«Permítanme primero apuntar un dato que ustedes pueden verificar fácilmente. Este programa no ha realizado ni habrá de realizar ninguna nota ni entrevista vinculada con la internación en terapia intensiva …«Permítanme primero apuntar un dato que ustedes pueden verificar fácilmente. Este programa no ha realizado ni habrá de realizar ninguna nota ni entrevista vinculada con la internación en terapia intensiva y en estado muy delicado del ex jugador de fútbol Diego Maradona.
A veces uno opina a través de los silencios. En muchos casos resulta preferible que la emisión de un punto de vista discurra por caminos no necesariamente convencionales. En materia periodística, desde luego, esos caminos atraviesan el formato de la entrevista, del reportaje, del comentario o del intercambio cotidiano y muy natural de una actualidad que hace 48 horas, rumbo a 72, ha estado sumamente condicionada por el estado de salud del que fuera una estrella colosal del fútbol argentino en su momento de mayor gloria.
En la esperanza de que la recuperación física y emocional de Maradona se siga consolidando en los próximos días, deseo fervoroso en el que no me diferencio de ningún argentino, quiero aprovechar ahora este espacio para intentar algún tipo de pensamiento sobre lo que denominamos el caso Maradona y cómo ha sido evaluado, manejado y utilizado por los sectores más diversos.
Parece ser que es tan fenomenal la capacidad que tiene la situación del ciudadano Maradona que prácticamente nadie se resiste a la tentación de intervenir. Psicoanalistas, filósofos, pensadores, opinadotes de toda laya y, desde luego, periodistas, han creído oportuno dejar su impronta, y hablar del amor, de la necesidad, de la transgresión. Se ha llegado, inclusive, en las últimas horas, a la demasía incalificable de comparar al tratamiento fallido que Maradona intentó llevar adelante en Cuba, con el exilio del Libertador José de San Martín. Ha quedado escrito en letras de molde, negro sobre blanco, que la nuestra es una historia de exilios y que el de Maradona es uno más de ellos.
En términos generales en nuestras vidas privadas, la situación de enfermedad o de tragedia suele congelarnos en nuestra capacidad crítica. Porque cuando una persona ha caído o está duramente afectada por una enfermedad que puede o no ser terminal, la abrumadora mayoría de los seres humanos bien nacidos toma distancia (entendiendo lo de bien nacido no por el oro de la cuna sino por los valores morales con los que uno surge y se hace ser humano), por aquello de que no debe hacerse leña del árbol caído.
Ésta es una recomendación a la que yo adhiero porque, efectivamente, hay pocas cosas más miserables y cobardes que atacar al enemigo que ha tropezado, porque en ese momento ni siquiera puede ponerse de pie. En el propio fútbol, que es el ámbito por excelencia en donde Maradona surgió, se consagró y con el cual terminó enfrentado, existe la convención, que cualquier aficionado al deporte conoce, que cuando hay una lesión importante en el campo de juego, los jugadores tiran la pelota afuera, porque no hay que tomar ventaja del hombre caído.
Hecha esta aclaración, que está fundada en la enorme suspicacia que hay en la Argentina, en donde intentar un debate público sobre lo que pone en juego el caso Maradona es casi una especie de traición a la Patria, una suerte de ofensa a un santo patrono de nuestra virtud ciudadana, sobre todo, me gustaría aportar algunas inquietudes.
Imaginar, como pretenden algunos opinadores, que la parábola de Maradona era inevitable, que el país le hizo daño, apunta a un viejo defecto argentino que es la eximición de responsabilidades. Según cierto punto de vista, que a mi modo de ver es una mezcla de paternalismo y de relativismo moral, los transgresores verdaderos siempre son víctimas de la sociedad, carecen de libre albedrío, son lo que son porque la Argentina los hizo así (nos dicen algunos). Inclusive aquellos que se apoyan en razonamientos de tipo psicoanalítico, sostienen que lo que hizo Maradona fue haber adherido a la identidad de los perdedores. Cuando en verdad la historia nos demuestra que Maradona hace muchos años, por lo menos la mitad de su vida, que dejó de ser un perdedor. El fútbol lo hizo millonario, le dio no solamente dinero a raudales, sino fama y consagración absolutamente justas en todo el mundo.
Llegó a convertirse en los años ochenta en el paradigma del futbolista exitoso deseado por los grandes equipos de Europa. Su propia manera de vivir el éxito, como por ejemplo la rumbosa boda en el Luna Park y otro tipo de exhibiciones de un estilo de vida, nos mostraban a una persona que, lejos de ser un perdedor, era un ganador nato en el sentido más liberal de la palabra.
Adhería de manera activa y entusiasta a un código de valores que de ninguna manera se diferenciaban de los valores típicos de las clases medias enamoradas del consumo. No es cierto que Maradona se haya negado a ser políticamente correcto por una discriminación ideológica o por algún tipo de reflexión que haya hecho. Su clara adhesión al ex presidente Carlos Menem, que el periodismo progresista suele gambetear escrupulosamente (así como quiere olvidarse de la relación de intensa amistad de Charly García con Menem), nos habla de una persona que, en el mejor de los casos, no se manejaba con criterios ideológicos. Imaginar que el tatuaje de la figura del Che en sus músculos es una expresión de apoyo a la lucha armada de América Latina me luce una exageración producto del entusiasmo de los intelectuales que piensan desde la Recoleta, y que de alguna manera piensan que el caso Maradona les da permiso para este tipo de delirios de opinión.
Tampoco es cierto que al negarse a pagar alimentos a sus hijos naturales lo que Maradona haya hecho haya sido una ofensiva contra el orden establecido. Esa fue una expresión clara y explícita de inconciencia y de desamor. Ninguna enfermedad ni adicción nos puede quitar, ya que el personaje es público y a él está expuesto, la posibilidad de hacer un juicio de valores. Porque si una persona por ser famosa y rica es autorizada a presentar su irresponsabilidad paternal como una expresión de la lucha contra el establishment, ¿qué haremos con los hombres golpeadores de mujeres? ¿Qué haremos con los miles de hombres que no se hacen cargo de sus responsabilidades familiares, y no son ídolos mundiales del fútbol?
Maradona no fue políticamente incorrecto. Se asoció con Menem porque le convenía. No transgredió la moral pública al dejar de pagar alimentos a sus hijos naturales. Lo que hizo fue lo que hacen millares de hombres, que no tienen su popularidad, ejercer una irresponsabilidad viril francamente abominable.
El talento y la genialidad que Maradona ha exhibido en su vida tienen que ver con el fútbol. Y es cierto, en el fútbol (más allá de que la polémica no se termina nunca, si fue o no el más grande), ha sido uno de los más grandes. Pero no tenemos videos de Alfredo Di Stéfano (los que lo vieron jugar dicen que fue uno de los más grandes jugadores de toda la historia).
Este tipo de análisis ?resultadista?, en función de las copas o los tanteadores que una persona acumuló en su vida, nos lleva a conclusiones erradas. No hay tal genialidad irrebatible ni talento desaforado. Hubo un formidable jugador de fútbol que nos llenó de felicidad (me incluyo) jugando al fútbol. Convertir a esta historia, que mucho tiene de patética, en un equivalente contemporáneo del exilio de San Martín, es uno de los tantos delirios argentinos. PEPE ELIASCHEV