OPINIÓN- Argentina fue lo que el mundial hizo de sí misma. Entre el dictamen de ausencias por lesiones y la imposición de limitaciones históricas, el técnico consolidó un bloque defensivo inexpugnable, con un mediocampo cercano a la última línea. Un equipo corto, que dejó aislado aún más a Messi.
En la vidriera de nuestro escenario mundialista éramos cuatro fantásticos, Máscherano y poco más. Un arquero residual, una defensa de medio pelo, un mediocampo de tránsito y la mejor delantera del mundo. Porque rotular nuestras premoniciones alivia la búsqueda de argumentos más complejos, capaces de advertir las variables que se desprenden de un equipo de fútbol en un torneo relámpago mundial.
La lógica era aventurarnos en historias de muchos goles, con carreras electrizantes hacia el arco rival y una endeble resistencia al ataque de los otros. Los íbamos a golear a todos en la primera fase y después, que Messi disponga. Nos tocó el grupo más fácil, creíamos. El fixture había sido la primera gran victoria ecuménica. No habría cruces con Brasil y Alemania hasta la final. Una verdadera ganga.
Y así nos lanzamos a la aventura de una Copa que debía ser nuestra, más por deseo que por convicción. Ganarles a los brasileños en su propia casa. Darles otro Maracanazo y preguntarles que se siente. Recordarles que Maradona es más grande que Pelé, que Francisco es argentino y que vamos por todo, incluso por el encanto de sus mujeres. Si hasta publicamos encuestas en las que las garotas aseguraban que somos los más sexys.
Pero Sabella cambió los planes en ante los gigantes bosnios y en el primer partido practicamos un catenaccio indescifrable. De todos modos, ganamos. Messi se iluminó por un rato y con eso alcanzó. Después vino Irán, “papita pal´ loro”. La guardia imperial persa abroquelada delante del arquero y un par de contrataques que nos helaron la sangre. Pero estaba Messi y punto. Frente a Nigeria había que defender el liderazgo para evitar la llave de Brasil. Fue 3 a 2, con un arquero nigeriano reclamando clemencia ante el árbitro. La selección estaba en cuartos con poco, casi nada. Higuaín arrastraba su falta de fútbol, Agüero estaba afuera por lesión, Di María corría todo en busca de Messi y el jugador más grande del mundo caminaba las tablas en punta de pie, buscando las sombras de Xavi e Iniesta.
Y llegaron los Suizos, una selección de apellidos musulmanes que se ufanaban de haberle ganado a España en el 2010. Y fue un parto. No sobraba nada en una selección argentina que se desplegaba en una transición de figuras y estilo. Ya no se parecía al equipo de las eliminatorias. No había ataque demoledor, ni socios para Messi. Pero tuvo un Angel. Di María convirtió en el final del alargue, cuando parecía que íbamos a experimentar nuestra primera definición por penales. Y fue un quiebre.
Nunca apareció
El equipo largo, febril, de cracks ofensivos y defensa bulímica, nunca apareció. Sin la presión de los cuatro fantásticos en el ataque. Sabella imaginó un planteo más naturalizado a las posibilidades reales de la Argentina y quizás, del propio gusto táctico del entrenador. Porque el déficit de la selección no era su volumen defensivo, ni las sobrevaloradas virtudes ofensivas. La Argentina es desde hace muchos años y varios mundiales un equipo sin cualidades en el medio campo. Allí donde se razonan y materializan las condiciones de juego, Argentina carece de un enganche tradicional ó volantes asociados al pensamiento colectivo de Messi. Di María carece de paciencia, Gago anticipó hace tiempo su declive y Mascherano, un jugador inmenso, tiene demasiadas responsabilidades entre los dos centrales. Quienes completaron el plantel se parecen a los eventuales titulares, en características y aporte. Podrían discutirse algunos nombres, pero no había mucho más.
Con Bélgica, Sabella dispuso a Demichelis por un flojo Fernández. Biglia se sumó al fortín de Mascherano ante la ausencia futbolística de Gago. Y Lavezzi se consolidó como un volante para la causa. Y así anulamos a las torres de la cenicienta europea y al petiso Haazard, un crack de play station. Ellos no pudieron y nosotros pudimos poco. Pero tuvimos a Higuaín. El “Pipa” jugó como nunca en este Mundial y generó la esquizofrenia en los centrales belgas. Hizo un gol tempranero y estampó un tiro en el palo. Garantizó el triunfo sin alargue y pudimos romper el karma de 24 años sin llegar a una semifinal. Esa tarde perdimos a Di María, pero ganamos a Enzo Pérez. No son lo mismo, claro, aunque el volante del Benfica emergió funcional a ese nuevo esquema de Sabella.
El dictamen del mundial
Argentina fue lo que el mundial hizo de sí misma. Entre el dictamen de ausencias por lesiones y la imposición de limitaciones históricas, el técnico consolidó un bloque defensivo inexpugnable, con un mediocampo cercano a la última línea. Un equipo corto que dejó aislado aún más a Messi.
El partido con Holanda fue un cruce táctico que solo podría sostenerse desde la emoción. Para un espectador foráneo, hubiesen existidos múltiples razones para bostezar hasta dormirse. Podrían haber jugado un par de alargues más sin agredirse. Las lecturas se dividen entre la perfección tacticista y el bodrio que los españoles calificaron de “futbolín”. La Argentina fue un cerco de precisión militar, con soldados obedientes y un jefe supremo que lideró la patriada. Mascherano impuso la jerarquía y en su figura se reflejó el juego del equipo. Con lo que eso implica, y a pesar de un Messi solitario y terrenal.
Pareció eterna
La era post Maradona fue cruel y pareció eterna. Pasaron 5 mundiales antes de volver a sentirnos potencia, ya no por los gloriosos antecedentes sino por la efectividad coyuntural que dispone un mundial. La mayoría en el plantel argentino forma parte de una generación que nunca vio campeón ecuménico a la Argentina. Probablemente, ninguno de ellos conserva alguna imagen furtiva del llanto de Diego tras la derrota en el 90 frente a los alemanes, aunque deberán dar continuidad a una historia riquísima de cinco finales y dos copas del mundo.
Y será Alemania nomás el rival natural de la final. Al ADN germano se incorporaron flacos desgarbados de potrero como Muller ó Kross, que parecen hijos pródigos de una canchita rosarina ó una favela de Río. Juegan con el talento que decíamos ostentar y la mentalidad de quien es capaz de arrastrar las emociones brasileñas tras vapulearlos con siete goles en el Mineirao.
Nos resulta cómodo pensar que son ellos los favoritos. Llegan con el pecho inflado y una excesiva confianza por haber jugado mejor que nosotros este mundial. Pero también son vulnerables. Jugaron mal con Francia y sufrieron demasiado con Argelia, antes de humillar a Brasil. Otra vez eso, cuesta olvidar cómo se mofaron de Scolari, David Luiz y compañía.
Tal como impuso el mandato de este torneo, jugaremos a asfixiarlos en el medio y a esperarlos encerrados atrás, sin espacios, a lo Masche. Será otra gesta diferente, atípica a lo que llamamos la esencia. Si no podemos jugar lindo, hay que ganar. Si no pudo ser Messi, que sea Mascherano. Si el poster central refleja un quite milagroso ante los pies de Robben, que así sea.
Volvimos a ser felices en un mundial, a festejar por miles en un abrazo interminable donde confluyen la biblia y el calefón. No fue como pensamos, quizás termine como queríamos. Y el domingo, cueste lo que cueste…. Que así sea.
Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
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