Durante la última década, las villas de la capital cordobesa fueron erradicadas y trasladadas hacia los denominados “barrios-ciudad”. Cómo vivencian sus habitantes este desplazamiento en un entorno aislado y segregado.
Por Gerónimo Mariño
A imagen y semejanza de las grandes metrópolis mundiales, la capital de Córdoba reestructuró su fisonomía urbana en pos del turismo y la inversión inmobiliaria. En tal sentido, el Estado cordobés optó por profundizar sus políticas de incentivo hacia el sector privado, priorizando la construcción de circuitos atractivos tanto para los visitantes como para los sectores de gran poder adquisitivo.
A modo complementario, el Gobierno de la provincia se vio en la necesidad de lanzar una serie de medidas en materia de vivienda social, con el objeto de consolidar este proceso de “reurbanización” en el área metropolitana. Durante la última década, las políticas públicas habitacionales apuntaron básicamente a “reposicionar” la zona céntrica, a través de la erradicación, desplazamiento y relocalización de los asentamientos urbanos hacia las periferias de la ciudad.
Dentro de este contexto, el gobernador José Manuel de la Sota implementó el Programa “Mi casa, Mi vida” destinado a aquellas familias “en situación de vulnerabilidad”, ubicadas en terrenos del centro y barrios colindantes -como Nueva Córdoba, San Vicente, Güemes y General Paz-. Bajo el lema de la “casa propia”, dicho Programa instó a los pobladores marginales a marcharse de sus villas de origen y trasladarse a los complejos habitacionales levantados por fuera del entramado urbano -los denominados “barrios-ciudad”-.
Así, el Estado provincial se valió del fetiche de la vivienda propia como mecanismo propagandístico para expulsar a los sectores subalternos hacia los márgenes de la ciudad. Mediante la promesa oficial de mejorar sus condiciones de vida, las familias interpeladas fueron motivadas “a cumplir sus sueños de ascenso social” siempre y cuando abandonen el espacio periurbano de forma definitoria.
Plan de hábitat “Mi casa, Mi vida”: el origen de los “barrios-ciudad”
El programa habitacional “Mi casa, Mi vida” se impulsó en el marco de la ley provincial de modernización del Estado, allá por el 2003. Mientras que la financiación del proyecto estuvo a cargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), un puñado de empresas privadas se hizo responsable de la edificación de los complejos sociales. Su aplicación se extendió hasta el año 2008, con la inauguración del último barrio-ciudad “Ciudad Sol Naciente”.
En la actualidad, se evidencia un total de 15 emplazamientos de esta índole, siendo “Barrio-Ciudad de Mis Sueños”, “Ciudad Villa Retiro”, “Barrio-Ciudad Evita” y “Barrio-Ciudad de los Cuartetos” algunos de los que se construyeron. En cuanto a los asentamientos erradicados del microcentro y barrios aledaños, mencionamos los casos emblemáticos de “El Gran Chaparral” -villa ubicada en barrio Güemes -, “La Richardson” -en Nueva Córdoba- y “La Maternidad” -en San Vicente-.
En relación a “La Maternidad”, fue uno de las villas céntricas que ofreció mayor resistencia organizada frente al desalojo, por parte de algunas decenas de familias que aún permane¬cen en el lugar. Recordemos que las tierras tomadas por estos sectores subalternos adquirieron un importante valor económico durante este último tiempo y constituyen un potencial escenario para el consumo y desarrollo inmobiliario. En el caso puntual de San Vicente, ya se construyeron las torres “Milénica” y el shopping “Dinosaurio Express” en los terrenos desalojados.
De acuerdo a Eugenia Boito -investigadora del CONICET y docente de la UNC-, la implementación de este plan de hábitat le permitió al Gobierno cordobés allanar el camino para la “rediagramación inmobiliaria” de la ciudad, tomando como punto de partida su “compromiso asistencial” para con los más pobres de la ciudad.
Dinámicas de “guetización” a la vista
Ante el carácter expulsivo y forzado que presentaron gran parte de los traslados -y posteriores relocalizaciones-, los síntomas de “guetización” están a la vista de todos. La idea de desplazar a los grupos marginales hacia las afueras del tejido urbano, constituye una estrategia de socio-segregación desde el inicio. De hecho, la mayoría de las ciudades-barrio se encuentran por fuera del anillo de la Circunvalación -algunas a más de 20 kilómetros del microcentro-.
“Encerrados en las ciudades-barrios, lejos de esa ‘Ciudad’ que no sólo los expulsa sino que les prohíbe su circulación, los pobladores recon¬figuran sus lógicas de interacción y socialización al interior de cada complejo habitacional y en tensión con el ‘afuera’” (Boito).
Según la investigadora, disponer de un alojamiento no es lo mismo que disponer de un hábitat. En ese sentido, los sujetos son fijados en un espacio-tiempo que nunca eligieron, siendo presionados a “estar entre ellos”, sin poder reivindicarse como un “nosotros”. Sucede que, al momento en que son expulsados hacia la periferia, sus redes de contención comunitaria -propias de sus villas de origen- son desarticuladas estratégicamente, al mismo tiempo que el acceso a las comodidades y seguridades de la ciudad pasan a formar parte del pasado.
En cuanto a los signos que dejan en evidencia este proceso de “guetización” al interior los barrios-ciudad, Boito enumera una serie de problemáticas vinculantes: el abandono estatal e incumplimiento de sus promesas de bienestar; la distancia e incomunicación con el resto de la ciudad; el deficiente sistema de transporte público y los inconvenientes a la hora de desplazarse; el hacinamiento al interior de la viviendas sociales; la falta de infraestructura y espacios comunes de socialización -tales como clubes deportivos y centros culturales; problemas en cuanto a la provisión de servicios básicos, entre otros.
A todo lo anterior, se suma que los intentos posteriores de los pobladores por “reinsertarse” en la trama de la ciudad son obstaculizados por el in¬cremento de medidas de “control y seguridad”. Las autoridades policiales se encargan de regular su circulación por fuera y por dentro de los complejos habitacionales.
Qué piensan los jóvenes que habitan los “barrios-ciudad”
Según el trabajo de campo realizado por Boito junto a su equipo de investigadores, los jóvenes que viven en los barrios-ciudad asocian aquellos emplazamientos con la idea de “desierto” y “lugar de encierro”. “Desierto” porque definen al barrio como un paisaje natural aislado de la ciudad y “lugar de encierro” porque perciben que sus acciones y circulaciones son “perimetradas” y controladas por la Policía -devenido en principal agente delimitador del espacio-.
“Estos sitios son vividos como resultantes de fenómenos naturales con/contra los que nada se puede hacer (…) lo que estos jóvenes enfocan son espacios marginales, vacíos, donde el hecho de la construcción queda invisibilizado. Estas imágenes como paisa¬jes son expresiones que remiten a sentimientos de vacío, abandono e impotencia, junto a la resignación ante un entorno que por natural aparece también como inevitable”.
Estos relatos nos hablan así de un espacio vivido como ajeno y nos revelan una sen¬sación de inmovilidad frente al “móvil” policial. Es decir, advierten una sentida fija¬ción en el espacio por acción de la Policía, erigida en demar¬cador de fronteras para estos jóvenes en el entramado tanto urbano como barrial.
Dicho de otro modo, los chicos no vislumbran posibilidades de nada distinto y advierten que “no hay un afuera posible”. Nos hablan de un presente continuo y circular, en donde la materialidad del entorno promueve la quietud y la fijación en el espacio. Estar alojados en los márgenes significa estar/sentirse encerrado y detenido, en contraste con la velocidad propia de la ciudad.