Alfonsín fue la primera gran ilusión. El social democráta de mirada convencida, oratoria impecable y gestos que abrazaban a la muchedumbre, fue también la primer gran decepción. El emblema ineludible del epílogo de las botas en el poder se convirtió al final en la agonía de precios que cambiaban con el vértigo de semanas, días y finalmente horas…
Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar) – Mi primer recuerdo de Raúl Alfonsín no lo incluye físicamente. Yo tenía 4 años y viajaba sobre la falda de mi vieja en el asiento delantero de un Fiat 128 blanco. Mi papá conducía el auto por una de las anchas avenidas de San Rafael, donde es necesario alcanzar el centro de la arteria para que las estrellas se impongan entre la ampulosa fila de árboles. Las avenidas en Mendoza son como la Quirico Porreca, un sueño de otoño en pleno parque de neón.
En una de las tantas detenciones de la caravana que vivaba por Alfonsín cruzó frente a nosotros un viejo camión Mercedes pintado de verde militar que llevaba en la parte trasera a chicos delgados y calvos que se reían a carcajadas haciendo la junta de manos volcada a la izquierda de sus rostros, como lo repetía en cada acto el caudillo radical. Corría el año 1983 y aún los militares estaban en el poder. Era la primera vez que celebrábamos algo en la calle, a la vista de todos y mi viejo reía feliz, extasiado, enternecedor.
La segunda postal imborrable de Alfonsín fue frente al televisor que mostraba en blanco y negro al estadista hablando a un pueblo que sudaba la angustia en la ensordecedora Plaza de Mayo. «Felices Pascuas» y «La Casa está en orden» fueron las frases que recordó la historia. Yo me acuerdo, además, de las manos de mi mamá levantándome el flequillo en un gesto cálido y lento. No necesité darme vuelta para saber que estaba llorando. No soportaba verla llorar, aunque ella solo lo hiciera por alivio.
Alfonsín fue la primera gran ilusión. El social democráta de mirada convencida, oratoria impecable y gestos que abrazaban a la muchedumbre, fue también la primer gran decepción.
El emblema ineludible del epílogo de las botas en el poder se convirtió al final en la agonía de precios que cambiaban con el vértigo de semanas, días y finalmente horas. El Plan Austral, la hiperinflación y los fatídicos 13 paros generales emergieron en el denominado golpe económico. El mercado aceptaba las urnas pero no su mandato. El modelo que impulsaban era el neoliberal que emergió con Martínez de Hoz y que Menem ratificó con el achicamiento del Estado, el remate de las joyas del pueblo y la vendimia de dólares a montones que valían más en Recoleta que en la ampulosa Nueva York. El desencanto por Alfonsín dio lugar al Pacto de Olivos y el menemismo. Ni más, ni menos.
El mérito histórico del caudillo radical de sentar en el banquillo de los acusados a los jerarcas genocidas y desenterrar las verdades que no desaparecieron con sus muertos, fue un hito ineludible que ningún país latinoamericano ni democracia en el mundo pudo repetir.
Los levantamientos carapintadas de semana santa, Monte Caseros, Villa Martelli y el ataque terrorista a La Tablada dinamitaron la certeza sobre el futuro de una institucionalidad en ciernes. La gente apoyaba en las calles y desafiaba a los que antes mataron y torturaron. Pero el fantasma pudo más y llegaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
¿Podría haberse sostenido de todos modos la sucesión democrática? Con el tiempo, la historia no se reduciría en juicios tajantes sobre lo que en su momento fue un repudio generalizado.
La derrota legislativa y provincial de 1987, la profundización de una crisis económica en la que los países americanos quedaban inmersos en la década pérdida y la herencia de una deuda externa multiplicada por la obscenidad de las políticas militares, agobiaron la promesa de que con la democracia se cura, se come y se educa.
Alfónsín había construido los pilares de la democracia, pero aún restaba resolver la República y consolidar un modelo de país con real justicia social.
El gobierno radical falló estrepitosamente en esa búsqueda.
El proyecto económico e institucional de Menem tuvo una dolorosa secuencia en otra gran decepción de la cuál el ex presidente Alfonsín formó parte. La Alianza surgió cómo el primer antecedente a la izquierda moderada de Lula, Tabaré ó Lagos, pero su penoso travestismo del mensaje concluyó con el regreso de Cavallo, 33 muertos en las calles y el clamor por el que se vayan todos.
La despedida histórica y multitudinaria, con honores de prócer y mística épica, rescatan al político honesto, de inmensa vocación democrática, que juzgó a los asesinos y defendió la sucesión republicana del poder. El rescate de sus méritos sosegó las críticas por sus profundos errores.
La imagen del estadista se vislumbró sobre el final como el anciano que aconseja con la mirada afable y el cuerpo añejado.
El ex presidente aún me recuerda la caricia sobre el flequillo y la emoción de mi madre por esa democracia que flaqueaba pero no caía. Una postal dolorosa y sanguínea como nuestra historia reciente.