La importancia de la orientación vocacional-ocupacional.Los inconvenientes humanos en general y los vocacionales en particular se han complejizado en los últimos años, y su abordaje demanda abandonar la ilusión de una teoría completa explicativa de los disímiles objetos de estudio y adoptar un enfoque que reconozca la transversalidad del conocimiento y acuda a los diferentes saberes, a modo de una “caja de herramientas”, en la que cada instrumental se utiliza en función de las necesidades que los diferentes problemas del campo generan. Lo vocacional es un campo en la medida que su existencia supone un cruce de distintas variables intervinientes: sociales, políticas, económicas, culturales y psicológicas. Se trata de adoptar un pensamiento plural que, desde una perspectiva social, la elección de qué hacer, en términos de ocupación, está estrechamente relacionada con el contexto social, económico, político y cultural del individuo interesado. El contexto es determinante en cada sociedad, en cada momento histórico. Objetividad de primer orden, según Pierre Bourdieu. La búsqueda de “objetos vocacionales”, básicamente, trabajo y/o estudio, es continuo. El proceso de búsqueda de objetos que satisfagan el deseo es, por lo tanto, interminable y desde luego, concomitante de la propia constitución subjetiva. La escuela media masiva, «cada vez más necesaria, pero cada vez más insuficiente», ha sido vaciada de contenidos. No prepara para confrontar adecuadamente el desempleo, y tampoco para acceder a la universidad. Varios filósofos definen a la universidad moderna como «el lugar de la razón». La crisis que abarca hoy las diferentes dimensiones de la vida universitaria, tiene como telón de fondo la globalización de los mercados y las transformaciones sociales, principalmente aquellas referidas al espacio del trabajo, como asimismo la expansión y mundialización de nuevas formas de producción y circulación del conocimiento y la información. Lejos de honrar su condición de “faro de la modernidad” ilustrada, la universidad se ha adaptado a las nuevas condiciones de la vida capitalista. En un mercado de trabajo en transformación, con altos índices de desempleo, promueve a miles de jóvenes a continuar sus estudios. Se ven así proyectados a la búsqueda de carreras universitarias, muy lejos de poder dimensionar qué implica su elección. El título universitario pareciera ser más “imaginarizado” como un bien a consumir más que como una meta a alcanzar, fruto de un largo y laborioso proceso de formación intelectual y personal. El desconocimiento respecto a las carreras tiende a llenarse con los datos que existen en el espacio intrafamiliar o en el de los medios masivos de comunicación. Los modelos ideales que ofrecen los medios, jóvenes exitosos en el ejercicio pleno de su profesión, poco tienen que ver con la realidad actual o futura de la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy. Corresponde ahora retomar el nudo problemático planteado al comienzo de la lo expuesto: la posibilidad y aún la legitimidad misma de la práctica de la orientación vocacional en la entrada de la universidad, en el contexto crítico hasta aquí descrito. Los actores sociales son al menos dos: la universidad y quienes aspiran a ingresar a ella. ¿En qué se apoya la práctica de la orientación vocacional ocupacional, en su interacción con estos dos actores? Es que en la universidad, no hay otra comunidad que la comunidad de iguales. Es un ideal de igualdad en una sociedad fundamentalmente desigual. Derechos que, diremos, se resumen así: poder llegar a ser un estudiante universitario. Entonces derecho a ser eso y no otra cosa. Los derechos, se sabe, tienen su contrapartida en las obligaciones. Los que aspiran a ser estudiantes universitarios deben poder responsabilizarse de su condición de tales, vale decir estar dispuestos a transitar una transformación de sí mismos a través del camino del conocimiento. Saber crítico, siempre puesto a prueba, que descree de las palabras reveladas, conocimiento de los fundamentos de cada disciplina, saber del que se está dispuesto a apropiarse singularmente para volcarlo en sus actividades al conjunto de la sociedad civil. Y la universidad pública, hoy universidad de masas, puesta al servicio de la sociedad civil, debe responsabilizarse de implementar todas las acciones que son de su competencia, para procurar que sus estudiantes logren la transformación antes descripta. La práctica de la orientación vocacional en los inicios de los estudios universitarios, es una de las acciones posibles y legítimas. Cualquiera sea la modalidad técnica puesta en juego en esta práctica: brindar información, asistir en procesos de orientación individuales y grupales, ofrecer charlas, etc., su objetivo deberá, a nuestro juicio, encaminarse en la línea de rescatar al sujeto deseante y pensante, para ayudarlo a transformarse en un sujeto universitario. ¿A cuántos, a cuáles? A todos, sin excepción, con la única condición de que estén dispuestos a serlo.
Por: LIC. ELENA FARAH
Los inconvenientes humanos en general y los vocacionales en particular se han complejizado en los últimos años, y su abordaje demanda abandonar la ilusión de una teoría completa explicativa de los disímiles objetos de estudio y adoptar un enfoque que reconozca la transversalidad del conocimiento y acuda a los diferentes saberes, a modo de una “caja de herramientas”, en la que cada instrumental se utiliza en función de las necesidades que los diferentes problemas del campo generan. Lo vocacional es un campo en la medida que su existencia supone un cruce de distintas variables intervinientes: sociales, políticas, económicas, culturales y psicológicas. Se trata de adoptar un pensamiento plural que, desde una perspectiva social, la elección de qué hacer, en términos de ocupación, está estrechamente relacionada con el contexto social, económico, político y cultural del individuo interesado. El contexto es determinante en cada sociedad, en cada momento histórico. Objetividad de primer orden, según Pierre Bourdieu. La búsqueda de “objetos vocacionales”, básicamente, trabajo y/o estudio, es continuo. El proceso de búsqueda de objetos que satisfagan el deseo es, por lo tanto, interminable y desde luego, concomitante de la propia constitución subjetiva. La escuela media masiva, «cada vez más necesaria, pero cada vez más insuficiente», ha sido vaciada de contenidos. No prepara para confrontar adecuadamente el desempleo, y tampoco para acceder a la universidad. Varios filósofos definen a la universidad moderna como «el lugar de la razón». La crisis que abarca hoy las diferentes dimensiones de la vida universitaria, tiene como telón de fondo la globalización de los mercados y las transformaciones sociales, principalmente aquellas referidas al espacio del trabajo, como asimismo la expansión y mundialización de nuevas formas de producción y circulación del conocimiento y la información. Lejos de honrar su condición de “faro de la modernidad” ilustrada, la universidad se ha adaptado a las nuevas condiciones de la vida capitalista. En un mercado de trabajo en transformación, con altos índices de desempleo, promueve a miles de jóvenes a continuar sus estudios. Se ven así proyectados a la búsqueda de carreras universitarias, muy lejos de poder dimensionar qué implica su elección. El título universitario pareciera ser más “imaginarizado” como un bien a consumir más que como una meta a alcanzar, fruto de un largo y laborioso proceso de formación intelectual y personal. El desconocimiento respecto a las carreras tiende a llenarse con los datos que existen en el espacio intrafamiliar o en el de los medios masivos de comunicación. Los modelos ideales que ofrecen los medios, jóvenes exitosos en el ejercicio pleno de su profesión, poco tienen que ver con la realidad actual o futura de la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy. Corresponde ahora retomar el nudo problemático planteado al comienzo de la lo expuesto: la posibilidad y aún la legitimidad misma de la práctica de la orientación vocacional en la entrada de la universidad, en el contexto crítico hasta aquí descrito. Los actores sociales son al menos dos: la universidad y quienes aspiran a ingresar a ella. ¿En qué se apoya la práctica de la orientación vocacional ocupacional, en su interacción con estos dos actores? Es que en la universidad, no hay otra comunidad que la comunidad de iguales. Es un ideal de igualdad en una sociedad fundamentalmente desigual. Derechos que, diremos, se resumen así: poder llegar a ser un estudiante universitario. Entonces derecho a ser eso y no otra cosa. Los derechos, se sabe, tienen su contrapartida en las obligaciones. Los que aspiran a ser estudiantes universitarios deben poder responsabilizarse de su condición de tales, vale decir estar dispuestos a transitar una transformación de sí mismos a través del camino del conocimiento. Saber crítico, siempre puesto a prueba, que descree de las palabras reveladas, conocimiento de los fundamentos de cada disciplina, saber del que se está dispuesto a apropiarse singularmente para volcarlo en sus actividades al conjunto de la sociedad civil. Y la universidad pública, hoy universidad de masas, puesta al servicio de la sociedad civil, debe responsabilizarse de implementar todas las acciones que son de su competencia, para procurar que sus estudiantes logren la transformación antes descripta. La práctica de la orientación vocacional en los inicios de los estudios universitarios, es una de las acciones posibles y legítimas. Cualquiera sea la modalidad técnica puesta en juego en esta práctica: brindar información, asistir en procesos de orientación individuales y grupales, ofrecer charlas, etc., su objetivo deberá, a nuestro juicio, encaminarse en la línea de rescatar al sujeto deseante y pensante, para ayudarlo a transformarse en un sujeto universitario. ¿A cuántos, a cuáles? A todos, sin excepción, con la única condición de que estén dispuestos a serlo.
LIC ELENA FARAH