Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online correspondiente a los si-si y el offline que correspondería a los ni-ni. Uno de cada diez jóvenes en la Argentina estudia y trabaja: los “si-si” y que son la contracara de los “ni- ni”: combinan el esfuerzo de terminar la escuela con su primer empleo. Así ganan responsabilidad y autonomía. Padres y docentes los apoyan. Cambian las prioridades: cada vez son más los que sólo estudian. En los últimos seis años, la proporción de jóvenes que se dedican sólo a estudiar aumentó, sobre todo entre las chicas: de 45,9% a 48,2% entre los varones y de 49,2% y 53,5% entre las mujeres jóvenes, según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares. Las cifras abarcan a la población de entre 14 y 24 años. El Programa Juventud de Flacso, explica que esta es “una tendencia general que se da en todo el mundo occidental, muy asociada al alargamiento general de la etapa de la juventud y a una mayor participación en la educación superior”. Según esa Institución, esta situación, que solía ser un privilegio de las clases más altas, se ha masificado. “En la Argentina se fue consolidando durante la última década, abarcando a nuevos sectores de la clase media que antes, si no trabajaban, no podían ir a la universidad”. La tendencia también es firme entre los menores de 18 años. En este caso, “la expansión de los programas condicionados de ingresos (como la Asignación Universal por Hijo) ha colaborado bastante, así como la política de erradicación del trabajo infantil”. Los motivos son variados, pero lo cierto es que hoy uno de cada diez jóvenes argentinos estudian y trabajan, al no dejarse influir por los “cantos de sirenas”, algunos por necesidades económicas, otros para juntar sus “primeras monedas” o para ganar independencia frente a sus padres. No debiera dejarse de prestar atención a que a la escuela se le hace muy difícil “competir” contra el mercado laboral. A pesar de los debates y los proyectos en danza, la secundaria argentina aún mantiene un formato del siglo pasado y puede lucir menos atractiva que un puesto de trabajo remunerado. Y así, los pibes podrían quedar atrapados en una trampa, entre el canto de sirenas de un empleo que hoy promete (pero luego no garantizará crecimiento) y una escuela que, en principio, no parece ofrecer mucho sentido y futuro. Estas cifras de los “sí sí” muestran voluntades personales fuertes, de pibes que están dispuestas a hacer el esfuerzo. Pero también son un “fresco” de la época, en la que cada vez más empresas están interesadas en este perfil de mano de obra. Si bien es muy elogiable la voluntad de los chicos, igualmente hay que advertir algunos riesgos “colaterales”, en un país donde más de la mitad de los adolescentes, el 53%, no termina la secundaria en tiempo y en forma. Y en donde la deserción siempre está a la vuelta de la esquina. Por eso, nunca está demás recordar que aún no se inventó nada siquiera parecido en importancia a la escuela. Y no sólo porque te ofrece un título. Sino porque la misma experiencia de ir al colegio enseña a pensar, motiva a trabajar en equipo. Es un derecho que tienen todos los chicos argentinos. Y del que ninguno debiera bajarse. Uno de cada diez jóvenes argentinos estudian y trabajan: son la contracara de los “ni ni”, aunque suelen tener menos visibilidad que ellos. Según los últimos datos de la Encuesta Permanente de Hogares, el 10,9% de las mujeres y el 10,3% de los varones de 14 a 24 años estudian y están activos en el mundo laboral. Algunos empiezan a trabajar por necesidad, para ayudar a su familia. Pero muchos otros lo hacen por elección propia, para ganar autonomía o con el objetivo de aprender aquello que el colegio no enseña.
“Las obligaciones laborales de los chicos no juegan en contra de su rendimiento académico. Ellos suelen necesitar poco más de un mes para acomodarse y organizar los tiempos, pero a partir de eso mantienen un desempeño escolar similar al que ya tenían “En el turno noche casi todos los alumnos trabajan, así que aprovechamos al máximo las clases para no llevarnos tanta tarea a casa. Si el alumno es cumplidor, el profesor entiende su situación y se adapta. En este doble desafío, para los adolescentes resulta fundamental el apoyo de sus padres y docentes. “El rol de la escuela es acompañar; conversar con los alumnos y las familias. También acomodar algunos horarios para no complicarles a los estudiantes sus tiempos laborales. Otro desafío: ser más flexibles en cuanto a llegadas tarde o retiros”. Claro que esto no quiere decir que las exigencias bajen. Los mismos jóvenes lo piden: “las condiciones tienen que ser las mismas para todos. Si no, sería injusto con el resto de los compañeros”, aunque las únicas horas de estudio durante la semana son las que tiene arriba del colectivo, cuando logra sentarse y no se queda dormida. El cansancio, reconocen los chicos, es la gran prueba que tienen que superar quienes llevan esta “doble vida” de estudiantes y trabajadores. Ellos reclaman que haya más alternativas para los jóvenes: “Son muchos los adolescentes que quieren trabajar, pero existen pocas opciones “Si podemos votar, ¿por qué no se nos abren también otras puertas laborales? Algunos tienen el prejuicio de que los jóvenes somos irresponsables, pero somos tan responsables como los adultos”.
LIC ELENA FARAH