El juramento de Eliana
La mañana en que formalizó su unión civil con Osvaldo Quevedo, después de 23 años de pareja, Eliana se juró a sí misma y ante los medios de comunicación que colmaron el hall del Palacio de Mójica, que sería la última vez que la llamarían por el nombre de varón que no podía ocultar en su DNI. Tenía 43 años y la esperanza viva por una gesta que emergía posible. Desde la adolescencia marginal en Vicuña Mackenna había formalizado su voluntad por hacer verosímil un sueño: saberse mujer -ella se definía como una «persona femenina»- y que la reconozcan como tal.
Como un designio doliente de las chicas travestis de su generación, debió trabajar como meretriz a la espera de oportunidades mejores. La pobreza y la homosexualidad son motivos referenciales para que retrógrados comulguen por un sistema rancio que expulsa a los diferentes y busca someter a quienes resisten.
La villa y las noches de sudor doliente al amparo de las compañeras de calle no hicieron más que fortalecerla. Eliana se ganaba el respeto por convencimiento ó imposición, según exigiera la rigurosidad del contexto. Las batallas que otros daban por perdida, hallaban en ella una nueva oportunidad. El liderazgo que asumió en la lucha por los derechos civiles solo fue la causa de un tiempo que la había gestado como tal. Fue la consecuencia de sí misma y el entorno que la dejó parir en su natural esencia de necesidad y lucha.
Aunque fue una de las impulsoras del proyecto de uniones civiles, siempre estuvo convencida de haber concretado una declaración de principios de dudosa efectividad. Aquella ordenanza municipal significaba el reconocimiento público, pero con resultados mezquinos en la búsqueda de los derechos que garantizaran el acceso a la salud, el trabajo, la educación y vivienda de las travestis y trans.
El cambio radical y definitivo debía surgir de una ley nacional que admitiera la identidad de género y el casamiento igualitario de parejas gays. Se trataba de un anhelo revolucionario, que modificaría de raíces el derecho civil y dispondría a la Argentina en la vanguardia del reconocimiento de las personas homosexuales. Para entonces, Eliana ya se había convertido en una opinión respetada en la ciudad, asumiendo un protagonismo impensado para aquella adolescente que eligió abandonar el pueblo sobre ruta 35 y decidió aventurarse en un desafió con demasiados obstáculos.
El reclamo por la identidad incluyó para Eliana una matriz superior a su condición sexual. Fue también la lucha por el barrio y su gente. Las 400 Viviendas fueron su lugar en el mundo y la estirpe de una vida signada por la necesidad devenida en urgencia. Como referente de ATTTA ó dirigente vecinal inició el camino para convertirse en concejal. La habían sondeado para incorporarla en una lista el 2016 y ella confiaba en revalidar con los votos su historia de referente social.
Solo el ser humano convive con la certeza martirizante de que alguna vez llegará su muerte, aunque no siempre logra sentirse dignamente vivo, más allá de la existencia misma. Eliana no necesitó de altos cargos, ni títulos honoríficos para superar las limitantes que la excluían y discriminaban. Confrontó desde el llano, imponiéndose por convicción y derecho.
En el mediodía del domingo, la noticia de su fallecimiento multiplicó las muestras de dolor en las redes sociales y dispuso el recuerdo de sus conquistas como militante. El final se anticipó a la previsión natural del tiempo, dejando su vida a merced de la memoria colectiva de quienes la conocieron. Ese juicio sumario y definitivo que permite eludir la condena del olvido.
Por Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
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