Recuerdos y ficciones…
NIÑOS DE LA LUZ MALA
Los caramelos Mediahora, los Sugus, el praliné del boulevard Roca, las pizzas de Schiaffino, la renoleta blanca y radiante de Marcos, los domingos en el trencito del Parque Sarmiento, la bicicleta verde que me trajeron los reyes (un mes antes el Tomy me había dicho, con su vozarrón de hojalata, los reyes son lo padre, son), las tres películas de Sergio Leone en el cine Rex (salíamos con olor a pólvora y a los tiros), el pasaje Dalmasso de luxe y la vidriera de juguetería Pina.
Los viajes a Rodeo Viejo, la gomera, las piedras, la libertad sin paredes, pescar una palometa en el arroyo. Las historias de la luz mala que contaba mi tío Nene( y esa noche n o dormir), la caja de dulce de batata que aparecía mágicamente en la chacra sin soja, la tía Norma, ir al campo en verano y regresar temprano (viajemos con luz, las rutas son un peligro, decía el Tito cuarenta años atrás; siempre hubo ladrones… Ojo con las interpretaciones: ladrones son los que se robaron las rutas que nunca hicieron y siempre cobraron…).
Jugar a las figuritas en el colegio, cagarse a trompadas con Román por un gol mal anulado, hurtar mandarinas en lo de doña Julia, detenerme, después supe por qué, en las pecas que salpicaban el perfil perfecto de Emma. Escuchar malas palabras en la canchita, luego copiarlas y usarlas contra los hermanos Perez que viven detrás de las vías.
Enamorarse de la maestra Mimí de segundo grado, comprar un helado en Polichinela, quedarse un rato mirando el cartel de Copa & Chego, creer en ese perro y en Anguetto, el de Carlitos Bala. El Pan de Leche de la panadería de los Pardo, las bolas de fraile en la canasta aceitosa del bicicletero, el primer delivery que vi en mi vida. Decir: ¡Viva Perón!, para que alguien pusiera su dedo sobre los labios, hiciera el gesto de silencio, te pueden escuchar, vamos a ir presos…
El corso en el boulevard, la música de vinos Cavic, los indios de Jumalá, el papel picado, algunos chicos del centro comprando nieve loca (imposible para nosotros, los del barrio), subirse al tractor de la vecinal y sentirse héroe. Entender con los años porqué a Daniel le gustaba disfrazarse de mujer. Espiar el baile en el casamiento de los Catana.
Los domingos recorrer el pasillo, ir a la habitación, acomodarse entre mamá y papá, escuchar sus charlas y quedarse un rato largo en la cama grande, cálida, inmensa. Familia. Las caricias en el pelo en las suaves manos de mamá y en las de acero del padre. Ser niño, sin saberlo.
Podría seguir toda la noche, la lista de los recuerdos de la niñez sería interminable. La escribo para contarles mañana a mis niños qué era ser niño hace un tiempo largo. Prometo llevar un álbum de fotos, yo soy ese flaco largo que luce un gorrito en cono, de cumpleaños, ese que abraza a una niña pecosa y que aún no sabe por qué lo hace…
r.l.