Quedó consagrado al bajarse el ex presidente del ballottage. En su discurso, llamó a Menem «cobarde» y lo acusó de «huir» ante una segura derrota. Asumirá el 25 de mayo y ya arma su gabinete.( Clarín – 15 de mayo del 2003) Con el cierre definitivo del ciclo político de Carlos Menem concluye además el proceso de transición institucional abierto en diciembre de 2001 con la renuncia de Fernando de la Rúa. El domingo 25, en el 193° aniversario de la Revolución de Mayo, el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, será proclamado nuevo presidente de la Nación.
Inspirada en su propio quiebre, la recomposición institucional fue acompañada por un último sobresalto: después de una semana de cavilaciones, que alcanzaron el ridículo en los últimos dos días, el ex presidente Menem formalizó ayer su renuncia a participar en el ballottage del domingo 18.
La decisión de Menem, si bien prevista por la Constitución y el Código Electoral, conspira contra el espacio reservado al ex presidente en los manuales de historia y sólo parece honrar el tradicional desapego de los argentinos por las instituciones.
Las razones de la declinación de Menem deben rastrearse, menos que en un discurso difundido por el Canal 9 de La Rioja, en las encuestas de intención de voto, algunas de ellas incluso previas a la primera vuelta del 27 de abril.
La derrota de Menem frente a Kirchner, o ante cualquier candidato en distintos escenarios de segunda vuelta, era inevitable: iba a provenir del acendrado rechazo que despierta su figura en una sociedad que parece haber incorporado algo más que la ética en su demanda de cambio en los modos de hacer política. Nadie en su entorno acertó todavía a explicar las razones por las cuales Menem parecía ignorar eso.
Menem se refugió ayer desde muy temprano en La Rioja, adonde había llegado con sus principales hombres, algunos de los cuales habían sido escogidos para integrar su hipotético gabinete. Desde su arribo, no dejó de mostrarse a lo largo del día frente a cámaras en una actitud que revelaba una profunda desorientación.
Los sucesivos cambios de vestuario del ex presidente buscaban transmitir un vértigo que en realidad nunca existió. Se aprende en la historia: Menem permaneció solo muchas de las últimas horas.
La situación de falsa incertidumbre dio un vuelco a media tarde, cuando el ahora presidente electo Néstor Kirchner apareció frente a las cámaras en uno de los salones del Hotel Panamericano. Kirchner, que apenas se había dejado ver en los últimos días, dio virtualmente por renunciado a Menem y lo despidió de la política con un discurso de fuerte contenido ideológico.
Kirchner buscó hacer frente a la incertidumbre planteada por la actitud de Menem. Pero sobre todo, a las dudas en torno a la legitimidad de su mandato, uno de los principales desafíos por delante, además de uno de los objetivos no declarados de la decisión del ex presidente.
Se declaró dispuesto a «asumir todas las responsabilidades que la Constitución y el pueblo» le impongan y anticipó el llamado a una convocatoria política amplia, «sin distinción de partidos ni sectores».
Se refirió a Menem en duros términos, como hacía años no se empleaban con convicción en un discurso político. «Tira del mantel sin importar los daños (…) Las encuestas que le auguran una derrota sin precedentes permitirán que los argentinos conozcan su último rostro: el de la cobardía. Y que sufran su último gesto: la huida», dijo Kirchner.
El gobernador de Santa Cruz, que venía exagerando su baja exposición, había conseguido anticiparse al anuncio de Menem, largamente transitado, que se conocería recién pasadas las siete de la tarde.
Menem empleó ese rato para grabar su mensaje y mostrarse ante un grupo de seguidores en la residencia del gobernador. Allí el ex presidente sinceró su decisión y buscó entre los restos más oscuros del peronismo para responderle a Kirchner.
«El viene del montonerismo. Yo soy un hombre del justicialismo que supo luchar en contra de los Montoneros», dijo. «Que él se quede con su 22 por ciento, yo me quedo con el pueblo», agregó.
Finalmente, el mensaje de Menem careció del menor impacto. El ex presidente leyó en telepromter tres páginas en las que acusó al presidente Duhalde de «encorsetar» al país en una «falsa opción» para el ballottage, «en la que se siente excluida una anchísima franja de la ciudadanía».
Menem advirtió además sobre la «principal amenaza» que para él enfrenta la democracia: «El peligro de la ingobernabilidad.» La advertencia cargaba un mal augurio. «El estrepitoso fracaso de la Alianza constituye una trágica y acabada demostración de un fenómeno cuya repetición puede tener funestas consecuencias».
Hubo otra referencia a Evita, la segunda en estos dos días, esta vez explícita. «Renuncio a los honores, pero no a la lucha.»
Menem envió a su apoderado para cumplir el trámite con el que su fórmula desistió de ir al ballottage. La jueza Servini de Cubría, en representación de la Junta Electoral, participó del que acaso sea el último acto administrativo de trascendencia del ex presidente. Anoche, Menem tenía previsto viajar en las próximas horas a Chile.
El primer movimiento político del día había surgido desde fuera del peronismo. El ex ministro Ricardo López Murphy buscó, y sin duda logró, erigirse en una figura relevante de la oposición al encarnar la sensación de indignación y vergüenza colectiva. La otra referente de la oposición, Elisa Carrió, calificó la renuncia de Menem como «una brutalidad política».
Los análisis que surjan de la situación vivida en los últimos días no podrán desconocer entre varios otros un hecho: apenas en el umbral de salida de la crisis más integral de su historia, la Argentina soportó un acontecimiento político de alto impacto, que amenazaba con una nueva frustración. El recambio generacional que se avecina acaso insinúe además que el país ha madurado.