Adolfo de Bold, profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ottawa, es uno de los investigadores más laureados, especialmente por su aporte a la cardiología.
Es el padre del corazón endocrino”, debe de ser uno de los investigadores argentinos con más reconocimientos en el mundo por su contribución a la ciencia y, en particular, a la cardiología. El último galardón (hasta el momento) fue el pasado 24 de abril, cuando ingresó al Salón de la Fama de la Medicina Canadiense, la misma organización que homenajeó a Frederick Grant Banting y a Charles Best por descubrir la insulina.
“El anfitrión del evento fue la Universidad de Queen’s en Kingston, Ontario. Este lugar lo hace doblemente importante para mí porque allí es donde estudié y recibí mis grados doctorales”, contó en una entrevista que mantuvo con La Voz del Interior a través de correo electrónico.
Nació en Paraná hace 72 años y se graduó como bioquímico en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Partió rumbo a Canadá a los 26, con la sospecha de que las células de las aurículas del corazón tenían una doble personalidad: intuía que los gránulos que encontraba allí escondían una sustancia con una función diferente a la de colaborar en la contracción del músculo cardíaco.
Trabajó a sol y a sombra durante 12 años y en 1981 publicó que el corazón funciona como una glándula endocrina y no sólo bombea sangre. Descubrió que los gránulos atriales secretan una hormona a la que bautizó “Factor Natriurético Atrial (FNA)” y demostró que regula la presión sanguínea y, en la práctica clínica, en la atención de pacientes todos los días, el hallazgo significó el poder diagnosticar la insuficiencia cardíaca con un método objetivo, incluso en etapas donde esa falla no tiene síntomas evidentes.
“Con ese descubrimiento se cambió la forma en que percibíamos el corazón; hubo que reescribir libros y revisar la forma en que enseñábamos fisiología y medicina”, dice Mona Nemer, profesora y vicepresidenta de la Universidad de Investigación de Ottawa, en Canadá.
Para David Gardner, jefe de la División de Endocrinología y Metabolismo de la Universidad de California (San Francisco), “Adolfo realizó un experimento crucial, simple y elegante con el que probó que esa hormona existe y así abrió el campo de desarrollo”. Y eso, después de que pasaran cientos de investigadores observando las células del corazón y alrededor de 25 años con la hipótesis de que allí había algo más que fuerza de contracción de la sangre.
Había cambiado la concepción que tenía el mundo sobre la fisiología del órgano de las pasiones.
Desde de entonces, investigadores del planeta comenzaron a estudiar distintos aspectos de la hormona, se publicaron más de 20 mil trabajos y surgieron laboratorios para tratar de desentrañar nuevas preguntas científicas.
“Entrenó a cientos de jóvenes investigadores que bajo su experiencia y capacidad, aprendieron a forjar sus propias líneas de trabajo y continúan realizando contribuciones en Canadá, Estados Unidos y alrededor del mundo”, destaca Christine E. Seidman, directora del Centro de Genética Cardiovascular de la Escuela de Medicina de Harvard.
Como científico y educador piensa en el futuro de la ciencia y en la formación de los jóvenes: “El galardón que recibí en abril es una distinción muy especial porque se enfatiza en exponer a la gente joven a estos eventos con el propósito de inspirarlos a seguir una carrera en las ciencias básicas y clínicas de la medicina”.
Cuando el año pasado la Academia Nacional de Ciencias (ubicada sobre Vélez Sarsfield, de espaldas al Monserrat) lo incorporó entre sus miembros, expresó: “Una de las mayores satisfacciones que uno puede tener es que los pares y amigos lo reconozcan, de esa manera uno ve que más o menos se las arregló para pasar el examen”.
En aquella oportunidad, rindió homenaje a Sarmiento, con quien tiene un llamativo parecido físico. Lo hizo porque fue quien fundó la Academia Nacional de Ciencias durante su presidencia y porque “quería una inmigración de científicos y maestros anglosajones en la Argentina, aunque no le salió”. “Siempre me pregunto -continúa- si Sarmiento se daba cuenta de que era difícil que las cosas que él estaba trayendo de una América anglosajona protestante encajaran en una sociedad católica y mediterránea. No lo entiendo, quizás pensó que era mejor un poco que nada”.
En su discurso también aludió a Aristóteles, “uno de los que más influyó en las ideas sobre el corazón”. “Incubaba huevos de pollo y los iba rompiendo para ver su desarrollo; lo impresionó que fuera el corazón el primer órgano que pudo observar”. “Experimentos como esos –agregó– hicieron que el corazón tomara un rol central en la biología y que se pensara que su función era la de proveer calor, así como se creía que el hígado y el cerebro existían para enfriar el corazón”.
Desde julio de 2013, es profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ottawa. Pensó que con ese rol dispondría de más libertad para hacer lo postergado durante la vida.
Fuente la Voz del Interior