Tal vez los Oostendorp, Alberto y Enrique, no imaginaron al momento de comprar las tierras donde hoy está ubicado el pueblo de Serrano, el verdadero sentido que ese acto tenía para los tiempos que de ahí en más vendrían.
Tal vez los Oostendorp, Alberto y Enrique, no imaginaron al momento de comprar las tierras donde hoy está ubicado el pueblo de Serrano, el verdadero sentido que ese acto tenía para los tiempos que de ahí en más vendrían.
Estos comerciantes belgas seguramente no sospecharon cuando estamparon sus firmas en algún instrumento legal que los convertía en dueños de este pedazo de pampa, que daban inicio a un destino pueblero que nos trajo hasta estos días, que dio marco a la historia de vida de muchas personas que dejaron en el sus huellas, que entregaron su esperanza inmigratoria, su idiosincrásica de golondrina, sus alegrías y sus tristezas, sus amores y desamores y, en definitiva, su suerte, a este lugar igual a tantos otros pero tan único para los que en él habitamos.
Oostendorp adquirió estos lugares en el año 1880 y los identificó con el nombre de “El Guanaco”. Años después estas tierras pasaron a ser propiedad de la “Sociedad Anónima Estancias Amberenses Sud-Américanas”, una entidad comercial constituida en la ciudad de Amberes, Bélgica y que tenía por objeto “…la compra y explotación de estancias o bienes raíces en los Estados de la América del Sud….” (Marta Núñez “…Una Estancia…Una Vía…Una Iglesia…Un Colegio…” Pag. 62). Estaba integrada también, entre otros y además de los Oostendorp, por miembros de la familia Bennert, (Enrique Oostendorp estaba casado con María Antonieta Bennert y un hermano de esta, Oscar, formaba parte de la sociedad).
Es muy probable que en esos momentos, en un instante que nadie pueda identificar en su día, mes o año exacto, la sospecha por lo que en estos lugares se viviría puede habérseles cruzado por sus cabezas y hoy, desde la distancia, uno podría intuir que si eso ocurrió fue en el exacto espacio de tiempo en que determinaron que un pequeño rincón de sus propiedades fuese el sitio destinado para sembrar un pueblo.
En los días que corren (fines de 2015 comienzos de 2016) es necesario para no pecar de desagradecidos, colocar en similar situación a las primeras personas que llegaron a este lugar, aquellos que tienen el invalorable título de “pioneros” (tampoco lo sabían). Eran empleados de “El Guanaco” o tal vez arrendatarios o compradores de las fracciones de tierra que rodeaban al futuro Serrano o, simplemente, buscadores de “su lugar en el mundo”, gente que le daba pelea al desarraigo y que quizás entre sus anhelos figuraba el tratar de enamorarse de este nuevo lugar. Y para darle visos de esperanza a esos comienzos, estas personas, si bien llegaron de diversas maneras al por entonces promisorio lugar, una buena parte de ellos lo hicieron en un tren que en los primeros años del siglo XX ya había establecido su presencia de prosperidad y de la cual nuestro Serrano no resultó ajeno.
«Nosotros, habitantes del hoy casi centenario, transeúntes agradecidos de ese mismo camino, podemos gritar a los cuatro vientos que formamos parte de una comunidad que enamora, que no permite desarraigos, que nos hace dueños de un sentido de pertenencia que manifestamos casi hasta el hartazgo donde quiera que estemos, que nos hace quedar y no hace volver porque en definitiva Serrano es para el que nació y se crió, para el que vino y no se fue, para el que se fue y volvió, para el que vive físicamente en otro sitio pero tiene el corazón aquí, nada mas y nada menos que nuestro lugar, “el” lugar, el pequeño espacio que se agiganta en el sentimiento, que lo hace poco menos que insustituible y al que permanentemente utilizamos para crear vínculos de amistad y camaradería con todos aquellos que sienten por sus lugares lo mismo que nosotros sentimos por Serrano», indicó el historiador Aldo Lamberti.
Fragmento adaptado del Libro “Serrano” – Historias Populares Cordobesas.
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