Juan Martín es un joven cordobés de 23 años que pasó de mantener un estilo de vida aburguesado, a trabajar como malabarista en los semáforos de la ciudad.
Hace poco más de un año, Juan Martín vivía en un imponente caserón del Cerro de las Rosas y se codeaba con la elite de Córdoba Capital. Sin embargo, algo pasó en su cabeza un día, que hizo que abandonara aquella realidad por completo.
En la actualidad, el joven alquila una habitación compartida en una pensión de Nueva Córdoba y se dedica a hacer malabares en la Plaza España. En diálogo con Telediario Digital, asegura que no se arrepiente del cambio, por más que esta elección lo haya alejado de su entorno social.
En relación a su familia, Juan Martín admite estar un poco decepcionado. Confiesa que no lo acompañaron en esta decisión. Al día de hoy, no recibe ni contención económica ni afectiva por parte de ellos. Por sus actuaciones en los semáforos, el joven logra vivir con lo justo.
Respecto a porqué decidió cambiar de vida tan abruptamente, Juan Martín reconoce: “Me cansé de la gente que me rodeaba. Me cansé de sus preceptos y preocupaciones. Siempre fui `el distinto´ dentro de mi entorno. Soy el raro que no quiere tener un Fluence GT, ni le interesa hacer un postgrado en Estados Unidos (…) Me quedo con la escuela de la calle siempre. Es un lugar de intercambio y generación de códigos”.
En una de las esquinas de la Plaza, Juan Martín trabaja con otros malabaristas y un par de “trapitos” (limpiavidrios). Si bien lo cargan por ser “el cheto” del grupo, la relación entre ellos es excelente. “Al final de cada jornada, repartimos en partes iguales la plata que juntó cada uno. Es una forma justa de pensar en el otro”, reflexiona seriamente.
Juan Martín no se avergüenza de su trabajo y canaliza su bohemia a través de él. Reconoce que sus motivaciones pueden resultar absurdas para la mayoría de la gente, pero no reniega de ello. La charla finaliza con mates de por medio y escuchando una voz que se difumina de forma solitaria pero libre.