Se sabe con certeza cómo tratar a los pacientes, pero ahora el interés está en descubrir por qué se expande tanto.
La celiaquía se ha vuelto una enfermedad popular, dicen los expertos, y no sólo porque hoy en día casi todo el mundo sabe de qué se trata y cómo combatirla, sino porque cada vez más personas la padecen. El crecimiento en la prevalencia y la incidencia es enorme. En Argentina se duplicó en el último tiempo. Dicen en el Ministerio de Salud: “A pesar de que aun no hay registro de casos, estudios preliminares en nuestro país indican una prevalencia de 1 caso cada 200 personas. Sin embargo, actualmente se calcula que 1 de cada 100 personas es celíaca”. En Estados Unidos, donde sí hay registros, aseguran que el número de pacientes se cuadruplicó en apenas 50 años. La gran cuestión que intentan resolver los investigadores es la causa del aumento.
La celiaquía es un trastorno autoinmune. Las proteínas llamadas gluten, y que se encuentran en el trigo, la avena, la cebada y el centeno, atacan al cuerpo, específicamente al intestino delgado. A partir de allí, todo se complica. Los celíacos pueden tener diarrea, vómitos, anemia, fracturas por estar descalcificados. Incluso se puede llegar al linfoma. Se sabe con certeza cómo tratar la enfermedad: se elimina completamente el gluten de la dieta y listo. Ahora el interés está puesto en descubrir por qué se expande tanto la celiaquía.
En la enfermedad intervienen factores ambientales, genéticos e inmunológicos. Pero hay algo más. Un reciente artículo del New York Times sostiene que los científicos analizan hasta qué punto la lactancia puede proteger contra la enfermedad, y también, que el hombre ha descuidado el ecosistema de microbios en el intestino. Citan un estudio que comparó la prevalencia entre niños rusos (1 cada 500) y finlandeses (1 cada 100). El consumo de trigo es similar, los genes también. ¿Entonces? La pobreza de esa región rusa sería la clave: a mayor pobreza, mayor riqueza en los microbios, que protegen de las enfermedades autoinmunes.
También hablan de las bifidobacterias, que protegen la barrera intestinal influyendo en la respuesta inmune al gluten. Las bifidobacterias se producen en la leche materna. Esto explicaría una epidemia de celiaquía que ocurrió en Suecia treinta años atrás. Se había recomendado a los padres darles gluten a sus bebés cuando dejaran la teta. Los enfermos se triplicaron. La recomendación actual es introducir el gluten de a poco antes de dejar la lactancia, que debe postergarse el mayor tiempo posible.
“Sin duda la genética es la base para que, gatillada por el gluten, pueda desarrollarse la enfermedad. Lo más interesante en los últimos años son los estudios dedicados a la microbiota, es decir, a las bacterias que habitan en la luz intestinal –dice Eduardo Mauriño, jefe de Unidad Clínica del Hospital de Gastroenterología Udaondo–. ¿Por qué solo el 2 o 3 % de los que tienen la condición genética y comen gluten desarrollan la enfermedad? Obviamente hay otros genes que intervienen y posiblemente las características del medio ambiente también influyan. El mejor ejemplo es el estudio de las poblaciones finesa y rusa que con iguales variables genética y consumo de gluten solo las diferencia “la pobreza”: las condiciones ambientales que hacen que la mayor exposición a gérmenes les provoque mayor tolerancia”. En cuanto a la leche materna, Mauriño sostiene que la experiencia de la epidemia Sueca fue contundente. “Llevó a la revisión de los tiempos de introducción del gluten y de extender lo máximo posible la alimentación materna”.