Por la suba de gas, en riesgo la única fábrica de bolitas de sudamérica

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Alejandro Dolina, en una de sus crónicas del Ángel Gris, denunciaba hace 30 años la desaparición del juego de la bolita y alertaba que era difícil hablar de eso sin entrar en «espinosas controversias», frase que hoy suena pertinente para resumir la realidad de Tinka, la única fábrica de bolitas de vidrio de Sudamérica, cuya actividad es acechada por el aumento de la tarifa del gas al punto de poner en duda su subsistencia.

Tinka tiene su sede en la ciudad santafesina de San Jorge, donde fabrica unas 4,5 millones de bolitas al año, pero en los últimos días llegó la mala nueva a través de la boleta del gas: pasó de pagar 35 mil pesos a 185 mil, lo que representa un 428 por ciento.

Ese aumento de uno de los costos fundamentales de la fabricación de las bolitas, que debe sumarse a otros como el de la materia prima, el de la energía eléctrica y el salarial, lo que hace prácticamente inviable la actividad de Tinka, que habitualmente lucha contra la competencia china y coreana, que ofrecen productos más baratos.

Las bolitas, quizás desconocidas para los niños de hoy, son, en la explicación de Dolina, «pequeñas esferas, casi siempre de vidrio. Su diámetro es variable: las más chicas se llaman ‘piojos’ o ‘pininas’, las medianas son las mas frecuentes y están también las grandes o bolones”.

Tinka arrancó a inicios de 1953 cuando Víctor Hugo Chiarlo y Domingo Vrech, empleados de la cristalería SAICA, de San Jorge, solicitaron un permiso gremial de un mes con la idea de instalar una fábrica de bolitas de vidrio que, pese a los vaivenes de la economía de las décadas posteriores, se mantuvo en pie y es actualmente la única en su tipo no sólo en el país sino en América del Sur.

La decadencia de la bolita, texto publicado originalmente en la revista Humor, describía en primer término el esférico y pequeño elemento, daba luego pistas sobre el juego del hoyo y la quema, instruía más adelante sobre la bolita y el canto, y después sobre cómo empuñarla.

Finalmente, un epílogo da cuenta de que «el pasto ya ha crecido sobre las canchas», y de que «los chicos ya no tienen las rodillas sucias», y también de que «los pantalones de medidas infantiles no tienen bolsillos», avalando de ese modo que «existe una conjura universal para impedir el juego de la bolita».

Como fuere, el autor de la nota termina, nostálgico, enumerando que pese a que lo intentó no pudo dar con el frasco de las bolitas, ni la caja de las chapitas ni el trompo ni los autitos con masilla. «Algo malo debe estar ocurriendo», concluye.

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