Cuatro están vinculados al homicidio (dos argentinos y dos bolivianos), siete por coacción calificada y doce por contravenciones. Lo confirmaron desde la Policía.
23 personas resultaron detenidas tras el crimen de Jorge Rodríguez y los violentos episodios que derivaron de su muerte. Así lo precisó la comisario Marina Rodríguez, vocera de la Unidad Departamental.
Aunque inicialmente fueron demoradas 9 personas por el homicidio, solo cuatro de ellos fueron imputados por el fiscal Julio Rivero. Se trata de 3 mayores de edad, dos argentinos y un boliviano, quienes quedaron imputados de homicidio calificado por el concurso de dos o más personas.
Además, está detenido un menor de 17 años de nacionaldiad boliviana, acusado de homicidio calificado, quien fue derivado a Córdoba.
Por los actos de vandalismo posteriores, la Fiscalía de Primer Turno ordenó varios allanamientos en los que se secuestraron varios elementos denunciados por las víctimas, «entre los que aparecen electrodomésticos, dvds, lavarropas, ventiladores, herramientas y ropa»
«Por estos hechos, se produjo la detención de 7 personas, 6 hombres y una mujer, acusados de coacción calificada, quienes fueron trasaldados a la Cárcel», enfatizó.
Otras 12 personas fueron detenidas por infracción al Código de Faltas y están acusadas por escándalo y portación ilegal de armas.
Durante los operativos fue secuestrada una pistola calibre 22 relacionada al homicidio y otra arma tumbera.
«Hoy, la mayoría de las viviendas han sido recuperadas y el barrio se desarrolla con total normalidad. Vamos a seguir trabajando para garantizar la seguridad», enfatizó.
La Policía fue fuertemente cuestionada por los ciudadanos bolivianos, quienes consideraron que no estuvo garantizada la seguridad durante la ola violenta.
Perderlo todo
Simón Moyo y su esposa, viajaron a Bolivia para visitar a sus familiares y en Río Cuarto, les desvalijaron la casa en medio de la ola de violencia y discriminación.
La familia estaba en La Paz cuando fueron informados sobre lo ocurrido y decidieron regresar de urgencia.
Hoy por la tarde, observaron lo peor. Jóvenes habían ingresado a la casa tras romper la puerta de acceso y, tras revolver todos los muebles, se llevaron un televisor, una moto, herramientas de alto valor y otros elementos.
Crónica de un día agitado
Con la beba en brazos, su mujer cargaba una muda de ropas envuelta con una sábana, mientras él ayudaba a subir una cocina entre los muebles apilados con la urgencia del miedo. Una hora antes habían solicitado un camión de mudanza para huir de la violencia que los tuvo en vilo durante más de 72 horas. Residen sobre el pasaje a metros del puente que une el barrio con Alberdi, donde un grupo de jóvenes encapuchados los amenaza con palos y piedras, mientras lanzan consignas xenófobas. Detrás de la vivienda, un niño con la camiseta del Barcelona juega entre las piernas de los infantes que custodian la barriada. Durante la mañana fue a clases y un compañerito le dijo: “ustedes se tienen que ir porque matan gente, pero te podes venir a mi casa”.
Las familias bolivianas se mueven en grupos, buscando protegerse de una venganza inútil, signada por la segregación. Mientras crecía la tensión en las calles, María llegó hasta el sector para ayudar a su hermana a cargar sus pertenencias en un éxodo enloquecido. “A nosotros no nos regalaron nada, pagamos cada centavo. Trabajamos para vivir y a esta gente no le importa el muerto. Nos quieren robar, nada más…”, señala entre lágrimas.
En la esquina, de calle Colombia, un joven teñido de rubio y con la camiseta de Boca, se lanza furioso contra ciudadanos bolivianos que piden frenar la violencia. “Vayansé hijos de puta… son abuso… como van a matar…. Mierda los vamos a hacer”, expresa con los ojos enrojecidos ante un grupo de chicos desarmados. Otros jóvenes respaldan la violenta actitud con gestos amenazantes. Levantan palos ante la vista de todos y la ausencia policial. Se escucha el impacto de algunas piedras y el miedo se percibe entre los vecinos. La mayoría no fue a trabajar ni envió a sus hijos al colegio. Quieren recuperar la normalidad, pero se quedan mirando absortos el desenlace de otra jornada de tensión.
Una puerta se rompe y otra vez gritos. Una mujer boliviana corre hacia su casa, pero ya es tarde. Adolescentes ingresaron a la unidad habitacional y en solo minutos se llevaron lo que pudieron. La vecina estaba ayudando a sus pares en la huída del sector y lo perdió todo. Al llanto desconsolado se suman otros residentes bolivianos que le piden calma. “Se llevan chucherías esas mierdas… es plata nomás”, le dice una joven embarazada. Minutos después se sienta a la par de la puerta destrozada y también llora.
La Policía busca mediar entre los vecinos y no se observan funcionarios políticos. En la Defensoría del Pueblo avanza un diálogo, que en el barrio muchos desconocen.
Una decena de familias ya habían huido, otras esperaban el tiempo para hacerlo. Un hombre sigue internado por una violenta golpiza tras el crimen y su mujer teme más represalias. “Nunca vimos nada igual”, le relata un periodista a su compañero de tareas. Una sexagenaria asiente mientras se toma la frente. El sol se escurre entre el humo de las cubiertas que impiden el tránsito sobre el acceso norte y hay miedo por el arribo de la noche. Están cansados, pero nadie espera dormir. El crimen que desató la ira generó otras secuelas tan violentas y serviles como el dictamen de una bala.