nahiara, y a la mayor no le hace mucha gracia verla montar sobre lomos ariscos. “Mamá, estás loca”, le dice, y casi que a Miriam no le queda más remedio que asentir: “Sé que estoy arriesgando, pero ahora que lo puedo hacer, lo disfruto mucho”.
De ropas y maltrato
Camila Sayago, en cambio, no tiene hijos ni novio, y creció en el sur bonaerense, en Oriente, donde la pampa empieza a pensar en hundirse en el mar. Su determinación fue cosa seria: “Cuando tenía 11 años, le pedí a mi padre, que también era jinete, que me enseñara, pero no me llevó el apunte. Pasaron años y le dije esa vez: ‘Yo voy a aprender a jinetear. Me hubiera gustado decir algún día que lo que sé me lo enseñó mi padre, pero vos no me das la oportunidad”. Entonces, Omar sintió que la espada ya tocaba la pared, y resolvió guiarla.
Pasó hace apenas un año, cuando Camila tuvo 17. “Empecé a participar de una jineteada tras otra, y me di varios golpes, pero nunca sentí temor, al contrario, más confianza me daba, y de cada error fui aprendiendo”. Qué duda cabe.
Las dos santafesinas del norte llegaron a Jesús María luego de ganarse la chance en el clasificatorio disputado en su provincia, en la ciudad de Recreo. La bonaerense, en tanto, obtuvo su pase en el lance jugado en La Carlota, Córdoba. Fue a través de Internet, en especial Facebook, que les marcó el rumbo a seguir para intentarlo.
Dicen que su condición de mujeres no les han causado demasiados inconvenientes, porque comparten el mundo de la jineteada desde hace tiempo. Aunque a Camila todavía le sale fuego por los ojos cuando recuerda aquel domador que le dijo: “¡Andá a lavar los platos!”.
Andrea también se indigna en ese momento, y dice: “Creo que si me lo decía a mí, le hubiera pegado un puñete”.
La ropa que visten se ve igual que la que usan los hombres: bombacha, camisa, botas, y boina. Pero hay pequeños detalles que marcan las diferencias: “Las camisas son más ceñidas y las bombachas más pinzadas. Hasta hace unos años estas prendas sólo se conseguían para hombres; así que era mi mamá las que me las tenía que hacer”, cuenta Andrea.
Sobre los cuestionamientos a la doma por el maltrato a los caballos, las tres dan una misma versión. Habla Camila: “Es de ignorantes; no saben lo que es el campo: los reservados son los caballos más cuidados. Nunca vimos en una doma un animal flaco o en mal estado de salud. En cambio los que se usan para jugar al polo están todos lastimados; y ni hablar de los de carrera”.
Las tres vienen de lo profundo del interior, bien de las entrañas del país rural. “Para nosotros, para mi familia y para toda la gente de mis pagos, Jesús María siempre fue como un cuento. Es la ilusión de todo jinete, de toda domadora. Por eso es tan lindo estar acá”. Dice Miriam; dicen todas. (La Voz)
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