Como medio para resolver los innumerables conflictos que se nos presentan y se van multiplicando a lo largo de la vida, indefectiblemente recurrimos a figuras de autoridad. Así es que, durante nuestro desarrollo temprano cumplen ese papel los padres o tutores, aunque, cuando no siempre es así, aparecen patologías sociales difíciles de abordar.
Esta función de cuidado parental establecida, nos libra de muchas dificultades para orientar nuestras propias conductas en los períodos tempranos del desarrollo. Pero cuando ya estamos en etapas más desarrolladas, tenemos que comenzar a confiar en nuestras propias capacidades para averiguar y resolver las problemáticas que se nos presentan. Esa confianza tan esencial en nosotros mismos, se ve negada cuando se extiende en demasía esa subordinación, ya que dependemos o esperamos de otra persona la orientación de nuestros actos, y ésta puede ser cualquier figura que represente autoridad. La dependencia nos indica incertidumbre interior, pobreza íntima y el temor constante a la pérdida del otro mientras se dependa de él. Aunque sean cual fueren las diferentes culturas y costumbres todos estamos familiarizados según los mismos axiomas: estamos condicionados por el miedo (actualmente acrecentado), por la dependencia, por las creencias y sobre todo por el anhelo de estar seguro. Lo que pasa es que si estamos condicionados por el medio ambiente (del cual somos responsables de su construcción) no podemos considerarnos individuos independientes. Y aquí una disquisición, la pregunta sería: ¿Debemos empeñarnos en encontrar que papel jugamos en la sociedad? o ¿Tenemos que concientizarnos de cómo nos condicionan diversos factores como nuestras creencias e intereses?. Considero válida la segunda opción.
Comprender los hábitos de la mente (como nuestro conciente e inconsciente) a través del pensar, sentir y accionar, es entender la existencia de “trampas” sociales que nos llevan hacia la insignificancia y superficialidad. Sería como estar socialmente cautivos, porque no valoramos la vida de relación, la interacción con el otro, en donde considero está depositada la realidad de la vida. Nada puede existir si estoy aislado. Necesito de esa interrelación para tener vida. Pero cuidado, la mayoría de nosotros tiene tendencia a utilizar lo que esa interrelación nos da solo para intentar escapar de nuestra soledad, de nuestra pobreza psicológica, de nuestra incertidumbre. Quizás sea por eso que nos aferramos tanto a cosas externas. Hay desinterés para conocernos más.
Es obvio que tiene que haber alguna clase de cambio, la crisis social es local y global, no está limitada en regiones o naciones. Pero si somos nosotros quienes construimos esa sociedad, que a su vez es el espejo que proyecta nuestro modo de ser, tenemos que asumir la responsabilidad que nuestros problemas individuales son los mismos que presenta el mundo ante nuestros ojos. Con esto quiero decir, siguiendo a Krishnamurti, “que el mundo produce lo que nosotros somos”, emulando la famosa frase “tenemos lo que nos merecemos”: la ciudad, el gobierno, la escuela, el hospital, la iglesia, etc.
Es evidente que en la época actual, en que la inseguridad externa es cada vez mayor, tengamos un deseo de búsqueda de seguridad interior. Y para eso tenemos primero que comprender el proceso mental de nuestro mundo interno, discriminar lo mío de lo del otro y así ejercer una interacción enriquecedora.
Ahora, si nosotros estamos satisfechos con el ambiente frívolo y precario que nos rodea, quiere decir que estamos satisfechos por el escaso auto-conocimiento que tenemos, con nuestra escaso provecho de experiencia de vida, con la irresistible influencia publicitaria, es decir en otras palabras y por desgracia, que somos unos haraganes, dejamos que otros hagan el trabajo, que nos digan que hay que hacer. Lo oculto que producen todas estas acciones, es que estamos “fosilizando” para el futuro toda nuestra vitalidad de cambio, toda la agilidad del pensamiento y la sensatez de nuestros sentimientos, tan necesarios para la vertiginosidad de los tiempos que se avecinan.
Desde el punto de vista de mi especialidad, diría junto a Smud, que “cada persona puede, si quiere, transformarse a si misma y a su realidad que es el entorno. Es una enseñanza que procede no solo de la tradición oral (querer es poder), sino del espiritualismo”. Recientes investigaciones científicas corroboran, además, esta capacidad humana: somos libres para decidir que tipo de persona deseamos ser, que ambiente social queremos que nos rodee, pues este es la proyección de lo que nosotros somos. El detalle angular para la transformación y cambio en nosotros mismos, es una mezcla entre la voluntad y la intención de realizarlo, y de la impresionante plasticidad del cerebro, que está constantemente modificando su estructura de acuerdo a estímulos tanto internos como externos. El cerebro está expectante.
El conocimiento de uno mismo permite cultivar nuevas cualidades (creatividad) que poco a poco se van incorporando de forma natural a la vida cotidiana. Con esto dejaremos de petrificar nuestra vida de convivencia para depender de una alerta perceptiva del “instante en instante” de nuestra interacción con las cosas, las ideas y las personas. Y en eso estamos los especialistas dispuestos a ser soportes transitorios para el cambio.
DR EDUARDO MEDINA BISIACH