Por Pablo Callejón
La amenaza es inmensa, inabarcable. Aparece como una advertencia intangible que nos invade el aire, nuestras costumbres, el tiempo que compartíamos, el trabajo que ahora tememos perder, los lugares que visitábamos y las pequeñas libertades que resignamos. Si todo lograra alinearse con el esfuerzo de tantos días de encierro podría ser solo eso, una amenaza. Aprenderíamos a convivir durante meses con ese virus extraño, hasta que aparezca la bendita vacuna para volver a respirar aliviados, con bocanadas profundas. Sería un escenario que firmaríamos a ciegas, como si nos sintiéramos parte de un equipo que se percibe inferior y daría lo que fuera por un empate. Hasta ahora ganamos tiempo y eso cotiza mucho más alto que las acciones del mercado. Es un atajo necesario para adquirir respiradores, disponer de más camas, sumar espacios de contención y aprender a cuidarnos al lavarnos las manos y tomar distancia. Un solo caso podría representarnos el caos del geriátrico en Saldán y el encierro comunitario de Loncopué, el pueblo neuquino donde aún maldicen la pésima decisión de reunirse en un asado. Tan vulgar y riesgoso como eso.
En Río Cuarto hay solo dos pacientes internados por Covid19 y ninguno requiere de atención respiratoria mecánica. Cuatro personas ya recibieron el alta y otras cinco se recuperan con tratamientos ambulatorios en sus domicilios. Aunque se aguarda el resultado de 33 análisis de hisopados, desde hace 14 días no hay nuevos contagios confirmados. El contexto es alentador a un mes del inicio de la cuarentena pero tiene, al menos, dos llamados de alerta. En la ciudad ya se produjo una muerte por Coronavirus y el ministerio de Salud de la Nación la considera zona de “Contagio local”. Son datos que desalientan medidas de flexibilización del aislamiento social y ralentizan el acceso a un plan administrado de la cuarentena.
A la espera del pico de contagios, el Hospital de Río Cuarto cuenta con 30 camas críticas, 35 unidades de aislamiento y 12 lugares disponibles en Terapia Intensiva. Todos están ubicados en el Tercer Piso, un espacio que actuará como primer bastión de contención sanitaria. Si la curva de casos se expande se alistarán otras 50 camas del cuarto piso y unas 20 ubicadas en el quinto piso del nosocomio. En tiempos de emergencia la necesidad aumenta y el Hospital prevé el arribo en los próximos días de nuevos kits de batas, barbijos, escafandras, cofias y otros elementos que serán destinados al trabajo con pacientes afectados. Para la atención sanitaria se incorporaron 25 médicos y enfermeras que debieron adecuarse rápidamente a una contingencia que algunos funcionarios describen como “la guerra que necesitamos librar contra un enemigo invisible”.
Las seis clínicas y sanatorios privados de la ciudad suman otras 300 opciones de atención, aunque con una capacidad limitada de respiradores. La estrategia inicial fue ganar tiempo para optimizar recursos escasos y capacitar al personal, pero nada resultará suficiente sin un control en el desarrollo de la enfermedad. Allí es donde se fundamentan las razones de la batalla final. La efectividad del encierro en el hogar y la suspensión de actividades actúan como el único paliativo razonable para que el sistema de salud no termine desbordado.
El Gobierno de Córdoba decidió dividir la provincia en siete regiones a través de los centros de operaciones de emergencias. Los organismos fueron creados para reunir la información y tomar decisiones en el plan de acción contra la pandemia. La composición es interdisciplinaria pero los COE apuntan a un objetivo central: reunir todos los esfuerzos con el Estado como coordinador. En pocas semanas se articularon más de 110 espacios de aislamiento para pacientes contagiados con síntomas leves, que permiten una asistencia ambulatoria. Son en total 9 mil camas distribuidas en hoteles, clubes, estadios de fútbol, colonias de vacaciones y predios de instituciones.
El secretario de Gestión y Modernización, Guillermo De Rivas, precisó que en Río Cuarto se desarrollaron dos centros de aislamiento. Uno está ubicado en el campus de la Universidad Nacional, donde se instalaron 60 camas en las residencias docentes, 40 en los salones de arte y 50 unidades en el edificio de Enfermería. En el pabellón de estudio se habilitarían las condiciones para desarrollar una extensión hospitalaria. Pero, la opción de avanzar en un ala de mayor complejidad confrontaría con la escasez de insumos, recursos sanitarios y personal médico.
Otras 100 camas fueron dispuestas en la sede de la Sociedad Rural, con capacidad para sumar otras 50 unidades. El dispositivo obligó a instalar baños químicos con sistemas de duchas, consultorios privados y una sala de uso común para que pueda ser utilizado por los pacientes.
Desde el Gobierno municipal designaron al presidente del Concejo Deliberante Darío Fuentes como coordinador en el operativo de la Universidad y a Miguel Alonso y Martín Herrera en la organización del predio ruralista. De Rivas precisó que se necesitará un plantel de 50 personas por centro para las tareas administrativas, limpieza y seguridad. Además, los predios contarán con acompañamiento terapéutico, cocina externa y enfermería.
Un médico deberá controlar la evolución de los pacientes con síntomas leves ó asintomáticos para advertir cualquier agravamiento del cuadro que obligue a su traslado a centros de mediana y alta complejidad.
Los espacios de aislamiento buscarán contener a riocuartenses que conviven en condiciones de hacinamiento, en viviendas precarias y hogares en los que no existen ambientes que permitan sobrellevar el tratamiento. El objetivo es contener a los pacientes y evitar una propagación que desborde la capacidad médica asistencial.
El cambio vertiginoso de las costumbres nos expone a una tensión cotidiana. Vivimos con temor a darnos la mano, acercarnos demasiado y tocar algo que pudiera estar infectado. Todo sucede mientras compartimos la contradicción de ver más gente fuera de sus hogares y demasiados locales abiertos. Los controles están pero pierden eficacia en las razones de los que deciden volver a las calles. Pero también hemos aprendido mucho. Hay una respuesta social comprobable en los cuidados que se han naturalizado, como una reacción inevitable frente al miedo que genera un eventual contagio.
La pandemia nos advierte que nuestra capacidad de fuerza frente al Coronavirus no podría reducirse a enumerar los recursos con los que contamos. Estamos expuestos a un sistema que podría resultar insuficiente si todo se desborda. Los insumos y profesionales de la salud siempre serán escasos si los contagios se multiplican en un menor tiempo. Ni siquiera el primer mundo ha podido medirse exitosamente con el virus. La respuesta no parece apuntar solo al número de respiradores y camas, sino al tiempo que podamos resistir sin necesitarlos. Y esa será la verdadera medida para saber cómo estamos preparados