Cristina Rosales fue adoptada por una maestra por una maestra rural que le dio mucho más que un hogar. Conoció con ella el valor central de la educación, tras abandonar la escuela cuando apenas había terminado tercer grado. Las puertas laborales que se cerraron en la adultez fueron una severa advertencia. Al cumplir los 35 años le informaron sobre el plan de alfabetización municipal y aquella aula improvisada en la vecinal Fénix fue el principio de un cambio, que 10 años después, la convirtió en la seño Cris.