“Honestidad, responsabilidad, discreción” anuncia un letrero detrás del escritorio de madera oscura donde el médico de rostro andino recibe a sus pacientes. Las mujeres que lo buscan esperan, sobre todo, discreción. El médico cirujano Mariano Roldán Tafur les promete un “legrado de película” y asegura que en su clínica de calle Caseros al 200 “no se murió nadie”.
Encantado de haber alcanzado el título de médico en la Universidad Nacional de Córdoba “en solo 5 años”, Roldán Tafur llegó a la capital mediterránea tras abandonar una vida humilde en algún poblado entre valles cordilleranos del centro de Perú. Con una propuesta de trabajo en el Viejo Hospital decidió radicarse en Río Cuarto y años después instaló su propia clínica. La casona a pocas cuadras de Plaza Roca se revela pintada en naranja y rojo y un cartel en la puerta confirma que el centro médico solo funciona por él.
A las 8 de la mañana del pasado lunes, una mujer llegó a la clínica acompañada por su hermana. Según Roldán Tafur la paciente se encontraba con un cuadro de metrorragia -hemorragia vaginal, procedente del útero- y no tuvo más opción que “intervenir para salvarle la vida”. Mientras la mujer permanecía internada tras haberse sometido a uno de esos “legrados de película”, irrumpió en la clínica un agente policial que resultó ser pareja de la paciente. En un confuso episodio de insultos y amenazas de golpes, Roldán Tafur le pidió a su secretaria que llamara al 101 y minutos después arribó al lugar una ambulancia de emergencia privada. El médico desconfiaba que fuera policía quien lo acusaba por un presunto aborto y le advirtió que si recibía un golpe se defendería. No fue una frase de prepotencia vacía. Roldán Tafur practica desde hace años Karate Do y estaba dispuesto a poner en evidencia su experiencia en artes marciales.
La denuncia en la Unidad Judicial del primero piso de la Unidad Departamental es escueta y nada dice sobre la violencia de género que se habría ejercido sobre la mujer internada. El fiscal Luis Pizarro ordenó realizar una pericia médica para determinar si hubo aborto y avanzar en eventuales responsabilidades penales. La sospecha social y el sentido común no alcanzan en los expedientes judiciales. Para la Justicia se trata de un delito incómodo que solo se investiga si la exposición pública lo hace irremediable y con la presunción de nunca alcanzar el banquillo de los acusados. El aborto es una práctica que todos saben que sucede, rara vez deviene en una persecución penal y se sostiene en la demagogia de un status moral que lo prefiere ilegal, aunque inevitable.
Roldán Tafur aseguró en declaraciones a Telediario que “en Río Cuarto se produjeron muchas muertes por abortos” y reveló que las mujeres “toman pastillas ó dejan que les metan perejil” en un intento desesperado por abortar.
“Yo le dije al propio jefe de Ginecología que una paciente tenía infección en el útero y me decía que con un tratamiento de seis días volvería a su casa. Cuando la infección fue imparable la quisieron llevar a Córdoba y se murió en el camino. Esa chica tenía 17 años”. El estremecedor relato de Roldán Tafur sobre lo ocurrido en el viejo Hospital nunca se convirtió en una causa penal. “Me pidieron que me callara la boca y no es mi costumbre denunciar”, sentenció el médico.
Según surge del anuario del Ministerio de Salud de la Nación, en 2016 (último dato oficial disponible) murieron 245 mujeres embarazadas por distintas causas. Del total, el 17,6% falleció por un “embarazo terminado en aborto”. Se trata de la principal causa de mortalidad materna en nuestro país. Los abortos se producen con mayor ó menor seguridad, en clínicas ó en antros con curanderos de mala muerte. Existen y nadie los investiga. Las mujeres reciben asistencia médica ó se desangran sobre la cama de un cuarto oscuro, convirtiéndose en víctimas anónimas de la demagogia social.
La despenalización del aborto no implica estar a favor de la práctica, sino de evitar la persecución penal. El proyecto apunta a impedir que las mujeres sean revictimizadas y abandonadas a condiciones de extrema vulnerabilidad. Rechazar el debate supondría una falsa comodidad para aquellos que intentan negar lo que seguirá ocurriendo de todos modos. El aborto podrá convertirse en un tema de salud pública bajo el control del Estado ó seguir inmerso en madrugadas urgentes de consultorios que hasta ahora, solo garantizan discreción.