Muchos padres se enfrentan al hecho de qué límites establecer al momento de educar a sus hijos. Es importante saber que los niños no tienen la misma conciencia que los adultos al educar, por esto es trabajo de los adultos establecer una serie de pautas que los hijos deben conocer para saber cuándo están actuando mal, siempre mostrándole con cariño cuales son los modelos de un buen comportamiento.
Poner límites a los niños es importante, no solo porque permite establecer una convivencia en armonía sino porque ellos mismos son los primeros interesados y beneficiados de que se les marquen ciertas normas que además de infundirles seguridad, les van a permitir adaptarse mejor a las reglas y límites sociales en su vida social y adulta.
Cuando se trata de educar, es importante ser coherente. Los padres que no respetan las normas y las consecuencias que establecen, tienen hijos que tampoco las respetarán. Por ejemplo, si se le dice al hijo que va a estar sin jugar durante un rato como consecuencia de su mal comportamiento, debe asegurarse de que se cumplirá dicha penitencia. Es decir, si se hace una advertencia, se debe mantener hasta el final. No olvidar que los niños aprenden observando a los adultos, entonces los padres deben considerar que el comportamiento de ellos, pueda servirle de modelo a los niños, por ejemplo: cuando se le pida al hijo que junte los juguetes, será mucho más convincente si las propias cosas de la mamá o el papá, estén ordenadas en vez de estar desparramadas en la habitación.
Un límite es una frontera que contiene la conducta de alguien, permite delimitar, organizar y proteger, es relevante para el desarrollo del niño y su evolución. Es importante fomentar la responsabilidad y no la culpa como recurso, para que los hijos puedan hacerse cargo de su propia vida a medida que van creciendo.
Lo ideal es poner límites sin que el niño se sienta humillado, ridiculizado o ignorado; señalar la situación problemática que el niño ha realizado sin utilizar demasiadas palabras, ya que los sermones son poco efectivos y pueden alterar al niño; evitar calificar al niño y ser firme al momento de establecer un límite sin ser agresivo.
Los límites deben ser claros, centrándonos en lo que queremos que el niño haga o deje de hacer, es decir, en la conducta en cuestión, no en la actitud del niño. Por ejemplo: si el niño interrumpe cuando estamos hablando con otra persona, decirle: “espera a que termine de hablar o, no me interrumpas cuando hablo con otra persona”, en vez de decirle: “no seas pesado” o gritarle, o pegarle.
Otorgar cumplidos: Hay que ser constantes con las normas y consecuentes con las decisiones tomadas: las órdenes que nunca se cumplen, los castigos que olvidamos, provocan una pérdida de autoridad y confunden al niño; y por último, los límites deben ser consistentes, ya que un límite es firme si siempre lleva aparejada la consecuencia. La consistencia es el punto más importante del establecimiento de límites: cuando el niño sabe que siempre sus padres actúan como han acordado, tendrá en cuenta la norma y la respetará. Por ejemplo: si le pedimos al niño que junte los juguetes que dejó tirados, decirle de manera firme, si los acaban recogiendo los padres, difícilmente obedecerá el niño en un futuro.
Ser concreto: por ejemplo, en el caso de un adolescente que sale, es preferible decirle: “vuelve a casa antes de las 10 p.m.”, en vez de decirle: “vuelve pronto, o no llegues tarde”. Si pensamos que el adolescente puede saltarse la norma, sería bueno recordarle la consecuencia: “ya sabes que si llegas más tarde de las 10, el próximo sábado no salís”.
Aplicar el límite con firmeza es primordial, con un tono de voz seguro, sin gritos, con un gesto serio, ya que los límites más suaves suponen que el niño tiene la opción de obedecer o no.
Los niños son más receptivos al “hacer” lo que se les ordena, cuando reciben refuerzos positivos. Algunas represiones directas como el “no” o “pará” le indican a un niño que es inaceptable su actuación, pero no explica qué comportamiento es el apropiado. Es mejor decir a un niño, lo que debe hacer, por ejemplo hablar bajo en determinada situación, antes de lo que no debe hacer, “no grites”, por ejemplo. Los padres autoritarios tienden a dar más órdenes y a decir “no”.
Puede ser útil sugerir una alternativa, siempre que se aplique un límite al comportamiento de un niño, por ejemplo decirle: “no podes comer este caramelo antes de la cena, porque ahora vamos a cenar, pero sí te puedo dar un chocolate de postre”. Al ofrecerle alternativas se le enseña que su deseo o sentimiento son aceptables.
Como se mencionó anteriormente, es digno de destacar la importancia de ser firme en el cumplimiento de determinada penitencia o límite, ya que una regla puntual es esencial para una efectiva puesta en práctica del límite. Si se establece una regla flexible, por ejemplo acostarse a las 21hs, al día siguiente a las 21:30hs y al otro día a las 22hs, esto invita a una resistencia y se torna imposible de cumplir. Si se le otorga al niño la posibilidad de dar vuelta las reglas, se resistirá.
Es válido considerar que siempre hay que desaprobar la conducta, no al niño. Dejar claro que la desaprobación está relacionada con su comportamiento y no va directamente hacia él. No mostrar rechazo hacia el hijo, en vez de decirle: “sos malo”, decirle: “esto que hiciste, está mal”.
Pautas para padres y madres: Consejos Finales
-Dedicar tiempo a los hijos
-El niño tiene que aprender que exceder los límites puede traer consecuencias negativas para él.
-En lo posible, las reglas y las penitencias deben ser pactadas entre los padres y los hijos.
-Establece un buen clima familiar
-Los efectos de no poner límites, moldean a un niño que nunca está satisfecho, que exige cada vez más y que tolera cada vez peor las negativas, y que crece con una baja tolerancia a la frustración.
-Siempre que se establece un límite, o penitencia, que se respete y se cumpla, es decir, por ejemplo, si ambos padres acuerdan que el niño no va a ver televisión el fin de semana, si éste le pide permiso a la mamá y ella dice “no”, que el papá también responda “no”, ya que si responde lo contrario, el límite nunca se termina de concretar. Escuchar al niño y poner límites sin necesidad de agredir física ni verbalmente, para que de esta manera el niño crezca en paz, armonía, con amor y aprenda a respetarse a sí mismo y a los demás.
Por Lic. en Psicología Melisa Riesgo
(MP 8188)