Medía casi dos metros, pesaba más de 140 kilos y a la mínima sonreía –lo cual escondía aún más sus ojos achinados- y soltaba un rotundo: “Nunca fui actor”. Y efectivamente, cualquier crítico exquisito asegurará que Carlo Pedersoli nunca tuvo talento para pasear por los caminos interpretativos. Pero daba igual: adonde no llegaba su talento alcanzaba su presencia; y él nunca paseó por el cine, sino que conquistó la pantalla a puñetazos. Pedersoli, para los adolescentes de los setenta y ochenta, era un mito, aunque no por ese nombre sino por su seudónimo interpretativo: Bud Spencer. Esta tarde, a las 18.15, Pedersoli ha muerto en Roma a los 86 años, como ha anunciado uno de sus hijos, que ha asegurado que su última palabra ha sido “gracias”, y que ha fallecido serenamente, “sin sufrimiento”. En cambio Spencer ha sido, es y será inmortal.