El funcionario fue distinguido «por sus esfuerzos por lograr la paz y la cooperación internacional». Dejó fuera de carrera a otros candidatos como Greta Thunberg y Lula da Silva.
El primer ministro etíope, Abiy Ahmed, fue premiado con el Nobel de la Paz, «por sus esfuerzos por lograr la paz y la cooperación internacional y, en particular, por su decisiva iniciativa de resolver el conflicto fronterizo con la vecina Eritrea», informó el Comité Nobel noruego. Así, dejó fuera de carrera a la activista Greta Thunberg y al ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva.
Con el galardón concedido al líder nacido en 1976 en la ciudad etíope de Beshasha se busca «reconocer a todos los actores que trabajan en favor de la paz y la reconciliación en Etiopía y en las regiones del este y noreste de África», apuntó el Comité en un comunicado.
El año pasado el premio también quedó en África en manos del médico congoleño Denis Mukwege, que lo compartió con la activista iraquí yazidí Nadia Murad, ambos distinguidos por sus esfuerzos para terminar con el uso de la violencia sexual como arma de guerra y en conflictos armados.
El Nobel de la Paz cierra la semana de estos prestigiosos galardones, que se abrió el lunes con el de Medicina, seguido de los de Física y Química, hasta llegar ayer al de Literatura. El lunes se dará a conocer el último, el de Economía.
La escritora polaca Olga Tokarczuk y su colega austríaco Peter Handke fueron los ganadores del premio literario para 2018 y 2019. El Nobel de Literatura se entrega este año excepcionalmente por partida doble, tras haber quedado en suspenso el correspondiente a la edición anterior por el escándalo por abusos sexuales que envolvió a la Academia.
Todos los premios se entregarán el 10 de diciembre, aniversario de la muerte del fundador, Alfred Nobel, en una doble ceremonia en el Konserthus de Estocolmo y en el Ayuntamiento de Oslo, donde se celebra el de la Paz.
Abiy Ahmed creció en una familia humilde y se acabó convirtiendo en jefe de los espías, antes de iniciar unos profundos cambios en su país que generaron esperanzas, pero también rechazo.
Desde que tomó las riendas del segundo país más poblado de África, en abril de 2018, Abiy Ahmed, de 43 años, hizo temblar hasta los cimientos de un régimen anquilosado tras más de 25 años de ejercicio autoritario del poder, modificando las dinámicas del Cuerno de África.
Apenas seis meses después de su investidura, firmó la paz con la vecina Eritrea, liberó a miles de disidentes, pidió perdón por la brutalidad estatal y recibió con los brazos abiertos a miembros de grupos exiliados que sus antecesores habían calificado de «terroristas».
Recientemente, desarrolló su programa de aperturismo de la economía, ampliamente controlada por el Estado, y actualmente invierte todos sus esfuerzos para que las elecciones legislativas, que promete inclusivas, se celebren en mayo de 2020.
De este modo, el joven dirigente se puso en una situación delicada, según advierten los analistas. Sus medidas estrella son demasiado radicales y repentinas para la vieja guardia del antiguo régimen, pero no suficientemente ambiciosas y rápidas para una juventud ávida de cambio y de perspectivas de futuro.
Su apertura también liberó las ambiciones territoriales locales y viejas discrepancias intercomunitarias que desencadenaron unas mortíferas violencias en varias regiones del país. Por su parte, los simpatizantes de Abiy confían en su inagotable ambición personal para hacer que el país avance.
Hijo de padre musulmán y madre cristiana, nacido en Beshasha, una pequeña comunidad del centro-oeste, Abiy Ahmed «creció durmiendo en el suelo» en una casa que no tenía ni electricidad ni agua corriente. «Íbamos a buscar agua al río», relató en una entrevista concedida en septiembre en la que contó que no descubrió la electricidad ni el asfalto hasta los 10 años.
Siendo adolescente, se implicó en la lucha armada contra el régimen del dictador Mengistu Haile Mariam. El joven Abiy, operador de radio, aprendió entonces por necesidad el idioma de los tigray, grupo étnico mayoritario en esta lucha y que formó el núcleo duro del régimen tras la caída de Mengistu, en 1991.
Abiy empezó entonces a ascender en el seno de la coalición en el poder, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF), primero en el aparato de seguridad, y luego del lado político.
Subió escalones en el ejército hasta que obtuvo el grado de teniente coronel, y en 2008 fue uno de los fundadores de la Agencia Nacional de Inteligencia (INSA), que dirigió de facto durante dos años. En 2010, cambió el uniforme por el traje de político, convirtiéndose en diputado del partido oromo, miembro de la coalición en el poder y, en 2015, pasó a ser ministro de Ciencia y Tecnología.