Ante la noticia de que alumnos menores fueron descubiertos en nuestra ciudad portando armas en sus respectivos colegios, fue motivo para constituir un largo debate entre nosotros. A través del análisis del hecho llegaron los acuerdos y nuestras conclusiones: es evidente que la presencia de un arma habla a priori de dos concepciones ya instaladas: agresividad y violencia.
No estamos diciendo la existencia de una violencia explícita, estamos queriendo decir que el hecho de que en tan corta edad se porte un arma nos está comunicando la iniciación de un problema relacionado con lo que ellas representan. Es decir, indica sí la apertura de un proceso hacia ese rumbo. Esos jóvenes nos están transmitiendo que ellos tienen acceso a ese tipo de elementos con total facilidad, nos están demostrando también que existe una tolerancia familiar y social al no darle trascendencia a este tipo de acontecimientos, o lo mejor postergarlo o degradarlo como hecho insignificante. Todos sabemos que el alumno lleva a la escuela lo que tiene o a lo que tiene acceso. El ser integral tiene ese acompañamiento necesario: si tiene alegría la lleva, si tiene dolor o rabia lo lleva consigo, si tiene mochila la lleva, y…si tiene un arma también la lleva. Moviliza todo lo que tiene con sus respectivos significados. Y las trae o la vuelve a llevar tantas veces hasta que encuentre una respuesta de lo que comunica, tanto dentro como fuera de la escuela. ¿No estará pidiendo contención y límites con esas acciones? Ya que solo no puede hacerlo (no podemos pretender que los alumnos sean autodidactas en estos temas). Si nos quedamos detenidos en el hecho “ese chico lleva un arma” y tiene solo como respuesta punitiva la intervención policial y judicial (si bien es necesaria no es completa), nos focalizaremos solamente en una mirada parcial de la situación. ¿No será, como hipótesis, por ejemplo, que esos niños “futuros expulsados quizás” estén soportando pasiva y prolongadamente agresiones(hostigamientos) en el colegio o en la familia?
Si como institución consideramos como única respuesta acciones expulsivas, esto solo no daría un resultado integral, eficaz y saludable, pues “todo lo que se arroja hacia las orillas de la sociedad, tarde o temprano vuelve sobre ella en forma destructiva”; el echado volverá buscando aquello de lo que se la ha despojado, clamando venganza e intentando con eso quizás, solucionar su angustia, su carencia y el dolor del despojo.
Todos los especialistas sabemos que hay indicadores donde asienta la violencia, algunos de los cuales son: NBI (necesidades básicas insatisfechas), falta de oportunidades para desarrollarse (trabajo y cultura), vivir sin libertad y pertenecer a sistemas sociales injustos. Cuanto mas se ve frustrado el impulso vital, tanto mas se dirige a la destrucción; así como también como más plenamente se realice la vida, menor será la fuerza hacia la destrucción.
Es entonces imprescindible darle importancia y trascendencia a estas señales concretas que se vivió en escuelas riocuartenses, analizándolas desde diferentes ángulos y niveles, desde los códigos consensuados de convivencia pacífica, donde deben estar establecidos con claridad los deberes, los derechos, los límites y las posibilidades de cada integrante de nuestra comunidad familiar y educativa.
Parece irrisorio, en pleno debate de la nueva Ley de Educación, donde los representantes de las entidades mas importantes de nuestra ciudad y país: intelectuales, expertos, profesionales, comerciantes, empresarios, etc., estén discutiendo como mejorar la calidad educativa, aparezcan éstos hechos que creemos merecen una atención primordial, lo cual prioriza la convivencia pacífica antes de la implementación de tácticas y estrategias para lograr un buen ciudadano.
Ojalá comiencen a instalarse, a partir de estos indicios para nosotros muy significativos, acciones que tengan en cuenta lo individual de éstos jóvenes, y lo comunitario desde los distintos ámbitos barriales, escuelas, establecimientos culturales y deportivos, centros vecinales, ONGs, unidades básicas de acción política y social, bibliotecas, museos, espacios de diversión, comisarías, juzgados, etc. basadas en las necesidades y demandas de nuestra comunidad, porque contribuiríamos a una gestión realmente protagónica que abortaría cualquier atisbo de violencia o agresión futura ya predecible por éstas acciones.
“También los cimientos de la agresividad en el mundo eran al comienzo insignificantes. Pero luego cada uno le fue agregando algo hasta que alcanzó la magnitud difícilmente controlable y repugnante de la violencia actual”
ELENA M. T. FARAH
Lic. en Ad. y Gestión de la Educación