¿Te acordás como era? Te escondías entre las piernas de papá, con los pantalones cortos hasta las rodillas y un peinado a la gomina que se resistía al ventarrón de agosto…
¿Te acordás como era? Te escondías entre las piernas de papá, con los pantalones cortos hasta las rodillas y un peinado a la gomina que se resistía al ventarrón de agosto. Después, te acomodabas hasta ganar un lugar en la vereda para ver esa caja de madera que dibujaba imágenes en blanco y negro con la irreverencia de las películas, pero en vivo y en directo. El locutor estaba de punta en blanco y hablaba como en la radio, sobre una pasarela que parecía infinita y la llamaban “estudio”. Te acordás, claro, cuando tu viejo gritaba los goles que su equipo había convertido dos días atrás. La repetición era un sano engaño para el alma. Estabas ahí, como él, entre los hinchas de frack y sombrero que gritaban sin incomodarse sobre las gradas de un estadio repleto. Los cracks de El Gráfico tenían movimientos creíbles en esa pantalla panzona que no dejabas de mirar.
Era 1964 y había nacido la tele riocuartense. La aventura se narraba en el local de la ex confitería “El Americano” de la esquina de Vélez Sarsfield y Alberdi. Todavía era Canal 2 y la señal se trasladaba por circuito tan cerrado como incipiente.
Fuiste creciendo y abandonaste los pantalones capri de grafa. Un amigo se compró un televisor y el living de su casa era la excusa para escaparle al potrero. Las transmisiones duraban solo 6 horas y media. Vos cruzabas las piernas y desenfundabas el arma a la hora señalada, se te piantaba un lagrimón si le perdías el rastro al héroe de la película y te reías a carcajadas por las impericias de un tal Sandrini.
En los 70 ya tenías tele en tu casa. Y la señal tenía el nombre del 13. Había un solo aparato, claro, y estaba sobre una mesa de madera que lo resistía todo. Había quedado en el comedor y al mando de mamá. Los radioteatros eran entonces novelas y las noticias no solo se leían. Vos te habías dejado el pelo cuidadosamente desprolijo y silbabas La Balsa. Las calles resistían al chantaje de la muerte y en la noche más larga, la tele era un refugio sin calma. Los locutores hablaban en vivo, las publicidades se repetían con placas de proyección y los actores improvisaban sobre el escenario de cartones y luces. ¿Te acordás? Tu viejo miraba los partidos del mundial en vivo. Luego supiste que se filmaba en colores, aunque todavía lo veías en blanco y negro.
Llegaba la primavera de los 80 y en cada hogar había más que una tele. Las noticias llegaban al instante y no había que esperar tanto para reconocer las imágenes que desnudaban la pantalla. Movías la antena y listo, las postales que informaban y entretenían se desplegaban en su color natural. Y un día subiste el volumen por el control remoto. Acordate, dale… Eras dueño del tiempo y del espacio que se definía a través de la tele. Estudiantes jugaba el Nacional, Maradona hacía del fútbol un arte, el “Chicharra” daba discursos campechanos, la ciudad sumaba edificios y lloraste como todos la muerte irracional en el Banco Popular Financiero. Estabas casado y ya tenías tus hijos. La pertenencia con la tele se consolidaba con tus primeras canas. Todos tenían acceso a la televisión abierta. Y la tele, era definitivamente Canal 13.
Vinieron los 90 y nació Telediario. Cómo no acordarse. Almorzabas y cenabas con ellos. El imperio fue un bar, contabas uno, dos y trece, conociste la región, bailabas loco de contento, tocaste madera, compartiste un secreto, la suerte jugó del lado del azar y así fueron las cosas. Las teles eran más planas y livianas. Había una en cada lugar de la casa y ya no eras el mandamás del control.
Los 40 comenzaron a blanquearte la sien y consolidar tus mañas. Los chicos ya estaban grandes y el viejo caminaba lento como en la canción. Tu mamá aún conserva la calidez de las tardes que tomabas el café con leche sobre la alfombra del living y le preguntabas si el bandido de la película volverá a caer en las garras del sheriff.
La tele es ahora una lámina finita de alta definición con sonidos envolventes. Los protagonistas crecieron como vos. Algunos no están y los extraña el alma. Vos te desplomás sobre el sillón y tus hijos se suman al encuentro. Ya tenés 50. La memoria destila imágenes que se parecen a tu historia y el cuerpo carga las secuencias de un largo tiempo transcurrido.
Sobre tu hombro descansan las historias de esa tele solitaria en la vidriera del comercio que hoy se reviste de brillos de neón. Y vos que creías haberlo visto todo te confundís en la mirada complaciente de tus hijos. Frente a la tele volvés a emocionarte, te reís sin vergüenza, sufrís el enésimo enojo y le pedís una tregua al tiempo. Aquel instante con tus viejos lo recuperás medio siglo después. Y aunque ya no seas el pibe que se desparramaba sobre la vereda, ni la tele se cubra de un grueso marco de madera, mantenés la misma complicidad. Ponés el 13 y te dejás ver. 50 años después, ¿te acordás?
Por Pablo Callejón