«El irreverente pedido de “Que se vayan todos” fue el clamor de la gente para expresar el desencanto hacia una clase dirigente, que lejos de amilanarse se reacomodó y vuelve hoy a estar en los puestos de conducción…» Opinión de Autoconvocados.
Ciudadano Autoconvocados de Río Cuarto
Opinión, a 10 años de la crisis del 2001
Los sucesos de Diciembre del 2001 hacen de este un mes trascendente en la vida del país. Han pasado 10 años y la evocación nos permite reflexionar con más serenidad acerca de los acontecimientos que vivimos desde nuestra óptica de simples ciudadanos. Son los académicos los que analizan las causas y consecuencias de las políticas neoliberales aplicadas durante la década del 90 y el ríspido camino que de la mano de la convertibilidad fueron creando una situación compleja, que el pueblo padeció en forma creciente.
Como partícipes de esta sociedad, sufrimos fundamentalmente la pérdida de trabajo, y vimos la entrega del patrimonio nacional en una feria de privatizaciones, así como la corrupción que se mostraba ostentosa en todos los ámbitos de la República y los hechos aberrantes del campo judicial sustentados por una Corte Suprema fuertemente cuestionada hicieron que la posibilidad que en el año 1999 significó la Alianza para el cambio político que el país anhelaba ganara las elecciones.
Pero el rumbo no se corrigió y las decisiones fundamentales en materia económica con su repercusión social en un enroque increíble tuvieron a los mismos actores en los papeles protagónicos, así Domingo Cavallo al frente del Ministerio de Economía fue el punto culminante de un proceso que nos llevaba lentamente al abismo.
Entonces, a la pérdida de fuentes de trabajo se sumaron las medidas confiscatorias de los depósitos. Es allí cuando el impulso de los saqueos en zonas liberadas empuja a la gente a la calle. Fue el momento de irrupción en la escena de protagonistas de distintos sectores sociales reclamando por la inclusión unos y por el cambio de rumbo económico otros. Ajustes tras ajustes el esquema neoliberal había estallado en la ira de la gente, que salió a reclamar por el sueño del país perdido. Se descorrió el telón de la fiesta menemista y la inoperancia de la Alianza, vimos entonces una realidad dolorosa e innegable: fundamentalmente el hambre y la impotencia de sobrevivir de nuestra gente en un suelo que produce alimentos para trescientos millones de personas. La realidad nos golpeó brutalmente y ninguno de los que vivimos esa experiencia podemos haber transitado la misma sin sentir un profundo dolor por el sufrimiento de tantos compatriotas especialmente de los sectores más vulnerables.
Fue esa realidad la que nos impulsó a la calle, aquí y en muchas ciudades del país todo, los que creen que la clase media salió sólo por las consecuencias del corralito están equivocados. La gente tuvo dignidad como para afrontar el riesgo y exponerse en las calles a señalarle a una clase dirigente que no estuvo a la altura de las circunstancias, que no quería más aberraciones propuestas por ilustres personajes que nos llevaron a la bancarrota. Y muchos argentinos pagaron con su vida esta osadía, merece especialmente recordarlo.
Las consecuencias de la crisis se siente aún profundamente en la vida del país, su impronta quedó en los chicos que perdieron su oportunidad de crecer sanos, bien alimentados y educados. Quedó también en los adultos que perdieron su trabajo y no encontraron la posibilidad de reinserción en una tarea estable, y conocieron la precarización laboral, el trabajo en negro, los magros haberes por el pan nuestro de cada día, o pasaron a ser beneficiarios de los planes sociales. Muchos adultos mayores perdieron la vida, durante el largo pleito para recuperar sus ahorros. No se revierte una década de errores tan fácilmente, es así como aún hoy el índice de pobreza es un estigma que nos avergüenza.
La crisis del 2001, fue un punto de inflexión. El irreverente pedido de “Que se vayan todos” fue el clamor de la gente para expresar el desencanto hacia una clase dirigente, que lejos de amilanarse se reacomodó y vuelve hoy a estar en los puestos de conducción.
La sociedad no es la misma después del 2001, fue un duro golpe en la vida democrática pero por sobre todo fue la expresión de un pueblo que pudo manifestar su hartazgo y descontento. Y los que gobiernan lo saben, porque aunque sin prensa y sin canales de inclusión las organizaciones populares participan en la vida del país y no dejan de bregar por una tierra mejor para todos en la que no haya más niños y jubilados que se mueran de hambre, y cada argentino pueda encontrar el lugar que merece para vivir con dignidad cuando transcurre el siglo XXI.