Hoy hace 20 años nacía la agrupación HIJOS, símbolo de la lucha por la Identidad y la Justicia. Representantes de HIJOS Río Cuarto dijeron que «trabajan para no olvidar y no perdonar lo sucedido y que se conozca la verdad».
20 años se cumplen de la creación agrupación HIJOS, un paso clave por la identidad y la justicia. Representantes de HIJOS Río Cuarto dijeron que «trabajan para no olvidar, no perdonar lo sucedido y que se conozca la verdad sobre lo sucedido en la última Dictadura».
«Fundamentalmente., la organización comienza nucleando a hijos de desaparecidos. Y a partir de las primeras dos o tres reuniones se decide participar de una manifestación ligada a un paro de la CGT y esa fue la primera aparición pública», afirmó Luciano Giuliani.
El referente de la agrupación sostuvo que «con el paso del tiempo se fueron agregando compañeros que compartían el pensamiento por el juicio y castigo a los genocidas y sus cómplices».
Giuliani sostuvo que «desde la agrupación estamos totalmente convencidos que hay que continuar con la tarea de impulsar la causa de Braunstein, de Gladys Comba y el reclamo a la Universidad para ue trabaje en una querella en conjunto por el asesinato del profesor Ernesto Silbert».
Por su parte, Mariano Cessano, manifestó que «se ha logrado una política pública, ejemplar» y resaltó que «HIJOS ha cobrado un rol fundamental en la búsqueda de nuestros hermanos apropiados».
Cessano subrayó que «el objetivo de la agrupación es tratar de nuclear a todos aquellos que comparten la misma visión con respecto del pasado presente de la historia argentina».
El nacimiento de HIJOS
El cordobés Agustín Di Toffino conversó con el sitio Infojus Noticias para recordar la historia del encuentro donde nació H.I.J.O.S. “Teníamos un lugar incómodo en ese modelo de democracia”, dice el actual secretario ejecutivo del Consejo Federal de Derechos Humanos a veinte años de esa experiencia fundacional.
Texto completo:
Era abril del 1995. Yo tenía 19 años. Éramos jóvenes más grandes, adultos, estábamos dejando de ser adolescentes. Habíamos organizado un reencuentro para ver en que andábamos. La invitación tenía un texto muy simple, la fecha, el lugar y una frase de Eduardo Galeano: “Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
No solo cargábamos con el dolor de la desaparición forzada, sino también la historia del presente, de desigualdad, impunidad, injusticia y olvido. Teníamos un lugar incómodo en ese modelo de democracia. Surgió la necesidad de construir un espacio enfrentar esa impunidad.
El encuentro se hacía por una iniciativa de gente que iba al taller Julio Cortázar, que era una instancia muy interesante, en la década del 80, en la que participábamos hijos de desaparecidos, presos políticos y asesinados. Era un espacio de contención, recreación y encuentro para niños afectados por la acción del terrorismo de Estado. Había talleres de teatro, pintura, jugábamos al ajedrez. En los primeros años de la democracia ser hijo de desaparecidos era un tema tabú en muchos sectores de la sociedad. Ahí construimos vínculos muy fuertes. Esa experiencia duró un tiempo: a principios de los 90 se cumplió un ciclo y dejó de funcionar. Pasaron un par de años y en el ‘95 los talleristas -que eran psicólogos, dramaturgos, artistas, muchos de ellos sobrevivientes de la dictadura- decidieron hacer un reencuentro con quienes habíamos participado del taller.
El clima de época era especial: la sordidez de la década del 90, la cultura de la impunidad, donde predominaba el olvido y los genocidas estaban en libertad por los indultos de Menem. Culturalmente estaba degradada la idea de sociedad que querían nuestros viejos y nosotros estábamos reconstruyendo su historia. Saber por qué lucharon. Muchos teníamos la necesidad de militar políticamente. Yo llegué con un montón de expectativas.
Recuerdo la escenografía del encuentro: era un camping hermoso. Apenas llegabas te encontrabas un túnel, entrar ahí era dar un paso en el tiempo. Yo militaba en el centro de estudiantes, pero no había logrado cuajar mi idea de que de esa experiencia podría surgir una organización como H.I.J.O.S. Íbamos a conocer gente, a tomar vino, a jugar al fútbol, a hacer peñas. Y se dieron instancias donde cada uno fue contando su historia. Éramos entre 50 y 70 personas, no solo los que habíamos participado del taller, sino también gente que había participado de talleres paralelos en La Plata, Buenos Aires, Santa Fe, Rosario.
Fue muy groso. Nos dimos cuenta de la dificultad de contar nuestra historia, quiénes eran nuestros viejos. Eran las secuelas del miedo, una herencia pesada de la dictadura que la democracia no había logrado resolver. Se hizo un proceso de catarsis colectiva muy emotiva.
Detrás de esas historias de dolor también iba rugiendo la necesidad política de reagruparse. Lo primero que visualizamos es la necesidad de lo colectivo. Más allá del dolor, del duelo, empezamos a percibir lo colectivo como una construcción hacia adelante, al futuro. No solo cargamos con el dolor de la desaparición forzada, de tener tus viejos asesinados, sino también la historia del presente, de desigualdad, impunidad, injusticia y olvido. Teníamos un lugar incómodo en ese modelo de democracia. Entonces surge la necesidad de construir un espacio: militar y luchar para enfrentar esa impunidad.
Dimos ese paso. Entre tantas propuestas surgió el nombre H.I.J.O.S como una sigla: Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. Nos pensamos como continuidad de la lucha de las Abuelas y las Madres, tres generaciones por la búsqueda de justicia.
No deja de ser doloroso el daño irreparable de perder a tus viejos. Es una tristeza latente. Eso convive con otros estados de ánimo, un sentido de alegría y esperanza de nuestra práctica política. Como parte de un proyecto, un espacio colectivo, podíamos luchar por la justicia la verdad y la memoria. No nos quedamos en el dolor. En ese encuentro se vivía esperanza y alegría. A lo largo de 20 años nunca perdimos eso.