«Mi papá tenía una gran virtud, nunca nos transmitió miedo a vivir»

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La conmovedora carta de la periodista Alejandra Elstein, directora de Otro Punto, a su papá Reinaldo.

Mi papá tenía una gran virtud, nunca nos transmitió miedo a vivir. Todo lo que nos pasaba tenía solución. Aunque éramos de clase media pobre, siempre nos convenció de que lo que teníamos era lo mejor que había en el mundo. Ibamos de vacaciones en carpa y nunca se me ocurrió que se podía ir de vacaciones a hoteles. Mi papá decía que no había nada mejor que el camping, porque uno se podía hacer de amigos, disfrutar del día y la noche al aire libre y que en los hoteles la gente dormía en un colchón sin saber quien había dormido antes.
Nuestro auto era un cascarudo del año 48 que no tenía marcha sincronizada, así que subíamos por Embalse nos teníamos que embalar en el puente de Las Vacas para tomar envión y poder subir. ¿Te imaginas cuando algún camión iba delante nuestro despacio cómo cortábamos clavo?
El sabe arreglar todo. Cuando nos quedábamos en la ruta porque el auto se rompía él lo arreglaba, cuando no teníamos para el kerosen nos íbamos al río a buscar leña, cuando se me rompía la bicileta él me la arreglaba.
¡Podes creer que recién en la adolescencia me enteré que se pagaba la luz y el agua y los impuestos? Nunca hablaba de plata delante adelante nuestro.
Un día me hizo la niña más feliz del mundo. Fuimos a la fiesta de la cerveza en Villa General Belgrano y pude tomar tres helados. Era un lujo.
Me regaló la caña de pescar, la caja de Mis ladrillos número siete y las Topper celestes, porque no conseguí las rojas.
Con el construimos el galpón donde está el taller mecánico y los sábados a la mañana me levantaba para limpiar las herramientas y él me pagaba unos pesos que yo guardaba en una cajita de lata gris pintada por mi abuelo.
Alguna vez me pegó. Me acuerdo que estaba en la casa de mi abuelo parada en la puerta y me habían armado un cigarrillo. Yo hacía que fumaba y mi papá llegó de atrás y me pegó un patadón en la cola que me levantó en el aire. Otra vez, estaba él acostado y yo desde la pieza digo mirando una novela ¡qué pelotudo! Bueno, no dije más malas palabras por un largo tiempo.
Ahora que tengo hijos y trabajo, veo el esfuerzo que él hacía para tomarse un tiempo después de las 9 de la noche y ponerse a jugar al ajedrez conmigo. También hacíamos guerritas de almohadas en la cama y me agarraba de una mano y de un pie y me revoleaba hacía el colchón.
Cuando ya era grande y me operaron por una enfermedad, yo no podía levantarme para ir al baño. Y él llegó a la clínica y me alzó como si fuera una princesa y me llevó hasta el sanitario. Después, cuando estaba en terapia, salía de trabajar y se ponía en los pies de la cama y los masajeaba.
Mi papá es bello, como hoy lo es mi hijo, y era tan fuerte y musculoso que manejaba una masa de ocho kilos como si fuera He man. Se sobrepuso a cuatro cánceres y hoy, cuando se va a bañar, me muestra sus brazos flacos y me pregunta ¿dónde quedó ese hombre fuerte y gordo que era?
Yo le digo que todavía está ahí, nada más que no se ve por esas cosas del tiempo.
Hoy estamos los dos con cáncer. Cuando me siento mal pienso en él, que hecho bolsa se levanta y camina una hora alrededor de la cocina y levanta 160 veces de botellitas con arena.
Podría seguir pero no quiero aburrirlos.
El me enseñó a que la vida es bella. Gracias pa. Te quiero mucho.

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