La muerte que selecciona al azar

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«La muerte de Alexis estaba “cantada”. Podría haber sido otra la víctima: un amigo, el hermano, un adolescente del barrio rival. Pudo ser cualquiera…»

Opinión (*)

– Armen una murga, la mejor de todas. Les damos los trajes, ustedes deciden la música. Van a hacer algo juntos, les ayudamos con lo que sea…
– No doñita, si aparecemos en el Carnaval somos boleta, van a tirar y por ahí le pegan a un pibe de los suyos…

La doña de Jardín Norte los vio crecer y teme verlos morir. Mientras los más chicos ensayan los pasos de baile en la calle menos transitada, las madres son custodias de la seguridad. Tienen miedo a lo peor, todo el tiempo. Las balas zumban en sus oídos, es un eco permanente que mide sus distancias según la hora del día. En la esquina está la barra, tienen entre 14 y 20 años, se visten parecido y detestan ser observados por otros. Solo se irán si logran el objetivo de un riguroso pago. Las mujeres juntan lo que pueden y se lo dan. Si ellos están ahí, el zumbido de las balas podría oírse más cerca.

Deolinda se enamoró nuevamente y halló refugio junto a su esposo y dos de sus cuatro hijos en una casita de las 130 Viviendas. Atrás quedaba una historia de violencia de género. Con el paso de los días el miedo volvió a entumecerle el alma. Un mediodía de enero, su hijo regresó del quiosco con la certeza de haber esquivado un balazo con destino cierto. Una vecina había impedido con gritos enfurecidos otra secuencia de disparos. Al pibe de 12 años “lo habían confundido por la gorra” y solo la buena fortuna impidió su muerte. Deolinda volvió a escuchar el fogueo de las balas, se oían esta vez más lejos, aunque nunca más pasarían inadvertidas.

La muerte de Alexis estaba “cantada”. Podría haber sido otra la víctima: un amigo, el hermano, un adolescente del barrio rival. Pudo ser cualquiera, pero la muerte era segura. Lo presumía la policía que recibe decenas de denuncias semanales, los remiseros que se niegan a ingresar cuando cae el sol, los servicios de emergencias que piden custodia policial, las madres que ruegan cada noche por la vida de sus hijos.
La pelea de bandas entre Jardín Norte y Mugica no es un problema de seguridad. Los crímenes, el consumo de drogas y la continuidad de robos son ya la consecuencia de un olvido estructural y violento.

“No trabajan ni empezaron el secundario. Ningún chico del barrio entró en el Primer Paso. Dicen la dirección y están fritos. Quieren ropa, salir, consumir drogas y no tienen plata. La Policía no los deja cruzar el puente y de algún lado sale esa plata. Le roban a la madre, a una tía, no les importa” Norma -por temor a represalias, solo nos dio un nombre ficticio- los vio crecer y los quiere. Cómo no quererlos, algunos son sobrinos ó amigos de sus hijos. No lo dijo, pero quizás uno los chicos del grupo sea su hijo. A su alrededor juega un pequeño de 5 años ¿Tendrá una oportunidad mejor que ellos?

A Alexis lo mataron por la espalda. Horas antes habían escuchado los disparos. Era previsible. Alguien iba a morir. Quizás no sería ese día, pero iba a suceder. Los jóvenes van cargados, se mueven en moto y esbozan su bronca. Los motivos están siempre sobredimensionados y la droga hace el resto. La muerte es cuestión de tiempo ó de su suerte. Las madres piden a gritos que alguien actúe, no pueden solas. Es un reclamo sordo, infinito, inútil. Alexis murió por causas desconocidas. Para la jerga policial será un ajuste de cuentas. Fue un crimen previsible, aunque la bala solo le haya tocado en suerte.

En el mediodía del domingo, la sala velatoria a metros del puente Carretero estaba repleta de pibes como Alexis y adultos que podrían ser los padres del chico asesinado. Cuando el vehículo que trasladaba el féretro partió hacia el cementerio fue seguido por decenas de motocicletas. Rara vez ingresan los chicos al centro de la ciudad. Era domingo y no había control policial.

El año pasado otros siete jóvenes fueron ultimados en fiestas convocadas por Facebook, cuando volvían de ver la novia, al salir de una changa ó mientras esperaban la nada en una esquina a medio iluminar. Sus muertes también fueron anticipadas, estaban signadas por la marginalidad, el desempleo, el exceso de merca y sobre todo, la desigualdad. No forman parte de una ciudad oculta, solo fueron cercados por un mecanismo social que descansa en la exclusión. Y ellos se balean a metros de sus casas ó juegan a la ruleta rusa con el martillo humeante. La muerte los selecciona al azar y nada ni nadie parece evitarlo.

(*) Por Pablo Callejón
En Facebook: Pablo Callejón
En Twitter: @callejonpablo

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