A 20 años del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín
Se cumple el 20mo. aniversario del principal acuerdo institucional alcanzado por los partidos políticos mayoritarios en 30 años de democracia, que entró en la historia como el «Pacto de Olivos» y permitió sentar las bases para la reforma constitucional de 1994.
La imagen de Carlos Menen y Raúl Alfonsín caminando por los jardines de la residencia de Olivos, el 14 de noviembre de 1993, quedó plasmada en la memoria de los argentinos como símbolo del acuerdo al que los dos partidos por aquel entonces excluyentes, el justicialismo y el radicalismo, firmaron con objetivos claramente diferentes.
Desde el PJ, y pese a que Menem había dicho en varias ocasiones que no buscaría la reelección («saludo uno, saludo dos, y me voy a mi casa», solía repetir), todos los operadores oficialistas habían apretado el acelerador a mediados del 93 para alcanzar la imprescindible mayoría parlamentaria especial, que el oficialismo no tenía.
La necesidad de lograr los dos tercios en ambas cámaras del Congreso -una posibilidad para el menemismo en el Senado pero una quimera en Diputados-, forzó al Gobierno de Menem a volver la vista hacia el alfonsinismo buscando las bancas que necesitaba.
Para Alfonsín, la posibilidad de sentarse a dialogar con Menem pasaba por otros objetivos: fortalecer la situación institucional que siempre fue su obsesión, y obtener algunas ventajas para un partido que parecía haber perdido las preferencias del electorado, situación que el Pacto de Olivos finalmente profundizó.
Convencido de que si no lograba la reforma por las buenas, el menemismo estaba dispuesto a llevarse por delante a las instituciones, el jefe radical vislumbró que la reelección de Menem podía negociarse para lograr una reforma con propuestas que, durante su Gobierno, había elaborado el Consejo para la Consolidación de la Democracia.
Muchos se preguntaron tiempo después por qué Alfonsín suscribió un pacto que se tradujo en un marcado deterioro de su imagen ante la ciudadanía y metió a su propio partido en un proceso de claro divorcio con el electorado.
Es que Alfonsín ya había escuchado a gobernadores de la UCR, como el rionegrino Horacio Massaccesi y el chubutense Carlos Maestro, temerosos de ser barridos por los votos menemistas, que estaban dispuestos a acompañar al oficialismo en la interpretación legal de que eran necesarios para la reforma sólo dos tercios de los presentes en cada cámara, y no dos tercios del total de cada cuerpo.
Incluso el cordobés Eduardo Angeloz, el gran derrotado por Menem en las elecciones de 1989, había adelantado que sería prescindente sobre el tema, con lo que anticipaba que no se opondría a un proyecto aprobado con sólo dos tercios de los presentes en cada cámara legislativa.
Los contactos previos empezaron meses antes con operadores de ambas fuerzas políticas y con escenarios reservados como la casa del excanciller Dante Caputo, pero la primera reunión de la que participaron Menem y Alfonsín se hizo en secreto y se desarrolló el 4 de noviembre de 1993.
En esa conversación se sentaron las bases del acuerdo que luego se plasmaría en la reforma constitucional jurada en 1994 en el Palacio San José de Entre Ríos. Alfonsín ofreció la reelección presidencial «por un solo período», que el menemismo aceptó rápidamente -en rigor era lo único que buscaba-, pero a cambio obtuvo diversas mejoras.
Entre ellas se acordó la reducción del mandato presidencial de seis a cuatro años; la designación de un tercer senador por provincia -la minoría era radical en la mayoría de los distritos-, la creación del Consejo de la Magistratura con presencia opositora y la presentación de un proyecto de reforma común entre ambos partidos.
También se acordó la postergada autonomía de la Ciudad de Buenos Aires -un reducto tradicionalmente antiperonista que la UCR aspiraba a gobernar-, y la regulación de los decretos de necesidad y urgencia, un recurso habitual del gobierno de Menem.
Se discrepó, en cambio, en la modalidad para atenuar el presidencialismo que Alfonsín impulsaba. El menemismo estaba dispuesto a negociar casi todo para lograr la reelección, pero no si recortaba el poder del Presidente.
De esa forma surgió la figura del Jefe de Gabinete o «ministro coordinador» como se lo llamó inicialmente, a mitad de camino entre el parlamentarismo afín a Alfonsín y el presidencialismo del que Menem, no por ideología sino por conveniencia, no quería alejarse.
El acuerdo firmado el 14 de noviembre de 1993 fue luego aprobado como un simple trámite por la Convención Nacional de la UCR y por el Congreso Nacional del Partido Justicialista.
El proyecto que declaró la necesidad de la reforma quedó sancionado en el Congreso Nacional en un trámite urgente que culminó en pocos días, el 29 de diciembre de 1993. El Poder Ejecutivo lo promulgó ese mismo día, habilitando una rápida convocatoria a elecciones para constituyentes en abril de 1994.
El Pacto de Olivos tuvo implicancias políticas profundas, especialmente para el radicalismo, que sufrió una importante sangría de votos. Su candidato presidencial de 1995, el rionegrino Massaccesi, padeció el “voto castigo” que lo dejó en un magro tercer lugar (17%), en la derrota más estrepitosa de la UCR hasta ese momento.
La imagen de Alfonsín también ingresó en un período de deterioro ante la opinión pública, que recién logró corregir seis años más tarde, hacia 1999, cuando se convirtió en uno de los artífices de la Alianza que constituyeron la UCR y el Frepaso para las presidenciales de ese año.
Para Menem, el Pacto de Olivos allanó el camino hacia la reelección y a sus últimos cuatro años en el poder, que paradójicamente y con la profundización de sus políticas neoliberales lo alejaron definitivamente del electorado, como se constató en 2003 cuando sus apetencias presidenciales chocaron contra un escollo insalvable llegado del extremo sur del país: Néstor Kirchner.
Telam