Las clases con Lionel se parecían a salas de redacción. El papel siempre envejecido de los diarios olía a tinta fresca y los nervios del inicio de hora asimilaban la expectativa por la novedad. «El buen periodista sorprende, es innovador, cuenta lo que otros no saben y se anticipa. Se debe llegar al mayor público posible y molestar al que hay que molestar», aconsejaba el profesor de profunda elegancia y una filosa mirada que observaba más allá de lo que podía ver.
Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar)- Las clases con Lionel se parecían a salas de redacción. El papel siempre envejecido de los diarios olía a tinta fresca y los nervios del inicio de hora asimilaban la expectativa por la novedad. «El buen periodista sorprende, es innovador, cuenta lo que otros no saben y se anticipa. Se debe llegar al mayor público posible y molestar al que hay que molestar», aconsejaba el profesor de profunda elegancia y una filosa mirada que observaba más allá de lo que podía ver.
Lionel nació en Laborde, hace 68 años. Su niñez de atorrante de pantalón corto y rodillas gastadas la vivió en Chazón, un pequeño pueblo sobre la ruta 11 donde un indio semidesnudo es el único héroe en el bronce. A los 10 años llegó con su familia a Río Cuarto para radicarse definitivamente en la ciudad.
Primero en el periódico «Pregón», y desde 1965 en el mítico diario «El Pueblo», se convirtió en investigador, editorialista, columnista y redactor de los sucesos que impactaron en el interés colectivo de las últimas 5 décadas y fue el entrevistador ineludible de los hombres y mujeres que los protagonizaron.
Fue docente y empresario exitoso. Creo, sin embargo, que fue esencialmente periodista. Esta actividad de magros salarios y pasión desbordante surge desde una convicción íntima y muchas veces lacerante con nuestros tiempos y el que disponemos a los afectos.
Lionel tenía un trato personal en la masificación de las aulas. No ejerció la docencia inmerso en la dictadura de los horarios ni sumido a la estricta voluntad de lo que fijaba la currícula. De todos modos, no era un contexto anárquico el que imperaba finalmente. Lo que nos colmaba era la imprevisibilidad primaria y el goce final por lo aprendido. En sus clases -como gran periodista que fue- se imponía la novedad.
Anticipándose al dictamen de la enfermedad ya declarada, Lionel concluyó la narración periodística sobre el asalto y la matanza ocurrida en el extinto Banco Popular Financiero, en 1997. El hecho impuso por primera vez a Río Cuarto en las crónicas policiales del país y es una herida ardiendo en las páginas negras de la memoria colectiva. El libro aún no fue publicado pero se vaticina como una apelación inevitable para volver a referirse al caso.
La ecuanimidad de la muerte radica en su carácter inevitable y unánime. Nada puede justificar la irritante prepotencia que asume el final abrupto y anticipado de quien dignificó su vida y la profesión, convertido en gestor y maestro de nuestros mejores impulsos periodísticos.