Un escritor muy joven me dice: deberías dejar de escribir del pasado. Pensá en el futuro. Asiento, escucho y sigo. La vejez es nuestro futuro. Para todos, pero entiendo: la obligación es ser y parecer joven. Miraba la fotos de las chicas que todos quisimos conquistar, esa que ilustra este texto y hoy son viejas, tanto como nosotros, la vida se nos vino encima con carnavales y comparsas. Es entonces inevitable la nostalgia. Lo aconsejable es estar preparado. Saber que podemos quedar al margen o transformarnos en seres invisibles. Y hay que prohibirse caer en la tristeza o deprimirse. Escribir desde el recuerdo hace bien, digo. Vivir un sábado de aquellos días es añorar lo bueno, esperar que aquella mujercita del 5to C del Carmen pasé por Xanadú, como hace cuarenta años, es una forma de pasar una ancianidad menos solitaria. Contar el beso más largo del mundo en una tardecita en Saraos ( bar en Atenas) Es otra forma de resistencia ¿Vernos en esas situaciones nos hace bien? ¿Contar solamente el pasado glorioso es hacernos trampa? Nada tengo por seguro, pero la foto hizo disparar esta breve reflexión plagada de inexactitudes y preguntas. Acercarse a la vejez es entender también que el agridulce de la vida se va acentuando. Que la soledad está agazapada y que el modo más respetuoso de seguir es levantarse cada mañana mirarnos al espejo y redescubrir que estamos en la vida.Y que vivir sigue siendo un gran proyecto…
R.L.