Los niños duermen en los bancos y se higienizan en los baños públicos. Se trata de una familia mendocina que perdió el trabajo y viajan buscando un lugar para vivir. “Nos tenemos que despertar temprano para que no nos vea la gente porque es vergonzoso”, dicen
Cae la tarde y en la plaza de Holmberg se cruzan de manera brutal las vidas de quienes salen a disfrutar de un paseo, con la historia de la familia Barrera, que a esa hora empieza a acomodar sobre los fríos bancos de cemento, viejas frazadas a modo de colchones, donde dormirán bajo la estrellas.
Cristian Barrera y su pareja Mariela Páez, son los mayores de esta familia de once integrantes entre las que se cuentan siete niños cuyas edades varían entre los cinco y trece años.
Llegaron al pueblo el domingo pasado, pero arrastran la crudeza de esa vida nómade desde hace ocho meses, a la deriva del destino que los expulsó de Mendoza para llevarlos al corazón de un pueblo generoso.
“Venimos desde Tupungato, allá se nos terminó el trabajo en la cosecha de la vid y nos quedamos sin nada”, relata Cristian, el hombre que aparenta duplicar la edad que tiene, a fuerza de los surcos en su rostro fruto de tanta fatiga.
“Lamentablemente no nos ha ido bien. Teníamos casa y trabajo pero nos quedamos sin nada y tuvimos que irnos. Así estamos: dos meses en cada lugar y vamos a buscar a otro trabajo”.
“Para dormir, nos acomodamos en los bancos como podemos. Nos abrieron los baños de la plaza y ahí nos higienizamos. La gente del pueblo es muy buena con nosotros, no dejan de ayudarnos con alimentos y ropa”.
“La realidad de mi familia es esta: la intemperie” señala Mariela, madre y abuela de los niños que la desesperan.
“Nos tenemos que despertar temprano para que no nos vea la gente porque es vergonzoso”, confiesa la mujer que sólo cuenta con una olla, una sartén, 4 tacitas y unos platos. Con eso hace de comer en los lugares más precarios.
“Es muy difícil pasar por esto. Estamos a la intemperie con la familia, los chicos se nos cansan. No tenemos una mesa, ni sillas para darles de comer”.
“Ya no puedo andar más con mis hijos, ya dejamos muchas cosas en la calle. Nos amenaza el tiempo, nos llovemos. Los chicos están todos quemaditos de estar en el sol todo el día”. “Necesitamos que nos amparen. Ahora vamos a dormir en los bancos de la plaza. Esto no es educar a mis hijos”, se lamenta.
“Es muy feo vivir así”, confiesa Cristian. “Los chicos tienen necesidades mínimas que no les podemos dar como que puedan dormir en una cama, sentarse en una mesa, estar seguros”.
“No descansamos, nos duelen los huesos, la cabeza, todo es muy estresante”, confiesa.
La municipalidad les ofreció trabajo y una ayuda económica que parece no alcanzar.
“Tenemos la posibilidad de irnos a trabajar a Chipoletti pero la municipalidad de acá no puede darnos todo ese dinero” se lamentan.
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