La final de vuelta de la Copa Libertadores entre River y Boca se postergó para las 17 del domingo.
Lo que se viene vendiendo hace semanas como «la final del mundo», terminó en una jornada para el olvido. Todas las falencias, políticas, organizativas y sociales, quedaron en evidencia esta tarde, cuando un grupo de violentos emboscaron al micro que trasladaba al plantel de Boca y le rompieron varios vidrios. La policía reprimió con gases lacrimógenos y esto afectó a varios jugadores del xeneize, principalmente el capitán Pablo Pérez, quien sufrió lastimaduras en el ojo izquierdo, pero Tévez y Almendra sufrieron vómitos, por citar algunos.
Lo que sucedió este sábado trasciende la camiseta y el escudo de la institución, hoy fue River, ya pasó en Boca, sucedió hace unos días en All Boys, cuantos capítulos se han visto y cuantos quedarán por ver.
Quedó en ridículo la frase del presidente de la Nación, Mauricio Macri, diciendo que la final de la Copa Libertadores se debía jugar con las dos hinchadas, cuando ni siquiera se puede jugar con una sola parcialidad.
El operativo policial con 2000 efectivos no pudo garantizar la seguridad de un equipo de fútbol. Sólo tenían que custodiar el micro de Boca en el trayecto desde el hotel de Puerto Madero hasta el Monumental y no lo hicieron. O lo hicieron pésimo. Todavía no hubo ningún detenido por lo sucedido.
El Monumental fue clausurado, porque excedió la capacidad de hinchas, los accesos estaban tapados, hubo incidentes con la policía fuera del estadio, como para decorar un día gris.
Según Conmebol, que quiso jugar el partido todo el tiempo, pensando en lo económico (derechos de televisión vendidos, etcétera, etcétera), con jugadores que no estaban en condiciones de afrontar semejante partido, finalmente postergó para el domingo a las 17 el encuentro, (habían publicado que se jugaba a las 18 de este sábado, luego a las 19:15 hasta la postergación definitiva). Tampoco era bueno para River jugar y tener la posibilidad de ganarle o perder contra un rival que no estaba en las mismas condiciones. River también perdió está tarde, porque la mayoría de sus hinchas no pudo vivir lo que debió ser una fiesta.
¿Se levantará la clausura del Monumental? ¿Podrá jugar Pablo Pérez? ¿Cuantos policías se necesitarán para controlar una jornada de domingo que puede ser más violenta aún? ¿Se le puede garantizar la integridad física a 65 mil hinchas riverplatenses? ¿Quién puede garantizar que mañana no pase lo mismo?.
Otra vez la violencia se apoderó del espectáculo, y las culpas son repartidas entre los diferentes ámbitos del poder.
¿Podremos decir algún día que en nuestro país la pelota no se mancha?
Por el momento hay muchas preguntas y pocas respuestas.
Pablo Ramón