Científicos demostraron, en modelos animales, que su insuficiencia estaría relacionada con enfermedades cardíacas, renales y óseas. Las principales fuentes de obtención serían la luz solar, el pescado y alimentos enriquecidos.
Por sus múltiples y complejas funciones la vitamina D es considerada como una verdadera hormona, puesto que pequeñas concentraciones regulan un sinnúmero de funciones en el cuerpo. Se puede encontrar en pequeñas cantidades en algunos alimentos, entre ellos pescados como las sardinas, la trucha y el atún. Para hacerla más accesible a la población se la agrega a productos lácteos, jugos, y cereales y así se dice que esos productos están “enriquecidos con vitamina D”. Sin embargo, la mayor parte de este nutriente se obtiene por la exposición a la luz solar.
La vitamina D cumple funciones en la prevención y el tratamiento del raquitismo, causado por su falta o deficiencia. También se usa para tratar la osteoporosis, el dolor de huesos u osteomalacia, la pérdida ósea en personas con hiperparatiroidismo, y una enfermedad hereditaria en la cual los huesos son especialmente frágiles y se quiebran fácilmente, llamada osteogénesis imperfecta. Además es empleada para la prevención de fracturas en las personas con riesgo por debilidad ósea y para prevenir el desarrollo de bajo nivel de calcio y pérdida ósea en individuos con insuficiencia renal.
Es de público conocimiento que la vitamina D participa en funciones relacionadas con el fósforo y calcio corporal, por ello su alteración produce consecuencias a nivel de huesos y riñones, entre otras. Sin embargo, es menos conocido a nivel de la población general que recientes reportes científicos sugieren que los niveles bajos de este nutriente esencial representan un factor de riesgo de múltiples enfermedades aparentemente diferentes tales como las infecciosas, autoinmunes, enfermedades neurodegenerativas, cardiovasculares, diabetes, osteoporosis y el cáncer. Además, su falta parece predisponer a la hipertensión, insuficiencia cardíaca, y la insuficiencia renal crónica.
Conclusiones y perspectivas
Se conoce que la enfermedad renal crónica se asocia con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular. La deficiencia de vitamina D es común en pacientes con enfermedad renal crónica. En los estudios epidemiológicos, la deficiencia de vitamina D y la ausencia de tratamiento con este nutriente se asocia con la mortalidad cardiovascular. Sin embargo sigue siendo tema de controversias y discusión entre los laboratorios de investigación a pesar de que múltiples mecanismos intentan explicar cómo la enfermedad renal asociada al déficit de vitamina D puede influir en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares.
Mientras tanto, en nuestra investigación en el IMBECU estudiamos en un modelo de enfermedad renal como lo es la obstrucción ureteral unilateral completa en ratas adultas, las alteraciones estructurales y funcionales a nivel de corazón y el riñón así como el grado de compromiso de la vitamina D.
Nuestros resultados podrían aportar al conocimiento existente sobre la importancia del riñón y el déficit de vitamina D durante la enfermedad renal asociados al desarrollo de eventos electrofisiológicos cardíacos tempranos como arritmias cardíacas. Lo que resulta indiscutible es que la vitamina D resulta un factor clave para comprender un poco mejor a enfermedades de larga data y difícil resolución como lo son la hipertensión arterial, insuficiencia renal, enfermedades infecciosas, autoinmunes, neurodegenerativas, cardiovasculares, metabólicas como la diabetes, osteoporosis y hasta el cáncer.
Finalmente, al condicionamiento genético podemos sumarle hábitos saludables como el consumo de alimentos que aportan nutrientes, la práctica de ejercicios frecuentes, realización de controles médicos, participación de actividades recreativas; todo lo cual contribuirá a mantener los niveles de vitamina D dentro de los parámetros requeridos para contribuir con nuestra salud concebida como un verdadero estado de equilibrio biológico, psicológico y social.
Fuente CONICET