El nuevo Arzobispo de Rosario, se despidió de los fieles en Río Cuarto. Monseñor Martín también pidió perdón «por las faltas cometidas»
Con una carta, Monseñor Eduardo Eliseo Martín se despidió de los fieles de la Diócesis y agracedió el acompañamiento durante su jefatura en la Iglesia local.
«Con inmensa gratitud a Dios Nuestro Señor les dirijo esta carta a todos ustedes mis queridos fieles de la diócesis de Río Cuarto: sacerdotes, diáconos permanentes, consagrados, comunidades parroquiales, Instituciones y movimientos», señaló.
Luego, añadió: «Han sido para mí, como lo he dicho en distintos lugares, años muy felices. Aquí con ustedes he aprendido a ser obispo, realidad que será también de cada día de aquí en más. Pero es con ustedes que he dado mis primeros pasos en el Ministerio episcopal».
«Les pido perdón por mis faltas: por las veces que no los atendí como debía, por las veces que esperaban legítimamente algo de mí y no lo obtuvieron, o por las veces que les fallé, que no estuve a la altura de las circunstancias. Por todo ello y por lo que se me oculta a la memoria y está en la presencia de Dios, perdón», subrayó.
Texto completo de la nota:
Río Cuarto, 7 de agosto de 2014
Queridos hermanos:
Con inmensa gratitud a Dios Nuestro Señor les dirijo esta carta a todos ustedes mis queridos fieles de la diócesis de Río Cuarto: sacerdotes, diáconos permanentes, consagrados, comunidades parroquiales, Instituciones y movimientos. La Divina Providencia quiso que compartiéramos estos ocho años juntos. Hemos caminado en comunión para hacer trasparente a Jesucristo, nuestro Salvador, y para ser signo del amor de Dios a través de nuestra unidad, unidad que nos da el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.
Han sido para mí, como lo he dicho en distintos lugares, años muy felices. Aquí con ustedes he aprendido a ser obispo, realidad que será también de cada día de aquí en más. Pero es con ustedes que he dado mis primeros pasos en el Ministerio episcopal. Ustedes, la Iglesia que peregrina en Río Cuarto, han sido mi primer amor como obispo, y aquí he de volver idealmente ante cada dificultad, ante cada desánimo, para encontrar la luz y fuerza del Señor. Gracias por la acogida cordial que siempre me brindaron, gracias por el testimonio de fe y amor que me ofrecieron, especialmente los más humildes y sencillos. Hemos compartido la pasión por comunicar a Cristo a nuestros hermanos, hemos andado los caminos de esta porción del Pueblo de Dios y hemos comprobado que El está presente y vivo entre nosotros. La Inmaculada ha sido nuestra compañera de camino, nuestra guía y protectora para que siempre estuviéramos de la mano de su Hijo Jesucristo.
Les pido perdón por mis faltas: por las veces que no los atendí como debía, por las veces que esperaban legítimamente algo de mí y no lo obtuvieron, o por las veces que les fallé, que no estuve a la altura de las circunstancias. Por todo ello y por lo que se me oculta a la memoria y está en la presencia de Dios, perdón.
“Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El han sido enriquecidos en todo” (1Cor 1,4-5ª). Estas palabras de Pablo a los Corintos las hago mías y las aplico a ustedes queridos fieles de esta amada diócesis “Villa de la Concepción del Río Cuarto”. Es una Iglesia hermosa, alegre, servicial y fraterna. Aquí ustedes me han enseñado también a caminar cristianamente los días de mi vida. Sólo me queda animarlos a perseverar en el camino, pues “Él los fortalecerá hasta el fin para que sean irreprensibles en el Día de Nuestro Señor Jesucristo” (1Cor 1,8). Sigan cultivando estos dones para que brille cada día más la gloria de Dios y muchos hermanos nuestros se sientan atraídos a adherirse con todo el corazón a la Fe. Sigan cada día siendo más intensamente una Iglesia discipular misionera, en salida, al encuentro del hermano que está lejos, y háganlo de la mano de María, el modelo de discípulo y misionero.
Así como un día el Señor me trajo desde el este, desde el sur santafecino, a ser pastor de todos ustedes, ahora, el mismo Señor, a través del Papa Francisco, me dice: “Levántate y anda, de nuevo para el este, para el gran río, a Rosario, allí te necesito.” Voy entregado en las manos de Jesús y de la Santísima Virgen, ahora bajo la advocación del Rosario. Me encomiendo a sus oraciones. ¡Recen por mi!, como ha acuñado tan sencilla y humildemente el Santo Padre. Yo,de mi parte, los he de llevar siempre en el corazón, en cada Eucaristía y en cada Santo Rosario a la Virgen.
Hasta siempre, hasta pronto, hasta que Dios quiera, hasta el cielo, porque esta historia no termina, sigue; seguimos en la misma casa, con la misma misión, buscando una ciudad que no se acaba, una ciudad de eternidad. Un fuerte abrazo a todos. Con mi bendición paternal.
Mons. Eduardo