Agustín Salgueiro tiene la estirpe arrabalera de los conventillos de La Boca y San Telmo. Recuerda las letras de tango, con la nostalgia de quien ya no puede cantarlas. Sin embargo, al recitarlas se descubre la misma pasión con la que cada tarde comparte el recreo de los chicos en la Plaza Racedo, regalando caramelos en una caja de cartón.
Tiene 84 años, es jubilado de EPEC, abuelo y bisabuelo. Los chicos lo esperan entre los juegos de la plaza para compartir la dulce solidaridad del anciano.
«Siempre traté ser generoso con los chicos, desde cuando vivía en el Conventillo de la Boca. En marzo les regalo útiles escolares y a fin de año, un regalito, lo que puedo. Son ángeles que me motivan para seguir vivo», afirmó en diálogo con Telediario.
Agustín sostuvo que «en las vacaciones de invierno, las voces de los chicos son como el sonido de los pájaros».
«Cuando me los encuentro en el centro, los niños y las madres me gritan Agustín… es muy hermoso. Yo no quiero que me digan señor, el único Señor está en el cielo», expresó.