El hallazgo de «lágrimas en el rostro» de la imagen de la Virgen del Cerro de Salta, que se encuentra en la Iglesia Catedral de Río Cuarto, generó emoción entre párrocos y fieles que llegaron al principal templo de la ciudad para observar la efigie.
El párroco de la Catedral José Luis Benfatto dijo en diálogo con Telediario que «nos ha sorprendido María con esta presencia»
«Hace dos años que está la imagen en la Catedral y han sucedido situaciones hermosas con nuestros fieles. Ahora sucedió esto, que lo hemos visto, y estamos realmente emocionados, sorprendidos y maravillados», destacó.
Precisó que «se ha podido ver que María ha derramado pequeñas lágrimas y debajo de los ojos se observa humedecida la imagen de la Virgen»
Peregrinación de Fe en Salta
El 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, se cumplirán 16 años de la entronización de la imagen de la Virgen María que vio en 1990 María Livia Galliano de Obeid.
En Tres Cerritos, Salta, las máscaras van quedando en la escarpada. Después de unos 15 o 20 minutos de subida, lo que llega es el ser humano con sus angustias, sus enfermedades, su dolor, sus preguntas o su vacío. Hasta el que sube por simple curiosidad a la ermita de la Virgen se siente invitado al recogimiento interior. Imposible resistirse. Las lágrimas comienzan a hacer su trabajo purificador aunque uno no quiera.
En la cima, en medio de un milagro de flores multicolores que brotan en el cerro de vegetación espinosa, un canto suave con guitarra se hunde en el paisaje. Los pájaros parecen acompañar. Desde que se entronizó la imagen de la Inmaculada Madre del Corazón Eucarístico de Jesús, unas 7.000 u 8.000 personas esperan en silencio, sentadas, a que llegue María Livia Galliano de Obeid para rezar el rosario. Nadie habla, ni los niños siquiera. Apenas se escucha algún sollozo.
Cuando llega la señora, todos se arrodillan. En el medio hay un cuadro de la imagen de la Virgen María, la misma que está en la ermita. Hay sacerdotes y monjas, aunque aún la Iglesia Católica no ha aprobado las supuestas apariciones, que permanecen en estudio.
Después del Rosario, lo que se vive es indescriptible. Cientos de enfermos, ancianos y discapacitados esperan la Oración de Intercesión. Los servidores los conducen como a niños y los ubican uno al lado del otro para esperar el paso de la mujer, que solamente les apoyará la mano en el hombro. En unos se demora más que en otros. Hay quienes no llegan a ese momento y caen antes de tiempo envueltos en un gozo espiritual. Los discapacitados sueltan sus muletas y las mujeres se dejan caer con sus hijos en brazos. Por detrás están los servidores.
Entre la multitud hay famosos. Dos años seguidos vi derrumbarse a Patricia Miccio, una vez a Víctor Sueiro, y otras dos al célebre mariólogo monseñor René Laurentin. Es común escuchar exclamar a los fieles que sienten perfume a rosas o que ven girar al sol, como ocurría en las apariciones de Fátima, en Portugal. Algunos sacan sus cámaras de fotos para registrar el espectáculo.
Al terminar la oración, uno baja casi flotando, con la sensación de una inmensa alegría, que dura varios días. Poco a poco vuelven a vestirnos las preocupaciones y banalidades cotidianas. Pero algo permanece. El que sube nunca es el mismo que baja.